En esta nueva entrega de Karen, vas a disfrutar de una historia en la que la urgencia romántica desencadena ese sexo pasional que enloquece.
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«¿Puedo robarte un beso?»
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Narración: Karen Moan
«¿Puedo robarte un beso?». Tu urgencia me excita… descoloca. Sobre todo porque nunca antes habías insistido, en nada.
Estoy con gente en casa. Tras un primer mensaje en el que pedías vernos y mi negativa, este segundo mensaje despierta en mí las ganas de ser mala, muy mala. Respondo: «ven a la puerta de mi casa en media hora».
Y como estás siendo travieso, decido serlo más. Voy a llevarte a ese pequeño escondite que hay en el sótano de mi casa. Una bodega de techos bajos y oscuras intenciones. Balbuceo una inexplicable excusa a mis amigos y salgo a la terraza casi sin ropa. No puedo abrigarme porque no voy a ningún sitio. Espero helada ante la puerta del sótano y te envío instrucciones para encontrarme. Desde mi madriguera, observo divertida como te pierdes en un jardín con escasa luz. Hasta que me encuentras y sin decir nada me agarras con excesiva fuerza y me robas, efectivamente, un beso.
Desconocido, con un ímpetu incomprensible, teniendo en cuenta que es la segunda vez que nos vemos. Dudo sobre mi siguiente paso, pero la idea de que alguien se asome a la terraza y entienda o no lo que está ocurriendo me lleva a arrastrarte hacia el sótano.
Cuando por fin veo tus ojos, la sorpresa continúa: solo leo deseo. Un deseo que no sé de donde sale. De tal intensidad que me cuesta interpretarlo y en el que ni siquiera me identifico como receptora. De pronto, todo parece fuera de lugar, sintiéndome como la protagonista de una de las historias que cuento. La realidad se aleja, sustituida por una rapidísima secuencia de sensaciones.
Hablo y no me escuchas, me muevo y siento su presencia acechando, como si fuera la presa de un cazador cegado por la adrenalina de la persecución. Temor y morbo se funden en un «¿Qué hago?». A lo que no tengo tiempo para responder porque tus manos paralizan todo, tu boca atrapa a la mía, y tus ganas me tensan y derriten simultáneamente
Atrapada entre tu cuerpo y la pared, escucho mi respiración entrecortada y tus gruñidos, casi rugidos. No sé de dónde sale esta bestia, pero mi cuerpo y alma se erizan. Y cuando mi discurso pretende salir por mi boca, «¿qué haces? No hemos venido a esto», tu mano desata mi pantalón en medio segundo, colándose tras las bragas e introduciendo un astuto dedo dentro de un empapado y chivato coño.
El golpe de deseo me anula. No digo nada o creo que balbuceo un «hay gente ahí arriba». Y sigues, sigues metiendo tu lengua en una boca que ya no habla, otro dedo más en un coño que aglutina sangre irracional y una polla… Una polla que encuentra su camino tan, tan fácil.
Como si se tratase de una cinta de casete en modo fast forward. Han pasado segundos. Me has robado… un beso.