Muchas personas, sobre todo las que siguen en confinamiento, se van a sentir identificadas con este relato de Karen, donde el ferviente deseo por tocar la piel de un amante y el imaginario de otros tiempos se funden en una muy poderosa fantasía sexual.
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Querido amante
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Narración: Karen Moan
Querido amante al que no voy a conocer:
Extraños tiempos para el sexo. Extraños tiempos para los buscadores del mismo. Cuesta salir del embotamiento, del paréntesis físico y emocional.
Aún así, hago un esfuerzo, quiero hacerlo, lo necesito, conectar con el mundo ahí fuera. Nunca antes tan lejano.
Necesito encontrarte, hablarte, ¿sentirte?
Nada mejor que la carnicería de los cuerpos, ahora convertida en una app para hablar. ¿Tinder para hablar? Ja, no queda otra.
Querido amante al que no voy a conocer, acabo de ver una foto tuya y me gusta tu mirada. Lejana, perdida, como todo. Me gustan tus palabras, directas, provocadoras. Agradezco que vieras algo en mí que llamó tu atención porque ¡voilá! «Es un match».
La inevitable conversación sobre la cuarentena acaba pronto, tan pronto como descubro un inusitado interés en verte, físicamente. Cuando la sensación morbosa de que sea posible provoca que mi boca suelte un «¿Y si nos vemos en el supermercado mañana?». No tiene sentido ni es adecuado. Pero… mi sexo bosteza despertando del letargo.
¿Jugar? ¿En tiempos de pandemia? ¿Fantasía o realidad?
Querido amante al que no voy a conocer, la cita es mañana, a las 12. Pum, pum, pum, vuelvo a la vida.
Y ahí estamos, en ese escenario, nunca romántico ni sexi, hasta hoy. Nuestros ojos como único radar. Te encuentro enseguida en los pasillos semidesiertos y te dedico una sonrisa que no ves. Llego hasta lo que considero un metro y medio de distancia de ti (quizás algún centímetro menos). Te miro y hago un gesto que significa: sígueme.
Lo haces, mientras elijo los ingredientes de la cena que no te voy a preparar. Miro los estantes buscando el mensaje que te quiero transmitir. Los alimentos parecen elegirse solos, jamón, boquerones, brie, almendras, gambas, bombones… Me doy cuenta que la selección está basada en un deseo: que no existan cubiertos. Las manos también quieren ser protagonistas, cansadas del plástico que las cubre últimamente.
Llego al tequila, me hago con una botella y por fin te vuelvo a mirar; la timidez o lo surreal del encuentro no me lo habían permitido hasta entonces. Y mi mirada te cuenta cosas. Te dice «Siéntate en el suelo de esa casa que no voy a conocer, mira hacia arriba, no, no deslices aún la mascarilla». Abro la botella; contempla el líquido caer sobre ti, sobre esa boca cubierta, dejando pasar lentamente las gotas y mis ganas. Un placer ahora esterilizado, que no deja de serlo. Vierto más y ya siento cómo tragas al mover la nuez. El tequila se desliza por la barbilla y te moja. Joder, yo sí que estoy mojada, y quiero ser líquida para recorrerte.
Querido amante con quien no voy a follar. Déjame imaginar. Déjame verte, tras la gasa, tras lo que sea. Déjame besarte con todo el enfado y la desesperación que siento, déjame pringarme del mismo tequila que te baña, deslizar mi cuerpo con el tuyo, revolcarme en ti, buscarte, tocar esa piel que lleva intacta días, semanas, meses. Déjame ser el tequila que ya llega hasta tu ombligo y baja en un hilo hacia esa polla que no veré nunca.
Déjame parar, allí, tú, empapado; yo, empapada. Meterte dentro y quedarme ahí, durante mucho, mucho rato, tanto como dure esto.
Déjame ser.
Déjame creérmelo.