Disfruta de este relato con audio de Karen Moan, en el que describe las sensaciones de ese «tener ganas de guerra».
Sigue leyendo…
Tengo ganas de guerra
Pulsa play para activar el audio:
Narración: Karen Moan
Acabo de llegar a Madrid tras demasiado tiempo en Babia. Soy una chica responsable, hasta que me harto de ello y entonces ocurre. Es como un clic (¿Manara?), que quiero pensar alguien maneja, ajeno. Así podría justificar las ganas, el descaro, la casi inconsciencia que avivan una desatada voluntad.
Si supiera cuando se activa, o porque, quizás, solo quizás, estaría más preparada. Pero no. Ese chasquido inmanejable que parece sordo, suena bien alto dentro de mí. Y lo cambia todo, desde el momento en el que pongo un pie en la estación de autobuses como si me recibiera con un cartel de bienvenida. Ni salgo de la plataforma cuando ya me he desprendido de las bragas en el desangelado baño y, bajo esa luz blanca de neón, me encuentro en el espejo, irreconocible y conocidísima. Esa, la buscona.
En las escaleras mecánicas, decido inmortalizar el momento con un selfie, no de mi ardiente rostro, sino de mi reciente desnudez bajo el vestido veraniego. Ni me molesto en comprobar si tengo testigos tras de mí.
Tengo ganas de guerra, mando la foto a un afortunado receptor, de los que esperarán ser llamados a filas en breve. ¿Será hoy? ¿Quién sabe?
¿Y cuáles son mis armas? Una estrategia sin planificar, pero tan integrada en mi sistema que sé que funcionará, sea quien sea la ¿víctima? Un anónimo o el veterano, quizá el que recibió la foto o no. Cuando el deseo manda, las reglas son otras. En realidad no hay. Seguro, alguien cuya vida transcurre tranquila en estos momentos y que mañana se preguntará «¿Qué cojones ocurrió?». Y entre medias, una batalla de las que hacen historia, al menos, la nuestra.
¿Y cuáles son mis armas? La seguridad que mueve mi contoneante cuerpo, la desfachatez de mi mirada o el discurso casi mudo y definitivo que concluye que en este momento, aquí y ahora, no hay absolutamente nada mejor que hacer que follarnos mutuamente.
¿Mas munición? Mi cuerpo, que en pleno combate se torna en una especie de planta carnívora que, de abajo a arriba, se enlanza en tus piernas, estrujándolas, envolviendo tu sexo con sus ramas, absorbiendo tu aliento, desparramando sus jugos pegajosos e imposibles por todo tú, derritiéndote, devorándote… para luego, derretirse ella, contigo, a la vez…
Porque mi guerra es jodidamente pacífica. La buscona busca ondear una bandera blanca, aunque en el contacto físico queden restos, moratones, agujetas o alguna nueva cicatriz. Busca retarte durante horas, batallar contra tus ganas, torturarte con sus palabras guarras, tu sublevación, tu huida y tu rendición.
Te busco a ti. Busco el momento en el que con exiguas fuerzas, abatido, casi inerte, me buscas a mí y, en tu mirada, centellea la rebeldía. Y arrastrándote te colocas sobre mí, tu mano derecha sujeta la mía izquierda, tu izquierda, mi derecha. Aprietas levemente, y lo sé. Ahora me toca a mi rendirme, ahora me toca a mí reconocer tu victoria, ahora mi cuerpo contoneante, cerdo y descarado suplica clemencia, clemencia… esa que llega cuando me penetras con tortuosa lentitud, esa que llega hasta el fondo, y aún ahí aprieta más, un poco más. Muerta en combate.