Relatos eróticos

Relatos ero: Bricosado – Relatos eróticos cortos

Deléitate con estas dos historias breves sobre Bricosado o de cómo materializar fantasías sadomaso con objetos caseros BDSM.

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Relatos eróticos

Como un niño en una juguetería – Relato erótico corto (1)

Se adentra  en la «tienda de los chinos» o como la llama, nostálgico, «El Todo a Cien». Lleva una lista: tacos robustos para poder colgarla del techo con seguridad, perchas de alambre para convertirlas en hierro para marcar y tinte de cuero negro para restaurar el cinturón con hebilla de plata que compraron e EEUU mientras recorrían la Ruta 66.  Intenta ceñirse a ella, pero el silencio, la luz tenue de los flexos y el tiempo detenido en los pasillos solitarios a esa hora en la que todo posible cliente está dejándose arrastrar por la marea vacua de su vida le fagocitan.

Comienza a deambular.  Decenas, cientos, quizá miles de artículos aparentemente inocentes le tientan para que les dé una utilidad distinta, un nuevo propósito vital, un destino menos prosaico.  Así será, les promete. Echa en la cesta  un estropajo, un colador, un paquete de chinchetas, una correa de perro… Sopesa un rollo de cables, si les aplica calor podrá convertirlos en un flogger con el que azotar la suave piel de sus nalgas hasta que brille rojiza como la raja de su sexo.

En la sección de juguetes encuentra un arco con sus flechas; comprueba la  flexibilidad, demasiado duras, a Ella no le gustará y no puede permitirse ese lujo. La última vez estuvo a punto de perderla. Y no, no quiere que eso ocurra. Los deja en el estante y sigue deambulando. Su intuición le guía y descubre unas pinzas para rulos del color favorito de Ella. El tiempo se detiene. Las imagina en sus diminutos pezones rodeados de aureolas grandes y carnosas, mientras Ella cierra los ojos, se muerde los labios, intenta obedecer su orden de silencio hasta que se rinde, se convulsiona, pierde el control, le suplica que apriete hasta arrancarlos.

Ella, Ella, Ella… alzando las muñecas para ser sometida por una cuerda para que él la convierta en una obra de Shibari única, hermosa, perecedera en el tiempo, eterna en la memoria. Calibra varias, de yute, de cáñamo, de algodón… ninguna le convence. ¿Y si experimenta con cinta adhesiva? Sí… La someterá sin dejarle marcas que acariciarse cuando él no esté, en un intento vano de revivir lo que fue y ya no es, hundiendo sus dedos en su interior hasta correrse, quebrantado su orden porque siempre, y él lo sabe, y Ella lo sabe, puede.

Un suave carraspeo le saca de su ensueño. Es la dependienta que le mira fijamente. Toma conciencia de su miembro erecto que pugna por reventar los pantalones. Se tapa con la cesta, pero sabe que es un gesto inútil e intenta, ruborizado, componer uno de disculpa. Tras un instante que se le hace eterno, la chica alarga la mano hacia la estantería, coge un paquete de cinta adhesiva y se lo ofrece.

—Esta. Más mejor. Americana no. Pegamento mucho fuerte. No nos gusta —balbucea, con acento asiático, mientras se inclina ceremoniosa.

Medusa – Relato erótico corto (2)

La observa en silencio mientras tiende en el baño su ropa interior. Braguitas de algodón blancas con dibujos de Hello Kitty, unas medias negras de rejilla y un culote, de látex, también negro,  con una provocativa abertura que le recuerda lo delicioso que es hundir su miembro entre sus glúteos. No hay ningún sujetador, claro. No los usa. Tiene unos senos muy pequeños y además odia sentirlos oprimidos con algo que no sea los dientes de su amo, sus dedos, sus juguetes. La desea. Desea coger una de las pinzas que todavía sostiene en su mano y atrapar los labios de su sexo, tersos, diminutos, sonrosados,  hasta arrancarle un grito de dolor y de placer; pero cuando ella se gira, advierte en sus ojos que eso es  lo que espera y se controla.

Ladea la cabeza, esboza un mohín caprichoso y su cabello lo enmarca. Su cabello… largo, ondulado, indomable… como Ella. A veces la odia por ese motivo y desea cortárselo y encadenarla y someterla totalmente; pero sabe que eso no menguaría su poder, no. Ella no es Sansón, Ella es Medusa, aunque le permita domar a las serpientes con el cepillo de madera, acariciar su espalda con las cerdas, peinar el vello ensortijado de su pubis rozando suavemente su clítoris, azotar sus glúteos hasta que sus ojos se llenan de lágrimas y su sexo de orgasmo.

Se decide. Coge el cepillo que está sobre el lavabo, sale del baño sin mirarla y le ordena que le siga. Obedece. Se sienta erguido en el sillón y se da un golpecito en los muslos con el encantador de serpientes.

Ella se tumba.

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