Hay gente que se propone ir al gimnasio. Hay otros que prefieren aventuras más arriesgadas. El protagonista de esta nueva entrega de Confesiones a una sexóloga es de los segundos.
Sigue leyendo…
Un propósito de año nuevo (Confesiones a una sexóloga)
Todo empezó como una simple apuesta de fin de año, aquella misma tarde en que mi mejor amigo me preguntó cuál era mi propósito de año nuevo. Llevábamos dos o tres cervezas y, con la impulsividad de mis 18 años, no se me ocurrió otra cosa que hacerme un piercing en el frenillo del pene.
Con valentía y determinación, decidí acudir a un salón de tatuajes y piercings. Cuando le comenté al tatuador mi gran plan, con el cigarro en la mano, me dijo: ¿Ahora mismo? Ni corto ni perezoso le contesté: ¡Ya! Alcanzó sus guantes de látex, sus útiles y con decisión me taladró el frenillo del pene.
Días más tarde, y con aquello ya bien curado, se lo conté a una amiga un tanto especial. No se lo pensó dos veces y me propuso que fuera a su casa, según ella porque mis palabras le dieron un punto morboso al asunto. Apenas me demoré en llegar a su piso y lo primero que hice fue enseñárselo.
Tras verlo, me dijo literalmente que deseaba chupármela, ya que nunca se había comido una polla con piercing. Sin dudarlo, accedí a su petición tan directa y fue una sensación totalmente nueva y extraña para mí. Sentía cómo su lengua movía las bolitas del piercing. Estuvo un buen rato jugueteando en su boca con él y era una mezcla de cosquilleo y gusto. Tal vez mi glande estaba más sensible… Aunque no me corrí, fue una buena chupada.
Todo fue genial hasta el polvo. Decidimos hacerlo sin preservativo, puesto que nos parecía probable que se rompiera con el piercing. En realidad, no puedo negar que fue un buen polvo. Volví a notar esa sensación diferente y placentera, que no había tenido antes. También ella decía que sentía el pendiente en su interior.
Acabé corriéndome dentro de ella, pero no nos preocupamos porque tomaba anticonceptivos. Hasta ahí todo muy bien: yo había estrenado mi piercing y ella se había follado una polla con pendiente. Pero cuando saqué mi pene de su vagina me di cuenta de que al piercing le faltaba una bola.
¿Qué hacemos? ¿Ahora qué? Una locura… Mantuve la calma como pude, metí los dedos un poco para notar si la bolita estaba en su vagina y ¡tachán!: la bola cayó con un montón de líquido seminal que estaba dentro de ella.
Nos tranquilizamos y me aseguré de que estuviera bien apretado para prevenir futuros accidentes.
Días después tuvimos un segundo asalto, ya sin tantos nervios. Esta vez fui yo quien le hizo sexo oral, pues también llevaba un piercing en la lengua que me había puesto con anterioridad al del pene. Comencé en sus tetas, jugueteando con el piercing en sus pezones, que se pusieron duros al mismo tiempo que mi pene. Luego me fui hasta su ombligo, lo besé y pasé el piercing por alrededor. Entonces fui bajando por su cintura hasta el monte de venus. Al llegar a su vulva, recorrí lentamente con mi lengua cada rincón, lamiendo sus labios con suavidad para no hacerle daño con el pendiente, y deleitándome en su clítoris. No sé si fue especial o diferente para ella por llevar el piercing en la lengua. Solo me dijo que lo que más le gustó fue la sensación del pendiente al estimular el clítoris. Quizá la excitación era más por el morbo que por otra cosa.
El resto del polvo fue estupendo y sin incidentes como había sucedido la primera vez.
Tengo que admitir que lo del piercing en el frenillo fue una buena experiencia, aunque poco después decidí quitármelo. La verdad es que se encontraba en una zona muy sensible. No es que estuviera todo el día excitado, más bien al contrario, a veces llegaba a molestarme.
Esta es la historia de aquel propósito de año nuevo erótico y extraordinario. No suelo hablar de ello, por eso me apetecía compartirlo contigo, con quien sé que puedo hacerlo sin pelos en la lengua. ¿Me guardas el secreto?