Esta es una breve historia erótica de una mujer valiente. Una historia acompañada por la canción State of Love and Trust de Pearl Jam, sobre una mujer que huye del amor y la confianza… Sobre una mujer que busca amor y confianza.
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Amor y confianza
And I listen for the voice inside my head
Nothin’, I’ll do this one myself
Oh, ah, and the barrel waits, trigger shakes
Aimed right at my head, don’t won’t you help me
Help me from myself
Pearl Jam
La voz que habita en su cabeza le susurra que puede lograrlo sola. No la cree. Está tan cansada… Necesita que curen sus heridas, que la arropen, que le mientan diciendo que todo saldrá bien. Amor y confianza. Solo amor y confianza.
Los amantes se suceden. Se mimetiza con cada uno de ellos. Transmuta como un camaleón. Azul cuando la besan convirtiéndola en poesía. Granate cuando clavan los colmillos y brota la sangre. Púrpura cuando las cuerdas la sumergen en el placer del abandono.
Se mimetiza, sí, nunca es ella misma. Como ahora. Es difícil confiar de nuevo. Aunque hay valor en su mirada. Quizá esta vez…
Le confiesa la punta del iceberg. La bestia que habita en su casa. La espada de Damocles. Él se horroriza, golpea la pared, jura que la rescatará. Y ella cree sus promesas hijas de la extrema ignorancia. Un tibio arcoíris brota de su pecho. Amor y confianza. Amor y confianza.
Planean la huida. Señuelo, ruta de fuga, piso franco. No hay ningún cabo suelto. Nada puede salir mal. Aguarda, balanceándose en el columpio, con la mirada perdida en el cielo que se extiende tras los barrotes. Llega el día D. Corre. Corre aunque la ausencia de aire incendie sus pulmones, corre aunque las piernas se quejen con cada paso, corre aunque el corazón amenace un derrumbe… corre hasta que advierte que las balas que silban a su alrededor son de la misma arma. Nadie cubre su espalda. Otro más que se ha ovillado entre los escombros. Se detiene. Levanta las manos. Regresa a su jaula. Por lo menos sigue viva.
Una semana después, la llama. Se disculpa, se justifica, suplica otra oportunidad. Ella se la concede, como a los otros, como siempre. Se castiga. «No tenía que haber pedido ayuda. No soy nadie para esperar nada. Hay guerras que debe librar uno mismo». Y sigue aceptando sus limosnas, su trinchera de paja, su amor sin confianza. Amor sin confianza.
Él se crece, como si fuera suficiente, como si mereciera siete monedas de plata con un «te amo» grabado. No contesta. Transmuta por última vez. Azul, granate, púrpura. Besa, lame, muerde, chupa, acaricia, araña, se somete, recibe, da, se corre, se corren. La ausencia de luz engulle el arcoíris, su piel de camaleón se tiñe de negro y se marcha sin mirar atrás.
De nuevo el hielo cortante del iceberg, la bestia que ruge mostrando las fauces, la espada de Damocles sobre su nuca. Los barrotes, el columpio, el miedo. La voz que habita en su cabeza le susurra que puede lograrlo sola. «Puedes lograrlo sola. Puedes lograrlo sola». No la cree. Está tan cansada… Necesita que curen sus heridas, que la arropen, que le mientan diciendo que todo saldrá bien. Amor y confianza. Solo amor y confianza.
Conoce a otro hombre. Hay valor en su mirada. Quizá esta vez.
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