La parte predecible de Karen Moan es lo impredecible de sus relatos. Eso tiene un toque sexi, muy sexi. Como su voz, como la música que usa de fondo en sus crónicas eróticas.
Sigue oyendo, sigue leyendo, sigue sintiendo…
Mujeres sin bragas
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Música: The Age of Nothing (Fidelio) de Vidal. Derecho de uso autorizado por Vidal.
–No por favor, no dividas más. En el sexo no hay género, el deseo difumina las diferencias.
La miro divertida, que gaditana mas cabezota, y atrevida. Entiendo perfectamente lo que me dice, pienso igual. Solo que ella aún no lo sabe. Normal, nos conocimos hace unas horas.
Me dejo. Convencer, seducir, empapar de su tono acaramelado y su sonrisa.
Solo unas horas.
¿Cómo ha pasado de ser una desconocida a un alma gemela?
Es de estas jodidamente maravillosas veces, en las que la vida te regala lo más bonito que tiene.
Dos, cuatro, seis horas, seguimos calentándonos con nuestras palabras, hablando de que esa noche no vamos a follar, qué puta mierda.
El día pasa en un polvo en el que nos abrimos (casi) enteras y, de pronto, exhaustas, tras lo que podría ser el orgasmo mental más largo de mi existencia, se va. Tiene que irse, pero promete volver, esa misma noche.
Cuando cierra la puerta siento un cierto alivio, aún no identifico si esa tensión que viaja entre la mente y el sexo la provoca ella, lo que estamos pariendo juntas o mi cuerpo ávido de…
Sea como sea necesito volver, bajar, tocar mi realidad que, de pronto, parece un poco hueca.
Un par de horas más tarde, el reencuentro. La abrazo fuerte, la conozco tan bien…
Vamos juntas a que unas putas poetas nos susurren al oído. Las dos flipamos, nos creíamos muy astutas cuando analizamos el concepto.
Sin embargo el cálido arrullo de Candy nos desconecta durante unos breves minutos, acercándonos a esa desconocida poética prostituta que te penetra con su verso.
Mujeres, sexo, mujeres, sexo, mujeres. Con, para y por.
Ya casi sin aliento alcanzamos Tirso de Molina deseando, ambas, llegar pronto a nuestras respectivas casas. O eso pensaba(mos).
Pero ¿sabes qué? No ocurrió.
Pasó algo así como que nos encontramos con Robert de Niro. Desde la acera de en frente nos señaló y pregunto: Are you talking to me?
Las dos, borrachas de adrenalina y curiosidad nos reímos y nos metimos en el taxi de aquel personaje. De pronto, la guarra de ella derramó una lata de cerveza en mi boca seguida de su lengua, que no me pareció la de una mujer. Sus manos se abalanzaron a mis bragas, para descubrir, divertidísima, que no las llevaba. Ella tampoco.
Y mientras apretaba mi sexo con su rodilla, y Robert miraba por el espejo retrovisor, me dijo.
–No soy una mujer.
No lo era, era deseo regado de cerveza y saliva.
La sonrisa ladeada de Robert fue lo último que recuerdo.