Una presentación sin bragas y dos sobres de azúcar. El juego continúa.
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Narración: Karen Moan
17 minutos (IV)
17 minutos resistiéndome a abrir su mensaje, ¿pude aguantar más? Sí, pero aquella nimia rebeldía sería desconocida por él y no me compensaba. Ansiosa, abro el Whatsapp.
«Sé que tienes una presentación importante. Lejos de distraerte, lo que quisiera es que salgas de allí sabiendo que todo lo que ha pasado lo has decidido tú. Lo único que te voy a pedir es que confíes en ti, en la increíble mujer que eres, siempre que no llevas bragas».
Mi coño despierta de nuevo. Yo también tras una genuina carcajada.
Tiene tanta razón. Sin bragas soy otra, una que no piensa en ninguna consecuencia, una que hace unas semanas cedió su voluntad sin saber lo que significaba. Quien desconocía de límites porque nunca estuvo cerca de saltarlos, ni lo que deseaba, porque tampoco sabía de su existencia.
Aquel día en el que recibí su primer mensaje iniciando un juego de dominación, mi descoloque fue tal que tuve que marcharme a casa, fingiendo una indisposición de otra clase. Él se enteró y me pidió verme enseguida aún sin saber si era buena idea, necesitaba entender qué estaba pasando, lo necesitaba porque dudaba de todo, del juego, de él y, sobre todo, de mí.
–Ana, perdona, perdona de verdad, cuando te hablé de jugar, pensé en serio que me entendías –se disculpó nada más verme.
–¿Por qué? –le pregunto.
–Porque tu expresión corporal me engañó, recibía mensajes que me parecían claros. Además de tus miradas que sentí cómplices cuando mencionaba la palabra «juego».
Recapitulo y recuerdo cada vez que ocurrió, cómo aunque aparentemente interpreté el término desde otro sitio, en el fondo de mí, una vocecita ya no tan niña preguntaba curiosa, desafiante, competitiva, morbosa. Rememoré mi forma de observarle, sincera, directa. Sí, le entendí y le creí.
Me despedí de él de nuevo con la excusa (no-tan-excusa), de que necesitaba descansar. En realidad, su presencia me quitaba aire. Un aire que se transformaba en suspiros, en su ausencia.
Al día siguiente llegué a la oficina, ya convertida en un tablero de juego, con un precioso conjunto de ejecutiva, y claro, sin bragas. Cuando me pidió una foto para cerciorarse de mi desnudez, con la instrucción de hacerla sin moverme de la mesa, volví a sentirme ínfima. Sin embargo, miré a mi alrededor siendo consciente de la normalidad de todo, excepto de mis emociones. Metí el móvil entre mis piernas y tiré varias fotos. Mi coño y yo palpitamos durante horas ese día, y también al siguiente, cuando su ocurrencia fue que en vez de tomar café juntos en la cafetería habitual, me reuniese con él en su despacho, y me pidió con mucha reverencia que comprase dos cafés para llevar con dos sobres de azúcar. Al llegar a su despacho, se dedicó a hablarme de cosas intrascendentes; el tiempo, las noticias… en realidad no lo sé porque no le escuchaba, solo observaba sus movimientos y esperaba asintiendo distraída.
–¿Dónde está el segundo sobre de azúcar? –preguntó, al comprobar que solo tenía uno junto al vaso.
–Pensé que era para mí y como no tomo, no lo he pedido –respondí, aprendiendo de forma instantánea la intencionalidad de cada una de sus palabras.
Sonrió algo contrariado, abrió el único sobre y vació parte del contenido en su café. Siguió charlando animadamente y yo seguí perdida. No debieron de ser más de quince minutos, y por el tono de la conversación sentí que el ratito se terminaba y debíamos volver al trabajo. Me adelanté y me despedí. Iván me siguió con la mirada al levantarme y, cuando comencé a abrir la puerta, me pidió que esperara un momento.
Se acercó a mi y sacó aquel sobrecito medio vacío. Movió su mano a mi cuello y retiró mi jersey dejando mi hombro a la vista, y ahí comenzó a esparcir delicadamente esos gránulos dulces, que dejó caer en dirección a mi escote, donde justo se terminó el contenido.
La puerta estaba un poco abierta y no creí que fuera a hacerlo, pero sí. Lentamente chupó el azúcar, recorriendo el camino que había marcado, ese que llegaba justo al borde del sujetador. Pensé luego que debería haber cerrado la puerta, pensé al llegar a mi puesto de trabajo que lo iba a perder, que tenía que acabar esta locura antes de que fuera demasiado tarde. Todo eso pensé, luego. Allí solo repetí: dos sobres Ana, joder, dos sobres…
Ya puedes leer la quinta parte aquí: 17 minutos (V) – Crónicas Moan (by Eme)