Él había olido sus bragas. Ella aún no sabía si su piel estaría preparada.
Pulsa play para activar el audio:
Narración: Karen Moan
17 minutos (III)
Durante aquella mañana no supe qué pasó, qué documentos toqué, cuántos emails se acumularon o qué palabras salían de aquellas bocas de mis compañeros que me resultaban indistinguibles. De nuevo tuve que irme tras la comida, hui rezando no verle. No le vi. Supe luego que me había evitado dejándome espacio para asumir lo que acababa de pasar. Y era que me había convertido en su sumisa, sin más. Tras una simple orden, en un mensaje de whatsapp, por aquel compañero de trabajo (hasta hacía dos días).
Por el camino a casa, solo pensaba una cosa; en mi aireado coño sin bragas, quien feliz, clamaba atención y a la vez se encontraba en calma chicha. Como aquel a quien le acaban de dar su golosina favorita y se encuentra chupeteándola con deleite, también, sin más.
Al llegar a casa apagué el teléfono y me preparé un baño. Al quitarme la falda, sentí un golpe de deseo, dirigí mi mano hacia mi sexo y la posé sobre el mismo, agarrándolo con cierta ansia, sintiendo ese calor fundido, rendido. Luego, consciente del significado de mi siguiente movimiento, la llevé hacia mi cara, tapándome la boca y la nariz con ella, aspirando ese olor que ya sabía que él conocía. Inspiré fuerte y escuché un rugido saliendo de mí, una señal de victoria, sentí, mientras evocaba cada segundo de aquel paseo infinito hacia su despacho con mis bragas en un sobre y sus ojos como fondo de escena. Joder, ¿cómo podía desearle tanto en apenas 48 horas? ¿Cómo podía ser?
En el baño, dejé que mis tensos cuerpo y mente se olvidasen durante un rato de todo, con el agua más caliente que pude aguantar y el efectivo recurso de la meditación. No quise masturbarme por evitarle, alucinando del absoluto dominio que aquel desconocido había conseguido, no solamente sobre mi voluntad, sino también sobre mis pensamientos.
Cené y conecté la tele, mirando de reojo al móvil como si fuera a encenderse solo. Ya a la hora de acostarme, decidí enfrentarme al mismo, temiendo tanto encontrar su mensaje, como no.
«Querida Ana, espero que te encuentres bien. Ha llegado a mi conocimiento que te has ido a casa indispuesta. Sin pretender indagar mas allá, deseo que nuestro recién estrenado juego esté lejos de ser la causa, pero si así fuera, por favor dímelo. Me gustaría conocerte y que me guíes en la intensidad de tus sensaciones. Quizá me he dejado llevar por señales incorrectas estos días atrás. Dame luz. Tuyo, Iván».
Esa repentina e inesperada cercanía me hace sentirle tan humano como estas horas atrás. Su imagen dominante se desdibuja, pero a la vez se fortalece y lo voy entendiendo. Necesita mis límites para recorrerlos. Me fascina, me fascina tanto.
«Querido Iván, acabo de empezar un viaje del que desconozco ninguna parada, rumbo o fin. Solo me queda poner un pie tras otro y empezar a caminar. Sé que tropezaré y siento que estarás ahí para que no me caiga. No puedo decirte más, por ahora».
Dejo pasar unos segundos y envío:
«Tengo una curiosidad, ¿te gustó mi olor?».
Su «Delicioso» termina de fundirme. Ya sí, sintiéndome más libre y más condicionada que nunca, me levanto de la cama y, frente al espejo, me miro, de nuevo, esa otra yo y comienzo caricias que acaban en arañazos, contemplando como mi piel cambia de color, me muerdo, muerdo mis manos, mis brazos, aprieto mis pechos con fuerza, meto varios dedos en el coño, me río, me río sola de la mezcla de dolor y ganas. Le reto, le imagino, me reto, preguntándole a mi piel si es lo que siempre ha estado buscando, preguntándomelo a mí misma, y mi coño, el pepito grillo de esta historia, responde solo.
Ya puedes leer la cuarta parte aquí: 17 minutos (IV) – Crónicas Moan (by Eme)