Hotel de Crillon, A Rosewood Hotel, París. 14 de febrero de 2019
«¡Splok!», prorrumpió el corcho de la botella al salir disparado. Tras de sí, dejó una estela espumosa y burbujeante.
Bastian, sorprendido por el sonido que había sesgado el silencio del baño, se puso el albornoz. Con una mano sostuvo el cinturón y, con la otra, abrió la puerta de la ducha. Un vacío insondable le horadaba los adentros y le palpitaba entre lo masticable de las nalgas.
–Vaya, has vuelto –dijo en un chasquido de lengua, mal fingiendo desdén.
Le dedicó una mirada displicente; que se le notara la indignación con el inglés que lo era tanto como el Earl Grey, aunque olía a Le Male Terrible[1], de Jean Paul Gaultier.
–Me he ausentado un ratito de nada –se excusó Thomas, ignorando las húmedas motitas del champán que ahora le manchaban el elegante tweed de la americana y se habían atrevido a chispearle el grisáceo chaleco encima de la camisa. La dicha le tenía conquistada la cara: le estiraba la sonrisa triunfal, que mostraba la gélida blancura de los dientes. –Hemos firmado –anunció, invicto, portando el Moët & Chandon y mirándolo, apoyado de espaldas al lavamanos de mármol pulido.
–Menuda novedad –respondió Bastian, metiendo los pies a cobijo de las suaves zapatillas. En la ciudad, todo el mundo conocía a Thomas con el sobrenombre de Le Loup de Christie’s[2] y, haciendo honor al apodo, lo extraño sería que este no hubiese llegado a un acuerdo; entiéndase, pues, el retintín.
El trato, por cierto, les había interrumpido la cena y se había cargado todo rastro de romanticismo. Y, ahora, ¿qué esperaba? ¿Una felicitación?
«No». Bastian se estaba conteniendo lo suyo para no echarlo del baño y cerrarle la puerta en las narices, mientras su imaginación cantaba a todo volumen Milord, de Édith Piaf.
«Quizás, eso sería demasiado intenso incluso para ti», pensó.
Se posicionó a su lado, vedando receloso la desnudez de su cuerpo, y desenroscó la tapa de la crema hidrante.
Thomas carraspeó al percibir la tensión que emanaba de Bastian. Puso en blanco los azulados ojos, admitiendo que la idea de arruinar la velada de San Valentín había sido la peor decisión posible. Si bien, y en su defensa, cabía remarcar que tan solo se había ausentado una hora escasa y al bar del propio hotel (acto que más de uno tacharía de políticamente incorrecto).
–Se acabó hasta el lunes –juró, fiel a su idea de desconectar durante el fin de semana largo. Lo observó y reparó en el ligero rubor que coloreaba las mejillas de Bastian. Ese colorcillo no era producto del agua caliente… Desde la distancia entre ellos y la ducha, cuya puerta quedó medio entornada, lo reclamó el destello plateado del butt plug. Ahí, quieto y rodeado de un abanico de útiles de baño a modo de coleccionables amenities.
Bastian suspiró, cerrando el tarro de crema con la misma rapidez con la que lo había abierto. Izó la testa de cabellos pardos y caracoleados. Él no era inocente en lo concerniente a respetar citas importantes u horarios; su trabajo de articulista en Le Figaro le había válido de disculpa en más de una ocasión. Por ello, sintiéndose culpable, se sacudió el enfado.
–Querido, has traído la botella, pero ¿y las copas? –le preguntó. Abandonó el mencionado recipiente sobre el mármol y lo encaró. Un par de bonitos hoyuelos le cosquillearon los mofletes.
–Para disfrutar del champán, prescindiremos de ellas –aseveró Thomas, sabiendo que podría emplear las que todavía quedaban en la mesa del comedor de la habitación, acompañadas de la cena inacabada y el extinto humo de las velas que bailaba en los plateados candelabros. Se zafó de la americana, pasando la botella de una mano a otra, y desdeñó la ropa, que se despeñó, abatida, en el húmedo suelo. –Voy a demostrártelo –añadió, aproximándose.
El vacío se acrecentó, carcomiéndolo, doliéndole cuando el aliento de Thomas le aventó el semblante y delató que había estado rumiando un caramelo mentolado. Azorado por su cercanía y el deseo que comenzaba a ablandarle la savia calcificada en los huesos muertitos por él, Bastian amparó las manos a la altura de los pectorales. La silueta de su polla desentumeciéndose se manifestó debajo del albornoz de agradable tacto. Incrédulo, oh, la mar de incrédulo, creyendo que iba a besarlo, adelantó el rostro y…
Thomas negó, dando un paso hacia atrás, elevó la zurda que sujetaba la botella y, sin decantarla, le pidió:
–Abre la boca.
A continuación, y al ver cómo Bastian cumplía con su solicitud, empinó la Moët & Chandon y el dorado líquido fluyó y se deslizó sobre el rojizo terciopelo de la lengua de él, asperjando la brillantez de los perlados dientes. Caramba, su boca era el cofre del tesoro… Empujado por el afán de tomarlo, de poseer su fortuna, se abalanzó y unió los labios a los de él con tal rapidez que algo del champán les llovió en la cara y, pese a enderezar la botella, esta expulsó más del contenido que albergaba en el acristalado estómago.
Bastian bebió con las pompitas refulgiéndole en la cabeza, embotándosela de embriagado deseo. La sangre al recorrerle las venas le bullía, concentrándose en la erección afilada y llorosa, en la fina y sensible uretra.
–Tom… –gimoteó, empleando el diminutivo, y no por falta de letras, sino por carencia de hálito después del beso lobotomizador. Deglutió, permitiendo que la avispada mano de Thomas le desasiese el nudo de la bata y revelara la cruda desnudez lampiña.
–¿Lo ves? –comentó Thomas, jocoso. La pronunciación de su nombre, acentuada por el énfasis en la eme a causa del acento francés de Bastian, le provocó un escalofrió de puro gusto. Le acarició el labio inferior con el dedo anular, descendió al mentón y, de este, a la marcada clavícula. Reptó a los pectorales y giró alrededor de las diminutas areolas coronadas por los endurecidos pezones y, suicida, descolgó la mano del llano vientre a la verga, que se erigía enaltecida encima de los henchidos testículos. Peregrinó con la yema desde el nacimiento de la polla hacia arriba, rozando el venoso levantamiento.
–No las necesitamos para nada –alegó, sopesando el excitado sexo en la palma, y lo acarició oyendo el fru-fru de la piel, segundos antes de volver a decantar la botella, esta vez dirigiendo el chorro a…
El contraste entre el calor de la diestra de Thomas y el frío espumeante de la bebida le compactó la verga. Bastian jadeó, retorciendo los dedos sobre el torso de este, arrugándole el suntuoso chaleco. Sobre la lengua le rodó un gemido, le pirueteó en el paladar y le salió disparado por la boca, ya que, al compás que Thomas vertía el champán sobre su verga, empezó a masturbársela.
–No he podido catar adecuadamente el Moët & Chandon –Por descontado, Thomas hacía alusión a saborear el maridaje del champán con la saliva de este. Controló la botella, lo que hizo cesar el caudal, e impelió la punta de la nariz contra la de Bastian. –Permíteme… –rogó, meciéndose en los labios de él sin desatenderle la polla.
Bastian, apasionado por la combinación de perfecto gentleman con una chiribita de descarado, le entregó la boca como aquel que se despoja de alma.
Thomas degustó el Moët & Chandon, regocijándose en las notas picantes incrementadas por la masculina baba. Le estimuló la verga, presionándola en el nacimiento, bombeándola a media altura y acariciando con la palma el receptivo glande. De pronto, apartó la mano, abandonándola. Se enganchó al cierre de su propio pantalón, lo desabrochó y arrió a los tobillos la ropa que le estorbaba. Su mismo deseo, duro, grueso y rezumando límpidos caños de presemen, azotó el aire.
–Pajéanos –instó.
–Necesito que me folles –resolló Bastian exento de tapujos y lleno de eso, de (jodida) necesidad. Apretó el culo nada más la verga de él repicó contra la suya. Lo quería morando en lo recóndito, aporreándole la próstata hasta colmarlo de la suculenta semilla. –Necesito que me folles –reiteró, aun obedeciendo. Juntó las respectivas pollas y, ayudándose de las manos, las masturbó, compartiendo el calor y la pretina babosa de la excitación.
Silencio denso, animal, esa era la respuesta de Thomas; al menos, por el momento. La respiración se le huracanó en los pulmones y el índigo de los ojos se le oscureció.
–Juro que no imagino mejor cáliz que tu cuerpo –dijo, interponiendo un poco de distancia y dejando caer la gualda precipitación.
El Moët & Chandon salpicó el par de masculinos muslos, se ensortijó en el vello púbico de Thomas y se escurrió por el lampiño de Bastian. Riachuelos alcoholizados corrieron a golpe de manos y dedos por las inhiestas vergas. Raudo y efervescente fue el olor primario y acidulado que brotó de la unión de las pollas que se restregaban bajo la resplandeciente lluvia.
–A todo esto, no vamos a desaprovechar el camino allanado por el butt plug –apuntó Thomas, conteniendo lo que quedaba de champán dentro de la botella. Zafio, no le dio opción de reacción: apartó las manos de Bastian, lo volteó de cara al espejo repleto de bruma y colocó la botella al lado del lavamanos.
Bastian titubeó, tan duro como para picar piedra, procesó las palabras de Thomas y el rubor le fogueó los pómulos. Previo a la truncada celebración y, con nocturnidad y alevosía, había introducido el argentado juguete en su recto para predisponerlo a una monta rauda. Sin embargo, tras el desplante de Thomas, lo extrajo, dando por hecho que se iría a la cama sintiéndose vacuo. Empero, ya no más.
–Estoy a punto de tener resaca… –jadeó al rotar, buscó con las manos el amparo del mármol y se encorvó, estirando las pantorrillas y emplazando el trasero a media altura. Con la mirada igual de encapotada que el espejo ante ellos, parpadeó, viéndose reflejado en el cristal de la botella, y gimió.
–¿A punto? –se jactó Thomas, oyendo las uñas de Bastian rasguñar la pulida superficie y, clonc-clonc, la pareja de testículos bamboleándose hipnóticos dentro del aterciopelado saco. Se concedió unos segundos, solo unos segundos, para contemplar el fibroso cuerpo que se le ofrecía, implorando por la acometida del suyo. –No, nene –negó, izando la zurda y azotando las dadivosas nalgas de este. –Esta va a ser la resaca de tu vida –le juró, desabotonándose el chaleco; se lo sacó por los brazos de un tirón, resaltando el blanco de la camisa en comparación con el bermejo de las pompas de Bastian.
Como una cuba, sí, Bastian estaba borracho, ebrio de deseo… Resolló, arrastrando la faz contra el mármol y recostó la frente en la roca, gozando de las palmadas que le quemaban la piel. La frescura burbujeante del Moët & Chandon contrarrestó la aspereza de los manotazos, y él barboteó, incoherente. No fue capaz de contener el respingo al notar el champán que se colaba en medio de los mofletes y le impregnaba el aún semidilatado y rosado ano.
Thomas sonrió y mandó el chaleco junto a la americana y el albornoz de Bastian, allá donde ninguno de los dos lo quería y, ni mucho menos, lo precisaban. Amorrándose a la botella, bebió un trago y la repudió, alejándola encima del lavamanos con apenas unas gotas del dorado líquido nadando en el fondo. Presuroso, se empuñó la erecta polla, reguló las caderas y se empujó en el recto de Bastian. No obstante, y dada la estrechez de este, puesto que el butt plug solamente había distendido un tanto el esfínter interno, rechinó, envuelto de asfixiante angostura.
–Fóllame, fóllame… –gimió Bastian a la par que la revenada verga de Thomas ganaba terreno en su ceñido canal. Si le realizaran un test de alcoholemia, lo reventaría, le retirarían la licencia de conducir y lo condenarían a… a… ¡Lo que fuese! Y con gusto cumpliría sentencia, ídem a la consecuente resaca. El champán le corría por las nalgas, se colaba en la cohesión entre su culo y la verga de él y proseguía, regándole las piernas. Aupándose en los dedos de los pies, se impelió hacia atrás y el cuerpo de Thomas se reclinó sobre el suyo, clavándose en lo profundo de sí.
–Chin chin –jadeó Thomas, desvergonzado, en el instante en el que sus pelotas chocaron con las de Bastian, así como en un brindis. Después de todo, él había tenido razón todo el tiempo: el Moët & Chandon, para ser disfrutado, no tenía por qué ser servido en copas…
[1] (FR) El macho terrible.
[2] (FR) El lobo de Christie’s.
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