En esta nueva entrega de Confesiones a una sexóloga, vas a leer la primera experiencia homosexual de una persona que, lejos de sus dudas iniciales, pone toda la carne en el asador.
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Una visita inolvidable (Confesiones a una sexóloga)
Mis fantasías homosexuales comenzaron apenas entrando en la pubertad, cuando descubrí los dibujos homoeróticos de varones musculosos con ropas de cuero, tan característicos de Tom of Finland. Solía tener este tipo de fantasías únicamente usando cómics, ya que pocas veces tuve interés en hombres reales. Dichas fantasías iban y venían por temporadas, pero eran mucho menos comunes que con mujeres. Sin embargo, hubo algunos momentos especiales de mi vida en que me sorprendió verme atraído por hombres que conocí. Uno de los más importantes fue Jamal, un jamaicano musculoso, de piel morena y aspecto dominante.
Hacía años que no me interesaba ningún chico. En realidad, solo había estado con chicas. Aquel día había invitado a Jamal a tomar unas cervezas en mi casa. No sabía si a él le gustaban los chicos, ya que me pareció extremadamente masculino en las pocas veces que coincidimos. Pero algo en su forma de mirarme me hacía pensar que podía sentirse atraído por mí. Así que, decidí correr el riesgo y descubrirlo por mí mismo.
Había trazado un plan relacionado con los vaqueros que llevaba puestos. Estaban rajados por la parte trasera, de forma que podían verse mis dos nalgas. Me había cubierto con una camisa atada a mi cintura. Solo si sentía que existía química entre los dos, me soltaría la camisa mientras estaba sentado y entonces iría a coger algunas cervezas a la nevera, mostrándole mi trasero por el camino. El resto dependería de él.
Llegó Jamal y estuvimos bebiendo como había planeado, pero comencé a tener mis dudas. Él parecía interesado en mí, a menudo me tocaba la pierna y acercaba su rostro cuando me hablaba. Sin embargo, no me quité la camisa, pues había desistido de entregarme a él. Quizá me sentí un poco intimidado y eso no me permitió disfrutar del momento tanto como en mis fantasías.
Cuando Jamal se levantó para ir al baño, mi mente se disparó y comencé a imaginarlo sentado en mi bañera masturbándose. En ese momento tuve claro lo que quería hacer: corrí hacia mi cuarto, me desnudé sin pensarlo y me puse a cuatro patas sobre la cama, con el culo apuntando hacia la puerta y mi cabeza apoyada sobre la almohada. Solo percibí que estaba siendo realmente atrevido cuando escuché abrirse la puerta del baño y sus pasos dirigiéndose a mi habitación.
–¿Qué quieres que haga? –Miré hacia atrás y le vi desabrochándose los pantalones. De su ropa interior blanca sacó su gran miembro, que debía medir unos 23 centímetros y era bastante ancho.
Frotó su mano por mi trasero lentamente y besó mis nalgas, una de cada vez. Le dije que podía comerme si lo deseaba y así lo hizo, sin prisas, mientras yo estaba en éxtasis. Al mismo tiempo, me masturbaba con sus manos y yo gemía sin contenerme.
Me acosté y nos miramos. Con una mano llevó mi pie derecho hacia su cara y me lamió la planta. Luego me chupó el dedo gordo.
Nos pusimos de pie, juntamos nuestras pollas y las agarré con ambas manos, frotando nuestros glandes, uno junto al otro.
Después le empujé sobre la cama, me acosté a su lado y le hice una paja despacio. Mi cara estaba muy cerca de su miembro, que desprendía un intenso olor a macho, entre el calor y el sudor. Embriagado con aquella exhalación, comencé a mamársela. Se me hizo la boca agua, pero ni siquiera llegaba a la mitad de toda su envergadura. Con su mano condujo mi cabeza para que tragara más de su poderoso mástil. Casi me estaba ahogando, pero conseguí introducirme unos centímetros más. Él coordinaba los movimientos de mi boca con sus manos, mientras yo escuchaba el excitante sonido de mi propia boca siendo follada. Jamal gemía de placer y entonces soltó mi cabeza y usó su mano para acariciar mi culo.
Varios minutos después, sacó su verga de mi boca y dijo, «¡basta!». Se puso de pie, dándome dos palmadas en el trasero y me ordenó ponerme a cuatro patas. Cogió un condón de mi mesita de noche y se lo colocó mientras me lamía el ano. Intentó penetrarme poco a poco, pero me dolía y tuve que pedirle que se detuviera. Probé de nuevo sentado sobre él, pero no lo conseguí.
Le quité el condón y volví a chupar su polla, mientras sentía como latía. Estuvimos en la posición del 69 durante casi media hora. Embistió mi boca con fuertes y rápidos golpes hasta que dejé de chupar y comencé a pajearle. Entonces se corrió abundantemente. Él me masturbó también, haciendo que me corriera en su pecho. Permanecimos acostados en la misma posición, me besó los pies y no dijimos nada durante unos minutos… no hizo falta.
Nos duchamos juntos cuando ya salía el sol. Lo abracé y él trató de besarme, pero no sé por qué lo esquivé. Se despidió de mí con la promesa de volver, algo que nunca sucedió.
Quizá no volveremos a vernos, pero fue una visita inolvidable.