Cuando se trata de comer, se puede comer con finura y deleitarse con el plato. Pero cuando se tiene hambre, la finura pasa a un segundo plano y engullir hasta la saciedad y comer «a lo guarro» se convierten en los mayores placeres humanos. Disfruta de este excelente relato de Mar Márquez.
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El Hambre
Levantó la cabeza del plato y me miró a través de sus gafas. Duró poco la imagen de su barbilla pringosa salteada de trocitos de marisco, pero lo suficiente como para recordarme que unas horas antes el plato había sido yo. Y que me había engullido con la misma falta de finura y decoro. Unas horas antes se había amorrado a mi coño con la disculpa aceptada de un «no puedo parar de comerte, me vuelve loco tu sabor».
Saúl había desmembrado gambas y langostinos con la punta de los dedos. Cualquier objeto perdía entre sus manos las dimensiones que me resultaban familiares, para pasar a ser minucias endebles e insignificantes, objetos casi todos caducos y de mucho menos valor. Saúl transmitía ansias de vida y eso convertía en nimias fruslerías todo aquello que no fuera unas botas de montaña, una lija, verdura del mercado y un rotulador. Así le resumía cuando le oía y miraba atentamente intentando formular el esbozo de quién era este Saúl de vocabulario quijotesco y piernas de gladiador.
No sabía quién era cuando me vertió una lamida de lengua fresca sobre el clítoris como el despertar de un rayo de sol en plena cara. Me desveló su cabeza abriéndose hueco entre las piernas para hocicarse allí, en mi vulva adormilada y allí, allí mismo comenzó a gemir.
Saúl gemía cuando yo movía la cadera en la búsqueda de mejores placeres. Me frotaba contra su boca y él la abría aún más, espirando un vaho caliente que templaba el frío propio del amanecer. Encajé a Saúl en mi coño somnoliento retirándole el pelo de la cara y agarrándole la cabeza con las dos manos. Empujé a Saúl hacia mí para animarle a bucear más profundo, a tener más hambre, a comer con más ahínco.
No sabía quién era cuando le agarré las manos que me acariciaban el vientre y respondió apretando fuerte las mías. Ni cuando me aferré a sus brazos para sostenerme a ras de suelo y él los tensó para decirme, sin cesar de desayunarme sobre el futón, «te siento, sujétate fuerte, no te voy a dejar caer».
Me zampó así, de buena mañana, durante todos los minutos que pude y quiso para embeberse de y en mí, para poder adivinar también él quién era la mujer que plañía al penetrarla despacio en su cama. Quién era esa que brincaba con espasmos sobre él y que le mojó el vientre una vez, otra vez, más otra y una más con sacudidas de santera agitada.
Batía la lengua en la búsqueda de mis suspiros y se quedaba ahí, a la orden de mis gemidos, volteos de cabeza y tensión muscular. Me chupaba amasándome los labios con los suyos y sacaba fugaz la lengua para dejar un rastro de saliva caliente desde atrás. Así me besaba el culo y lo dejaba mojado, listo para una follada descomunal. Movía Saúl su cabeza al ritmo de mi cintura, sin despegarse de ella por mucho que las ondas violentas de mi cuerpo encrespado lo intentaran y acariciaba la cara interna de mis muslos, apretándolos con ternura para intentar aminorar mi ritmo e intensidad.
No me corrí en la boca de Saúl en ninguna de las tres comidas con las que me deleitó esa mañana. No sabía quién era y mis orgasmos no afloran ante tanto estímulo nuevo y placer bestial. Me corría ahora, mientras le miro limpiarse la cara, llenarme de nuevo la copa de vino y buscando qué otro bicho marino del plato devorar. No sabíamos quiénes éramos Saúl y yo cuando seguimos follamos de postre y siesta, de merienda y de cena, de víspera, noche y madrugada hasta el nuevo rayo de sol que no me despertó ni me dio en plena cara… Porque lo hizo una lamida de lengua fresca sobre el clítoris, me desveló su cabeza abriéndose hueco entre las piernas para hocicarse allí, en mi vulva adormilada y allí, allí mismo comenzó a gemir. Saúl gemía cuando yo movía la cadera en busca de mejores placeres. Me frotaba contra su boca y él…, espirando un vaho caliente que… Encajé a Saúl en mi coño somnoliento retirándole el pelo… y agarrándole con… para animarle a bucear… hambre…ahínco… No sabía quién era cuando… ni cuando… sin cesar de desayunarme en el futón.