Adéntrate en uno de los relatos más bellos de Brenda B. Lennox, inspirado en la seductora canción de Morphine, The Night.
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Oscuridad
You’re the paint can falling off the wall at the door that slams at the end of the hall where the kid rings sounds of basketball. The battle of the earth of the angels. The shifting snow drifts so realistic, so realistic – call you carpet of stars. See there is something in the yard. It’s awful dark. With the painted strings, the cross, the good luck charm, the prayer, the extra layer.
The Morphine
Sale de la ducha a través de la bruma y la mira como si fuera una aparición. Se inclina para coger una toalla, él se le adelanta. Hay deseo en sus ojos y en las yemas de sus dedos. Seca con ternura cada gota que perla su cuello de cisne, sus hombros angulosos, la curva de la cadera. La piel nívea se eriza.
Apoya el rostro en su hombro; él, en su pelo. Huele a tierra tras la lluvia. La gira con suavidad y la aprieta contra su cuerpo para sentir a través de la ropa la firmeza de su carne desnuda. Su mano derecha se aferra a uno de sus senos y el pezón se yergue marcando nuevas líneas en la palma de su mano. Ojalá trace un futuro juntos. Puede sobrevivir solo, pero no lo desea.
Su mano izquierda navega por su vientre como un hijo pródigo que regresa a su hogar. Ningún abismo, ningún monstruo, ninguna sirena podría detenerle. Su odisea ha concluido. Aguarda frente a la puerta. Ella la abre con sus dedos. Se demora en el umbral y el botón de la flor germina en su mano de nieve.
Se cimbrea como una caña a merced de su aliento. Tan frágil y tan resistente. Arraigada en lo más profundo. Ninguna tormenta podría arrancarla. Aunque, a veces, se dobla a punto de quebrarse. Duda de su amor, teme ser solo un polvo pasajero, un capricho fugaz, una hora de placer y llora, ovillada en su lado de la cama, a kilómetros de distancia, reprochándole su torpeza, su falta de romanticismo, sus silencios.
No entiende que sus manos expresan el amor que su garganta retiene, que nunca ha sido un hombre de palabras sino de Palabra, que cada silencio es un grito, que tiembla cuando ella tiembla, que dispersaría cada sueño descuidado, cada miedo, cada pecado, en la infinitud del mar. No, no entiende, no entiende… y se rinde, se marchita, se apaga, inexorablemente, vencida por la profunda oscuridad de una noche sin luna que le impide ver lo que es para él.
El mascarón de proa, la cruz de plata, la escalera de color.
La rosa de los vientos, el hilo en el laberinto, el faro en lontananza.
El luminoso en la carretera, el buzón con su nombre, la chimenea encendida.
Las flores del balcón, la carcajada sincera, las lágrimas que arrastran el pasado.
La plegaria que mantiene su Fe, la nana que le mece, el ángel que protege su sueño.
La inocencia, la música, el poema.
El maná, el oasis.
El prana.
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