Relatos eróticos

Relatos ero: Orgasmo femenino – Relatos eróticos cortos

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Deléitate con estos dos relatos sobre el orgasmo femenino. En Amor y Primavera, Brenda B. Lennox relata con maestría el clímax desde las perspectivas del conocimiento y el descubrimiento.

Relatos ero: Orgasmo femenino

Amor – Relato erótico corto (1)

Vení a dormir conmigo; no haremos el amor, él nos hará.
Julio Cortázar.

Ven a dormir conmigo, pero no dejes que el sueño me venza. Abrázame como solo tú sabes, acunándome como a una niña, encendiéndome como a una mujer.

Mírame. Que tu luz ilumine la oscuridad, que tus sombras se fundan con las mías. No temo a los monstruos si caminas a mi lado entre las tinieblas.

Bésame, dame el aliento que a veces me falta, lléname de brisa, conviérteme en caracola y acerca tu oído a mis labios para escuchar el rumor de mi mar, el rugido de la tormenta, el eco de tu nombre en los abismos de mi pecho.

Coge mis manos, chupa cada dedo, encuentra el hilo rojo que nos une desde el principio del tiempo. Quiero que descienda hasta el centro de tu pecho para tejer, alrededor de tu corazón, una crisálida.

Acaricia esta piel que te pertenece. Que palpite, tiemble, arda la carne hasta los huesos. Quiero renacer como Fénix. Dame alas.

Yace sobre mí. Inmovilízame con tu peso. Coloca tu miembro entre mis labios. Que la humedad lo guíe a mi interior.

Horada mis entrañas, lléname hasta que no exista nada en mí que no seas Tú; tu olor, tu sabor, tu sudor; la dureza, la calidez, el estremecimiento de tu carne.

Quiero sentir el placer invadiendo cada célula que me conforma, las oleadas de energía ascendiendo  por mi columna, el estertor de una petite mort sin fin.

Para, bésame, muévete despacio hasta que mi vientre palpite de nuevo. Mátame una y otra vez.

Vacíate. Fluyamos juntos en un único río. Que el agua de nuestra vida cree otra.

Primavera – Relato erótico corto (2)

Jamás había experimentado un orgasmo. Siguiendo la tradición familiar, se casó virgen, a los 18, con su primer novio, un malnacido que le prometía el cielo y la hundió en el infierno. Sus relaciones emocionales se reducían a órdenes, silencios que rezumaban veneno y miedo; las sexuales,  a besos toscos,  estrujamiento de senos, fugaz culebreo de lengua y caderazos que la empotraban contra el cabecero de la cama, hasta que se corría gruñendo como un cerdo.

A pesar del deseo insatisfecho,  fiel a la educación (o falta de ella) recibida, nunca se había masturbado. Además, era frígida. Él se lo había escupido cuando la abandonó por una de las prostitutas que frecuentaba. Grita de placer y se corre varias veces, afirmó orgulloso, el pobre desgraciado, mientras hacía las maletas.

Atormentada por la ausencia, la libertad, la culpa, se lo confesó a su única amiga y esta se lo tomó como algo personal. Durante una hora la aturrulló con el informe de Shere Hite, el empoderamiento femenino y la necesidad de que se abriera a nuevas experiencias. Ella escuchó en silencio, asintiendo levemente,  pero cuando al despedirse elevó la mano en el aire sin mirar atrás, su amiga pensó que había sembrado en terreno baldío.

Por fortuna, se equivocó. Tres semanas después, le llamó para pedirle «el enlace a esa página web que te enseña a masturbarte»: la semilla había germinado.

El primer día fue desastroso. Aquellos tutoriales le parecían porno duro y, además, se sentía como una pecadora que infringía el sexto mandamiento, y lo peor de todo, sola.

Lo dejó correr, pero la semilla continuaba enraizando y, un bendito miércoles, se armó de valor. A fin de cuentas, a lo largo de su vida había infringido el primero, segundo, tercero, cuarto, octavo y décimo mandamiento. Que  Dios la perdonara si cometía el sexto, porque el noveno la estaba atormentando y ¡YA ESTABA BIEN!

Se tumbó en la cama, cerró los ojos y se dejó llevar. Los tallos guiaron a sus manos por los pechos generosos, el vientre redondo y maduro, el vello abundante que cubría su pubis, los labios hinchados y húmedos, el clítoris que palpitaba como un corazón.

Y floreció.