Relatos eróticos

No digas ni una sola palabra – Crónicas Moan (by Eme)

Disfruta esta excitante historia de Karen Moan.

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Relatos eróticos

No digas ni una sola palabra

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Narración: Karen Moan

El mensaje reza:

–Te voy a llamar, no digas ni una sola palabra, solo escucha.

Aguardo un minuto, dos, cinco… es tedioso mirar una pantalla esperando el «En línea», pero, por otro lado, si no me lees perderá gracia, ¿o no? Mi impaciencia responde sola.

–¿Hola? –tu voz suena sorprendida. Nunca te llamo, menos en horario de trabajo. Pero el juego necesitaba pillarte totalmente desprevenido.

Es Navidad, pienso en ti todo el rato, es una época en la que mi ánimo pide cercanía y la tuya es la que mas añoro. Especialmente porque es la que sacia mi sed de todo.

Quiero que estas fechas sean las mejores de tu vida o de nuestra corta vida juntos. Quiero aparecer fugaz y constante en tu cabeza, como las luces que decoran ostentosas mi salón, anunciando unas navidades demasiado atípicas como para que su presencia atenúe la melancolía que toca, esta vez, de forma inevitable. Jodido 2020, como has arrasado con tanto.

Aún así, o quizá por ello, necesito mantener ese espíritu cachondo, travieso y festivo que me caracteriza en estas fechas, en las que siempre desafío al invierno bailando por las calles, ebria, sin bragas (nunca recuerdo comprarme lencería roja), felicitando las fiestas a todo aquel que me presta atención, que no son pocos.

Así que hoy me he retirado un momento de mis amigos, me he metido en el cutre baño de un bar de Lavapiés y, después de usarlo y mirarme el coño, he sentido el calor que tu polla, y solo tu polla, me proporciona, haga el frío que haga. Te he escrito el mensaje y ante tu ausencia de respuesta, te he llamado.

–¿Hola?

–No digas ni una sola palabra, solo escucha –respondo.

Siento una corriente de deseo que me provoca un espontáneo gemido que espero no te haya puesto en más problemas de los que ya de por sí la llamada puede provocar.

Entiendo que si no puedes aguantar lo que ya debes de haber sospechado ante mi gemido, colgarás. Pero, por otro lado, te conozco, conozco tu adicción a la adrenalina, a lo que no debe ser, a mí.

Así que me la he jugado fuerte, sabiendo que quien ha descolgado el teléfono es uno de los mejores contrincantes que he conocido jamás. Alguien sin apenas miedo a nada.

Sintiendo tu respiración al otro lado, sin saber en qué situación estás, si solo, u ojalá, acompañado, comienzo a tocarme el coño como sé que te vuelve loco en mis masturbaciones matutinas, que generan las tuyas.

Mi excitación ha subido del cero al mil en cuanto he sentido que no ibas a colgar, que, además cualquiera puede estar fuera del wc esperando impaciente hasta que me ha escuchado gemir, decidiendo que no se hace tanto pis como para golpear la puerta, pero sobre todo, sabiendo que te estás muriendo, muriendo de ganas de mí, que me odias por hacerte esto, pero que a la vez adoras que lo haga. Sabiendo que tu polla está apretando tu bragueta histérica por responder a ese sexo que la vuelve loca. Como yo a ti, como tú a mí.

Mi silencio es señal de que me voy a correr, me conoces, sabes que uno o dos minutos antes del orgasmo no soy capaz ni de jadear. Pero entonces, cuando lo siento llegar, lo hago, lo hago tan fuerte, siempre, que sé que parece casi un insulto hacia cualquiera que ande cerca. Es como decir «Efectivamente, no tienes ni puta idea de lo que es un buen orgasmo». Pero no, no se trata de eso, mis sonidos son incontrolables, no por mí, al menos. Y tú, querido amante de lo que no debe ser, nunca me tapas la boca. Como sé que tampoco has colgado el teléfono, te cause o no un problema.

Cuando me estoy corriendo, siento un momento de vergüenza o coherencia o no sé qué y te cuelgo yo. Aturdida, colorada, mareada, salgo del baño para comprobar que, gracias a Dios, no hay nadie. O quien estuviera no pudo soportar mirarme a la cara, lo cual es perfectamente lógico.

–Espero no haberte metido en problemas –te escribo.

–Sí, no me dejaste terminar –es tu única respuesta.

Me muero de ganas de saber qué hiciste esos minutos, en qué momento de tu desconocida vida me metí a lo bestia, me muero de ganas de tanto, de ti.

–Feliz Navidad –te envío. Mientras me dirijo con una inmensa sonrisa hacia la mesa de mis amigos, decidiendo cual será tu regalo de Reyes.