Se nota que San Valentín está a la vuelta de la esquina. Hasta Brenda B. Lennox se ha puesto (sexualmente) romanticona con este relato, inspirado en la canción I remember you de Skid Row.
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Locura
Woke up to the sound of pouring rain
The wind would whisper and I’d think of you
And all the tears you cried, that called my name
And when you needed me I came through.
Skid Row
Llueve. Me estremezco. No es frío, es el eco de aquella noche anegando mi piel, mi carne, mis huesos, mis átomos, como un diluvio que arrastra la tristeza y el dolor. Cierro los ojos. Recuerdo. También llovía. Se me había roto un zapato. Me descalcé y dije que os adelantarais. Corrí hacia el hotel intentando esquivar los charcos hasta que me di cuenta de que me sentía tan feliz que no me importaba chapotear en ellos. Lo hice ante la mirada atónita de los transeúntes. Seguramente pensaron que estaba loca. Probablemente lo estuviera. «¿Acaso conoces cuerdos felices?» *
Ducha rápida, otros zapatos y la ciudad que se abría ante ellos. Busqué el restaurante, sin prisa, lo confieso, disfrutando de la lluvia que caía sobre mi rostro. Te encontré en las escaleras. Tu sonrisa sacudió mi pecho como un relámpago. «Estaba preocupado. Iba a buscarte» «Si lo sé, tardo más» Sonreíste de nuevo mientras me guiabas al salón. Busqué un sitio. Estaba lejos de ti, pero tan cerca…
Luego, la música, la risa, los brindis, las confidencias, la Poesía… y el regreso contigo a mi lado, la charla en recepción, las excusas para subir a solas. Mis dedos pulsando todos los botones mientras susurraba que quería besarte. Tu mirada, tu boca, tu cuerpo, tu olor, el brillo de nuestras almas, la puerta del ascensor abriéndose en cada piso, la intimidad del último, la penumbra, la búsqueda de un refugio, la imposibilidad, el deseo insatisfecho, mi beso de buenas noches.
Llueve. Me estremezco. No es frío, es el eco de aquella noche anegando mi piel, mi carne, mis huesos, mis átomos. Cierro los ojos. Te recuerdo. Me acaricio al compás de las gotas que se estrellan contra la ventana. Mis dedos son los dedos de tu mano que ya no duda; los dedos de la mía que ya no tiene miedo y te guía, bajo las sábanas, bajo el tanga de encaje, bajo el vello. Obedecen, separando los labios que se hinchan, acariciando el clítoris que palpita, penetrando la entrada hasta los nudillos. Brillamos de nuevo mientras me besas, y te beso, y mi lengua se desliza por tu cuello, y mis dientes muerden tu hombro, y mi mano busca tu sexo, y lo acaricia, despacio, hasta que tiembla, hasta que humedece la palma, hasta que se derrama como un diluvio que arrastra la tristeza y el dolor.
Te echo de menos. Te echo de menos aunque no existan el tiempo ni el espacio. Te echo de menos aunque estás aquí. Aquí. AQUÍ. Te recuerdo, ¿tú también me recuerdas? Dime que sí. Que morirías por un beso. Que te acaricias en mi nombre. Que estás loco por mí. ¿Acaso conoces cuerdos felices? *
*N. de la A. «¿Acaso conoces cuerdos felices?» Alicia en el país de las maravillas. Lewis Carroll