Echar un polvo en un museo no es necesariamente hacer del sexo arte, aunque los que lo hagan sean naturalmente unos artistas.
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Polvo en el museo
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Narración: Karen Moan
Cuando me aburro, me invento historietas excitantes con desconocidos interesantes o conocidos imposibles. Llevo toda la vida haciéndolo, o bien lo improvisado o lo intocable. Ambas posibilidades me funcionan. Supongo que soy muy básica, y la verdad es que me da igual.
A veces, según el día, me apetece calentar a alguno de los mencionados, los de la improvisación, los otros son un riesgo innecesario. Así que, navego en el perfecto anonimato de la red en su busca.
Una vez, el desconocido interesante respondió a mi relato rellenando los puntos suspensivos como si estuviera dentro de mi cabeza, flipé. Flipé tanto que le dije: ¿Y si lo hacemos?
Nos estábamos imaginando una escena entre extraños que se encontraban en el ascensor de un museo. Ella, también aburrida, había decidido entretenerse buscando alguna exposición en su ciudad hasta que, al topar con aquel desconocido interesante, se había dado cuenta de que prefería otro tipo de ocio. Él ni se percataba de su presencia. Ella empezaba a seguirle, manteniendo cada vez menos distancia, hasta que él, sí o sí, la veía y, repentinamente, su interés por la exposición desaparecía cuando ella le llevaba de la mano hacia el baño de hombres, le empujaba dentro del cubículo, le bajaba los pantalones y le comía, sin haber hablado ni una palabra.
Evidentemente, era una fantasía a dos tan cutre como tocaba. No buscábamos literatura, sino el uno al otro. Buscábamos el calentón, aquel momento en el que las palabras sobraran, también en la realidad, excepto estas: ¿Y si lo hacemos?
La inacabada e inconexa historia nos permitía un amplio margen de actuación. El caso era salir de la pantalla.
Así que, buscamos una exposición en nuestra ciudad y quedamos al día siguiente. Ahora sí que no estaba nada, nada aburrida. Durante esas 24 horas solo pensé qué ropa llevar o no llevar y si el tipo sería en realidad el de la foto o no, y si, además de paso, le echaría un vistazo a este o aquel cuadro. No pensé más porque cuando sabes que estás liándola parda, prefieres dejar las reflexiones para luego, no vaya a ser que se estropee la diversión.
Puntuales ambos, entré en el museo a las 18.00, viendo de reojo que estaba detrás. Tal y como en la foto, gracias. Nos dirigimos al ascensor y, teniéndole al lado, pensé un poquito («No le conoces de nada»). El ascensor se abrió, entramos junto con otras dos personas y, al sentirle a escasos centímetros, empecé a ponerme un poco nerviosa, pero bien… En esta escena de fantasía/realidad mandaba yo. Si no me gustaba o apetecía, no tenía por qué revolotearle, agarrarle de la mano, llevarle al baño, empujarle y chuparle. De hecho, todo me parecía lejanísimo, evidentemente, irreal. Pero ¡eh!, la calidez de aquella sala rebosante de arte, la calidez de aquel veraniego día, del juego compartido, del querer no aburrirnos juntos… su mirada cómplice cuando por fin comencé a rodearle, cada vez más cerca… algo, algo desconocido y a la vez conocido, me movió a (tras unas cuantas salas) buscar el aseo más cercano, cogerle la mano, colarnos… y sí, lo hicimos, nos inventamos un sexo cutre, pam-pam-pam, un sexo divertido, forzosamente urgente, verdaderamente artístico.