Cuando el chico de la piscina es un agradable fortachón, lo mejor es bañarse desnuda y ver qué pasa.
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Pool boy
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Narración: Karen Moan
Es muy moreno, hosco, entrado en carnes, suda fácilmente y su sonrisa y la forma de mirar son inequívocas.
Es este hombre que toda mujer necesita, el que arregla cosas, el jardín, la chimenea, el que pinta, el que se sube a cualquier escalera sin dudar, agarrándola con sus manazas y provocando que las venas de sus brazos se marquen para mi deleite.
Es quien responde a tu llamada melosa: Santi ¡te necesito! Ya sea real o no tanto. Y Santi viene cada vez antes, porque se nota… que quiere venir, que quiere ese rato de charla que se alarga, esa cerveza que, a veces, son dos.
Esa semana había comprado una piscina hinchable para sobrevivir el verano de aislamiento y, tras unos días de disfrute del charco, el agua había comenzado a estar algo turbia. Algo.
–Santi, el agua de mi «piscina» está fatal. ¿Puedes venir?
Su urgencia le trajo a casa en pleno mediodía, 3 de la tarde, el calor era insoportable.
–Hay que vaciarla, es mas complicado recuperar los niveles de cloro, así que, venga, a vaciar –concluye de inmediato.
El proceso no fue muy largo; primero porque la «piscina» era enana y, segundo, porque aún cuando quedaban muchos litros de agua y parecía imposible, Santi, el gigante, agarró un lateral de la misma y la subió al aire como si tal cosa.
Mientras, para combatir el calor, Santi había cogido la manguera en un par de ocasiones, permitiéndose la licencia de mojarse él y mojarme a mí. Estando nuestra ropa cada vez mas cerca de la piel, cada vez mas identificable, cada vez menos reactiva al frío del agua.
Sus ojos eran un cartel de neón con la palabra SEXO parpadeando en azul y rojo. Y de los ojos viajaba a la boca, de la que salían cada vez palabras mas íntimas, muy lejos ya del buen estado de la higuera del jardín.
Hablábamos del calor, de cómo afecta al cuerpo, de cómo nos gustaban las playas, de si él había estado alguna vez en una nudista y si había sentido el sol colándose en cada rendija de su cuerpo.
Bueno… no hablábamos, era yo la que preguntaba, él asentía, sonriendo de lado, con esa cara que dice «sí a todo».
Cuando el agua cubría la mitad de la «piscina», le dije:
–No puedo mas, me voy a bañar… desnuda. No me mires así, es mi casa, lo hago siempre. Si te incomoda, vete.
No mentía. Aunque hasta ese momento no había tenido público… en especial, ese público. El que no lo ha pedido, el que no se lo esperaba, el que va a ser un involuntario voyeur, pero quien no se mueve del sitio.
–Claro, es tu casa. Yo haría lo mismo.
–¿Y no quieres hacerlo aquí?
Ahí me la estaba jugando, pero no era yo, era el calor, el maldito calor que fundía mis neuronas porque el cuerpo ya estaba fundido. Ya era una masa de piel y fluidos blanda y ardiente, imparable en su conquista de la polla que se adivinaba bajo el short, esta sin estar nada nada blanda.
Y así empecé a quitarme la ropa sin poder mirarle a los ojos, me hundí en la escasa agua del charco para salir y tumbarme en el sillón hinchable, que ocupaba casi todo el diámetro de la «piscina», causante de todo.
Y ahora sí, consciente de mi mojada desnudez, luciéndola, chula, provocadora, le miré.
–¿Estás seguro de que no quieres acompañarme?
Y Santi se acercó sin decir nada. Se arrodilló delante de la piscina, agarró el hinchable y me acercó al borde.
Y entonces hundió uno de sus dedazos en mi coño, sin preguntar, sin dudar, sin saber si estaba o no lubricada.
Pero lo estaba, tanto como para mover mi cuerpo hacia él en un mudo ruego de «más». Otro dedo y un tercero empezaron a masturbarme con tanta fuerza que pensé que se iba a volver a vaciar la piscina. Oía el agua chapotear y una especie de rugido que acompasaba las embestidas de su mano.
Mis ojos cerrados no percibieron el movimiento de un animal que había entrado vestido en el agua, se había bajado el pantalón y liberado esa inmensa polla imaginada que, de nuevo, sin ninguna compasión se colaba dentro de mí provocando que grite su nombre y un largo «joderrr».
Santi vació la piscina en unos minutos, se vació él. Y tras hacerlo, me cogió en sus brazos, me tumbó en el césped contiguo y se dedicó a mi coño, a mi sorprendido y tembloroso coño.
Con una delicadeza inesperada, dibujó flores en mi clítoris lamiéndolo despacio, sonriendo a su compás, permitiendo que el sol y su lengua dieran la bienvenida a un brutal y bello orgasmo con sabor a verano, a vida.
Sí, Santi es, definitivamente, un hombre que toda mujer necesita.