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Entre las páginas del deseo
La noche se desliza suavemente por la ventana, oscureciendo la mesa de trabajo de Anabel, cuyos pensamientos ardían como una vela encendida en la oscuridad. Apasionada escritora, se enfrentaba a la creación de su relato, como una tejedora de sueños que entrelaza hilos de deseo entre palabras… Las teclas de su portátil tintineaban como las notas de una melodía secreta, femenina, una sinfonía de palabras que fluían con la gracia de un río incontenible, llevándola a través de un viaje sensorial.
Carina, la protagonista de su historia, comenzaba su travesía por un universo de emociones nuevas, como una navegante solitaria en aguas desconocidas, desafiando corrientes de miedo y nerviosismo. Sus experiencias anteriores, siempre con hombres, habían sido como estaciones en un viaje por lo heteronormativo, pero ahora sentía que estaba dispuesta a explorar un territorio desconocido.
En este mundo imparable de palabras, en cada línea, en cada página que escribía Anabel, el deseo se alimentaba de la ternura, la pasión y algo de pudor, como una danza poética en primavera. La seducción se convierte en una coreografía sutil, infinita, un juego entre las miradas, caricias de intención y deseo y promesas silenciosas que flotaban en el aire como hojas llevadas por el viento suave e intenso.
Las caricias del aliento de sus labios son susurros de complicidad, igual que esas hojas que susurran secretos al viento. Una vez más, el día da paso a la noche, una noche estrellada que se convierte de nuevo en testigo de la pasión, en cómplice de un nuevo encuentro furtivo entre aquellas dos mujeres, Carina y aquella mujer misteriosa de la que no conocía el nombre y, sin embargo, cerraba sus ojos y podía dibujar cada pliegue de su piel, cada movimiento de su cuerpo, dejándose llevar por la pasión, como un lienzo estelar pintado con pinceladas de algo que tal vez podría llamarse amor.
La trama se tejía con delicadeza, palabras de amor, matices de intimidad. Una imagen que captura destellos de luz en cada reflejo, creando una sinfonía de emociones compartidas. «¿Y cómo te llamas?», le preguntó Carina, mientras ella se alejaba envuelta en un halo de pasión, en esa melena de fuego, mariposa tímida que se aventura a explorar un jardín desconocido. «Julia», le dijo sin apenas girarse, sabiendo y sintiendo el deseo de Carina en su piel, como un eco que resuena en el silencio de la noche, como el halo de aroma a tarta de manzana y canela recién horneada.
En este vaivén entre silencios y palabras, entre realidad e imaginación, cada encuentro se convertía en un rico paréntesis de pasión y complicidad, Carina y Julia, Julia y Carina, formas y pieles que terminan confundiéndose en la imaginación y la fantasía de Anabel, como las estaciones en un viaje interno. Carina y Julia se convertían en cómplices misteriosas, dos conspiradoras que comparten un secreto sagrado albergado en las cavidades de su cuerpo de mujer. Anabel describe con maestría cada encuentro, cada cita piel a piel, tal como una pintora plasma paisajes emocionales en un lienzo libre, blanco. Sin darse cuenta, Anabel, no podía dejar de escribir, llenando páginas y páginas de sensualidad sugerente, respetuosa y sincera, como un perfume que impregna el aire y despierta todos los sentidos. Un baile entre lo explícito y lo imaginado, como una danza que se desliza entre la realidad y el deseo, cruzando la suave y sedosa línea entre la fantasía y el deseo.
Página 33. En ocasiones, Julia, atrevida buscadora del deseo, proponía a su compañera de sábanas de pasión compartir uno de esos objetos de placer que complementan la experiencia haciéndola única, vibrante e infinita, como un detalle que realza la belleza de un cuadro sin ser la protagonista. Ambas mujeres se desnudan de dentro afuera, el cuerpo es solo un territorio, el alma es la unidad. Cada encuentro es más pleno que el anterior, elevando las sensaciones de las amantes, llevándolas a descubrir un gozo nuevo y exquisito, sin fin, como un manantial que fluye en un oasis escondido. Es aquí donde la línea entre la fantasía y la realidad se desdibuja, igual que un paisaje que se difumina en la distancia, creando un lienzo donde la dualidad de emociones se entrelazan, como colores que se mezclan en una paleta artística.
Cada pulsación del teclado suena en Anabel como un vivo latido compartido entre la autora y las amantes de sus páginas, cada pausa, un respiro de deseo para seguir tecleando la historia, como el compás de un corazón que late al unísono y en expansión con el universo. Las líneas se llenan de palabras ordenadas de forma natural, palabras femeninas, palabras de una sensualidad sugerente, un baile entre lo explícito y lo imaginado, como una sinfonía que se compone en el silencio de la noche. Las conexiones emocionales son la columna vertebral de cada relato, celebrando la belleza de las experiencias humanas que trascienden lo físico, como un canto que eleva el espíritu.
El aroma a tinta virtual impregnaba el aire mientras Anabel continuaba plasmando la historia en su pantalla, como una alquimista que mezcla ingredientes para crear una poción mágica. La travesía de Julia se convertía en un viaje compartido, una exploración que llevaba a ambas mujeres a descubrir nuevas dimensiones de la intimidad y el placer, como exploradoras que desentrañan los secretos de una tierra inexplorada.
Y en este universo de palabras, la sensualidad se manifestaba en cada giro de frase, cada pausa, cada punto suspensivo es una invitación a la lectora a imaginar, a participar en la escena, a cambiar el destino de las siguientes palabras que son creadoras de pasión.
Y cada línea, como un susurro que acaricia la piel, invitando a sumergirse en la pasión que habita en esas las páginas y
dejando espacios de silencio,
líneas en blanco, que solo se llenarán
rebosantes de pasión y deseo,
hasta la próxima vez que alguien lo lea… como un destino que aguarda en el horizonte la llegada de una nave apasionada.