Disfruta de los últimos relatos cortos de Brenda, donde el petting es tanto un juego erótico como una terapia sexual.
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Recuerdos del futuro – Relato erótico corto (1)
«Si podemos recordar el pasado, ¿por qué no podemos recordar el futuro?»
-Pregunta científica
Disfrutamos de un rioja mientras hablamos de física cuántica, de música, de cómics. Intento fluir, pero estoy tan nerviosa que te bombardeo con preguntas como si te estuviera sometiendo al test Voight-Kampff. Me demuestras que eres humano finalizándolo con un beso bala que estalla en mi interior. Luego, solo el roce de tu barba, tu sabor, el olor de tu piel, las respiraciones entrecortadas, el aullido lejano de un trueno. La eternidad dura, apenas, un instante. Te separas, sonriendo, y me tomas de las manos.
–Ven –susurras, guiándome como a un ciego por el salón.
Lo estoy (LO ESTOY) de deseo por ti y me cuesta desprenderme de tus labios, de tu aliento, de tu cuerpo, del placer que siento al pegarme contra él, al frotar mi sexo contra el tuyo por encima de la ropa, al follarte sin follarte como si folláramos.
Me agarras con firmeza de la cintura girándome hacia el balcón. Me rindo. Domíname.
–Mira.
Obedezco. Nuestras siluetas se reflejan en el cristal de la ventana distorsionadas por las líneas caprichosas que trazan las gotas de lluvia. Siento tu energía a mi espalda, la firmeza de tu miembro en mis glúteos a pesar de la ropa, la delicadeza de tus dedos abriéndose paso por debajo de la blusa. Elevo los brazos y me aferro a tu cuello; tú besas el mío mientras acaricias un pezón con la mano izquierda y deslizas la derecha por mis curvas. Tomas mi sexo como si fuera tuyo (hoy lo es, lo es, LO ES) y ejecutas una melodía improvisada. Vibro. Soy, simplemente, un blues.
¿Se perderá este recuerdo «como lágrimas en la lluvia»? «¿Quién sabe?» Me niego a vivir con miedo.
«Es hora de morir», gimo, mientras me corro entre tus dedos.
N. de la A.: Las citas pertenecen al guion de Blade Runner.
Recuerdos del pasado – Relato erótico corto (2)
«Terapia de focalización sensorial y petting». Gilipolleces. Gilipolleces modernas para sacarle la pasta a los ingenuos. No tenía que haberse dejado convencer. ¿Impotencia por ansiedad? No se le empina y punto. Ni con porno ni con putas ni con la nueva a la que intentó empotrarse en los lavabos de la oficina y a la que terminó comiéndole el coño con más rabia que deseo, para que no notara que no se le ponía lo suficientemente dura. Sí, lo notó su esposa, tras meses de rechazo, de excusas ridículas, de una discusión en la que él acabó al borde del llanto, gritándole que no era un hombre y que se buscara a otro. Pero no lo hizo, no, lo que buscó fue un terapeuta al que tuvo que explicarle sus miserias, colorado de la humillación, mientras tomaba notas asintiendo como si entendiese y ella le agarraba la mano consolándole como si fuera un crío.
Y aquí están, sentados sobre cojines en su habitación matrimonial aderezada para la ocasión con velas rojas y varillas de incienso, cuyo tufo le recuerda a una tienda inmunda que descubrieron en el zoco de Fez. «Mírame, por favor, mírame a los ojos, cariño, mírame», le suplica y él accede solo para que deje de insistir, para probar la maldita terapia y que no funcione, para que ella acepte de una puta vez lo irremediable.
¿Cuánto hace que no nos miramos realmente? –le susurra.
Mucho –piensa, sintiendo que algo se le quiebra por dentro.
Se sorprende al descubrir el paso del tiempo en su rostro. Canas teñidas de henna, pequeñas arrugas en las comisuras de los labios, una diminuta cicatriz en la ceja. La llama de las velas se refleja en sus pupilas confiriéndoles un poder hipnótico que le traslada al pasado. Comprende, al fin, que huele al incienso de Fez porque es el incienso de Fez que compraron en aquella tienda sobrecargada y sucia cuando el vendedor les insistió tanto sobre sus efectos afrodisiacos que ella se echó a reír. Su risa, ¿cuánto hace que no ríe así? ¿Cuánto que no la acaricia como en la habitación de aquel hotel con vistas a la medina, para que las cosquillas la retuerzan de placer? ¿Cuánto que no recorre su piel con las yemas de los dedos hasta que le suplica que se la folle y él no la obedece, sino que continúa hasta su sexo, separa los labios, describe espirales sobre el botón de su clítoris hinchado y humedecido de deseo provocándole un orgasmo tras otro, mientras la observa convulsionándose y gimiendo su nombre como si fuera un milagro?
Extiende la mano y toma su seno con una ternura que creía olvidada. El pezón se yergue; su polla, también. Las yemas de sus dedos inician un viaje de redescubrimiento por la curva de su costado arrancándole, por fin, una carcajada. Se retuerce de placer y le suplica «fóllame», pero no la obedece, sino que continúa hasta su sexo, separa los labios y traza espirales sobre el botón de su clítoris hinchado y humedecido de deseo provocándole un orgasmo tras otro, mientras la observa convulsionándose y gimiendo su nombre como si fuera un milagro.