Relatos eróticos

Relatos ero: Beso negro – Relatos eróticos cortos

El 13 de abril es el Día Internacional del Beso Negro y nosotros lo celebramos con dos relatos cortos de beso negro o analingus tan intensos como excitantes. No te pierdas los Relatos ero: Beso húmedo y Narración oral.

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Relatos eróticos

Beso húmedo – Relato erótico corto (1)

—Voy a ducharme.

Me acurruqué intentando dormir. No pude. Mis huellas se borrarían y me puse celosa. Salté de la cama, caminé con sigilo y le espié por la rendija. El agua se deslizaba por su cuerpo y su piel brillaba húmeda. Estaba sedienta.

Entré en la bañera y me puse detrás de él.

—Le voy a cachear. No se resista, señor.

Se rió. Apoyó las manos contra las baldosas y separó los pies. Comencé a enjabonarle demorándome en cada recoveco, en cada pliegue, en cada poro. Le aclaré con la ducha y me arrodillé. Mis labios se deslizaron por sus muslos, apresaron sus testículos y los chuparon con gula. Estaban duros, húmedos y ardían. Yo también. Mi lengua se arrastró y pulsó, rítmica, en la pequeña hendidura. Arqueó la espalda y sentí que se iba a correr. No, todavía no. Separé sus glúteos y lamí los pliegues rugosos describiendo círculos cortos. Mi lengua le penetró buscando sus entrañas y mi mano trepó buscando su sexo. Las dos se movieron al unísono y comenzó a gemir. Aceleré el ritmo. Su cuerpo se tensó y se corrió con un gruñido.

Me incorporé y le di un azote cariñoso.

—Mi chico está limpito.

Me giró con fuerza pegándome contra la pared.

—Tú, no.

Narración oral – Relato erótico corto (2)

Leía su novela tan metida en la historia como Bastian en Fantasía. Solo existía el mundo que él había creado. Este se había difuminado hasta el punto de preguntarme cuál era el real. Sus manos me sacaron del ensueño y me trajeron de vuelta. Me bajaron las bragas sacándolas por los tobillos y cuando su boca trepó supe que me iba a comer. Alcé la cadera, apoyé la cara en el libro y me dejé llevar.

—Lee en voz alta.

—Pero…

—Lee.

Hundió la cara entre mis muslos y lamió. De lado a lado, de abajo a arriba, de arriba a abajo… creí enloquecer. Juro que lo hice cuando separó mis glúteos y hundió la lengua hasta el fondo. Un dedo la siguió hasta el centro del abismo y pronto fueron dos. Gemí.

—Lee.

Me chupaba y penetraba con una cadencia sutil. Pronto la descifré: yo marcaba el ritmo o, tal vez, él marcaba el mío; la simbiosis perfecta entre narrador y oyente, entre escritor y lector. Me paré en una frase, su lengua se detuvo. Leí más deprisa, culebreó. Saboreé las palabras, deletreó. Una y otra vez. Una y otra vez. Una y otra vez.

Sentí los espasmos. Mi cuerpo se corría y aceleré. Aceleré. ACELERÉ.