Relato gay

El orden público – Relato erótico gay

Adéntrate en esta preciosa historia de Valérie Tasso…

Relato gay

El orden público

–Cuando pongo el orden público en tela de juicio, tengo derecho a venir aquí. A verte, a follar contigo. Lo sabes y nos gusta. Poner el orden público en tela de juicio se hace así. ¿O no?

E me había soltado su discurso de repente, sin apenas respirar. Sus manos se acercaron fríamente a la cremallera de mi pantalón. Ya tenía cierta habilidad para abrirla de golpe, sin vacilar. Llevábamos unos cuantos meses viéndonos a escondidas, en un cuartucho impersonal de paredes grises. No nos quedaba otra, no sabíamos dónde ir.

Mi sexo se puso a palpitar. Ocurría cada vez que notaba sus uñas largas arañando las costuras de la tela, haciéndome cosquillas. Como hacía de costumbre, por otra parte. Y notaba aquella humedad de siempre que me recordaba momentos inefables de la vida. Gratis. Puro morbo. Nada más. Mi único momento de placer. El único suyo también. Nuestra libertad, aquella que nadie nos podía rebatir. Nuestro subidón. Lo estábamos disfrutando ahora mismo. Y esa mancha transparente en mis pantalones que iba a tener que quitar frotando con jabón al día siguiente. Más que nada, para evitar preguntas. Esa mancha. Mi libertad.

–Que sepas que yo no te voy a acompañar en tu decadencia. Lo mío solo es puntual. Nada más. ¿O no?

No soportaba que E acabase siempre sus frases con el consabido “¿O no?”. Pero a estas alturas, no iba a cambiar. Tampoco E esperaba una respuesta por mi parte. Era una coletilla, nada más.

Mientras E me repetía lo de siempre, ya tenía los pantalones bajados. Me agaché rápidamente y busqué en uno de mis bolsillos, intentando no perder el equilibrio, el paquete de tabaco y el mechero que siempre tenía escondidos. E hurgaba en mi entrepierna y no se percató de que ya me había encendido un cigarrillo. ¿O sí?

–No se puede usar este cuarto como sala de fumadores. Y, por supuesto, no solo fumamos porros. Fumamos cigarrillos. No se puede usar este cuarto como sala de fumadores. Más que nada porque si luego sufres de insomnio, vas a venir aquí a fumar. ¿O no?

Sabía perfectamente que yo no fumaba porros. Y que no sufría de insomnio. Pero era su discurso, el mismo de siempre. Un discurso aprendido para no recibir una reprimenda. Le di la razón haciendo una seña afirmativa con un movimiento de la cabeza. Y, con cara de satisfacción, sus labios se perdieron entre mis piernas.

A pesar de la ingenuidad que todo el mundo le atribuía, E lamía con esmero, como un cachorrito que quiere agradar. Su lengua parecía alargarse como por arte de magia, alcanzando mi culo sin tener que alargar más el cuello. Me eché para atrás, disfrutando del calor de la saliva que E dejaba en mi polla. Huellas de caracol. Trazos azules. La libertad debía ser fluorescente, sin duda. Y dejaba rastros en las baldosas.

La textura de sus labios era tan suave cada vez que bajaba y subía por todo lo largo y ancho de mi polla que me olvidé del tiempo. E me devolvió a la realidad, mirándome con sus ojos de cachorro, deliciosamente redondos y la boca entreabierta.

–¿Te has fijado que en esta habitación no hay televisor? Así no podemos mirar porno. La interdicción de la tele significa que es el orden público que debe restaurarse. Acuérdate de esta frase: el orden público se tiene que restaurar. Pero ya hemos entendido muy bien lo que hay detrás: es el IVA que va aumentar, cuando en realidad es el IVA de la alimentación que tenía que haber bajado y el orden público siempre tiene que estar restaurado y, así, restauraremos la restauración. ¿O no?

Y así, de la misma manera que había interrumpido, sin avisar, la mamada que me estaba haciendo para soltar su monólogo, E siguió con su cometido, sin esperar mi respuesta.

Fue superior a mí. Seguí la cadencia de su cabeza con mis manos posadas en su melena densa, acompañándole con movimientos de mi cadera y golpeando su glotis. E gemía e intentaba decir cosas inaudibles a la vez. De repente, se calló.

Apretó con fuerza sus labios alrededor de mi polla cuando eyaculé en su boca. Mi orgasmo llegó gracias al silencio que se había instalado en este cuarto de muertos. Muertos en vida. Y mis piernas empezaron a temblar de manera exagerada. E levantó la cabeza y me miró, sonriendo.

–La próxima vez, te van a volver a vestir con pijama y no con ropa de calle. El pijama es un castigo simbólico destinado a hacerte entender la gravedad de tu actitud. Porque has vuelto a poner en tela de juicio el orden público. ¿O no?

Su ternura me llegaba al corazón. Acerqué mi mano a su mejilla y me puse a acariciarla, suavemente, lentamente. E frotaba su rostro contra la palma de mi mano, como un gatito. Ronroneaba a su manera.

***

No vimos llegar al médico. No tuve tiempo de reaccionar cuando nos preguntó lo que hacíamos aquí, los dos, escondidos entre las paredes de una habitación que, pronto, iba a ser ocupada por otro paciente. E, como de costumbre, se puso a hablar. Era su mejor estrategia.

–Estoy preparando un embarazo extra-uterino, doctor. Un poco como en el caso de María, ¿entiende? ¿O no?

El médico nos miró de mala manera y, por su actitud, supe que iba a llamar inmediatamente a unos enfermeros para sacarnos de aquí. E también lo notó y quiso reanudar la conversación.

–Doctor, ¿puedo cantarle la canción más obscena de mi repertorio?

Por primera vez, E no acabó la frase con su eterna coletilla. Tampoco miró a los ojos del médico que suspiraba de impaciencia. A E se le veía feliz. Libre. Fuera del orden público, como hubiese dicho él. Y se puso a cantar.

–Mi Valium, sí, sí, sí, mi Valium, no, no, no, mi Valium, mi tratamientooooo.

Y se puso a reír a carcajadas mientras aparecieron, de repente, cuatro matones en batas blancas. Nos cogieron a ambos con fuerza. Yo me dejé llevar. Después de aquella mamada, ya no tenía fuerza para luchar. E se debatía pero siempre encontraba en las palabras su mejor defensa.

–Noooooo. No soy un royaliste, doctor, cuando digo que hay que restaurar la restauración. ¿Lo entiende, verdad?

El médico hizo una señal a los enfermeros y los dos acabamos encerrados en nuestras respectivas habitaciones.

–Pero, doctor, no me va a quitar el sentido del humor, ¿verdad?

Da igual lo que le hicieron a E. Aquel día, se sintió libre conmigo. Y eso siempre era mejor que cualquier neuroléptico.

Relato dedicado a todos los enfermos mentales para que puedan vivir su sexualidad sin trabas ni prejuicios.

El miércoles 10 de octubre fue el Día Mundial de la Salud Mental.

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