Relatos eróticos

Sebastián – Crónicas Moan (by Eme)

No te pierdas esta exquisita historia BDSM de dominación contenida, firmada por Karen Moan.

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Relatos eróticos

Sebastián

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Narración: Karen Moan

Charlábamos sobre las diferentes formas de diversión, posibles. Habíamos vivido, ambos, tantísimas fiestas en las que ambiente, actitud y sustancias conseguían lo imposible, que casi parecía un reto encontrar qué momento de nuestras vidas ganaba en morbo, transgresión o simple­­­­mente disfrute. No era una pelea, más bien una divertida manera de calentarnos.

–Para mí, uno de los momentos más excitantes vividos públicamente fue cuando asistí a una cena en la que todos los hombres se llamaban Sebastián.

Me miraste curioso y divertido.

–¿Sebastián?

–Sí, todos. Una cena que tenía como propósito que un grupo elegido de mujeres disfrutara de los manjares culinarios, físicos y casi mentales de un grupo de hombres muy dispuestos a complacernos. El nombre común de Sebastián les desposeía de personalidad, tornándoles en objetos de deseo. Un deseo que despertó otro, el nuestro. En principio, tímidas ante su actitud servil y dispuesta, luego, reconociendo un lugar inalcanzable y único, el del control absoluto de la situación.

Tu mirada se tornó más que curiosa, casi con un tinte ansiosa.

–¿Y qué paso? –preguntas.

–En realidad, no puedo contártelo. Pactamos que lo ocurrido nunca saldría de allí.

Tu mirada de decepción y mis ganas de complacerte resultan en una idea.

–­Pero puedo decirte lo que pasaría si tú fueras Sebastián.

No termino de interpretar tu mirada, pero me la juego.

«Llego a casa y me recibes con mi banda sonora, el fuego encendido y un reconocible olor a mimos culinarios. Me acompaña una amiga que desconoce el juego. Al llegar, te diriges a nosotras con cierta reverencia y nos quitas los abrigos y bolsos, preguntándonos qué vamos a beber. Mi actitud tranquila y neutra no evita la expresión algo jocosa de mi compañera. Vistes camisa y pantalón, un atuendo demasiado serio para lo que suele llevarse en casa. Me dirijo al salón con ella y pronto apareces con nuestras bebidas en una bandeja, acompañadas de un aperitivo. Nos sirves y te vas, mientras yo lleno el silencio de una conversación banal que sé que ella no escucha puesto que vigila tus movimientos, aun preguntándose qué está ocurriendo. Al rato no puede más y me pregunta si eres un camarero contratado para la cena.

–No, es mi sirviente –Ella estalla en una carcajada nerviosa, pero al no sentirse acompañada la interrumpe.

–Sebastián lleva un tiempo complaciendo mis deseos porque, a la vez, esto le complace a él –Le explico, seguido de una extensa explicación sobre las diversas e inimaginables formas de deseo.

Tu apareces de vez en cuando preguntándonos si puedes hacer algo más por nosotras. Y en el segundo gin-tonic mi amiga te responde: –Me encantaría un masaje en los pies. Según lo suelta, me mira avergonzada pensando que se ha pasado de la raya. La tranquilizo con la mirada a la vez que acaricio su mejilla, ardiendo.

–Sebastián por favor –te ordeno– atiende los deseos de nuestra invitada.

Apareces en breve con un taburete, una toalla, aceite y unas plumas. Me levanto.

–Os dejo solos un momento –Sé que ella necesita algo de intimidad para adentrase en este camino del que raramente hay retorno.

Al volver compruebo que ella está más relajada, y tú, inclinado a sus pies, feliz. Momentos después, nos dirigimos al comedor en el que hay una perfecta mesa preparada con distintos manjares y bebidas. Charlamos disentida, animadamente, sintiendo sus ganas de más cada vez que apareces. Al rato de estar sentadas en la mesa, le pregunto directamente si le gustaría ser ella el postre de la cena. Su antigua timidez aparece, solo por un par de segundos, dejando paso a un rotundo «Sí». Decido que no me apetece usar su cuerpo de plato ni exponer su desnudez. Me apetece lo contenido, lo oculto.

–Sebastián, has sido tan generoso con tus manjares que no nos queda ni un hueco para el postre. Ve bajo la mesa y sírvete tu de nuestras delicias.

Tu mirada compensa todo.

Imagino cómo juegas en sus muslos con tus dedos deslizando sus bragas con una lentitud insoportable. Sé que después dejarás su sexo expuesto, sin atención durante el tiempo suficiente para que ella se remueva y te de señales de su impaciencia. Casi adivino que entonces posarás la lengua en su empapado coño y la retirarás, de nuevo lenta y constantemente, y que disfrutarás de la guinda de la cena, de aquel juego de dominación a medias. De un nombre, Sebastián, que pensarás seriamente utilizar de aquí en adelante.