Esta breve historia nos cuenta lo que ocurre cuando le dices a tu amigo que te dé una vuelta en la moto… y le comentas que no llevas bragas.
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Mi amigo y su moto
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Narración: Karen Moan
–Dame una vuelta, por faaaaa
Había venido a darme un beso de despedida porque salía esa tarde de viaje. Yo no sabía que iba a venir en uno de estos cacharros de dos ruedas que noseporqué me erotizan tanto (después de los trenes y su chuku chuku chuku).
Él duda.
–No tengo casi tiempo, he quedado en media hora.
–Con 10 minutos tengo suficiente –respondo–. Déjame que vuele un ratito contigo, anda.
–Venga, sube.
En cuanto arranca, el sonido grave y macarra de esa moto de campo se mete directo en mi sexo. Y antes de doblar la esquina ya estoy tocando y oliendo todo lo que alcanzo desde mi posición.
Su cuello, sus rizos, brazos, acariciando sus piernas, entrepierna… no me atrevo a más. Acabo de descubrir por qué me erotizan estos cacharros. El conductor te lleva donde él quiere, de su destreza depende tu seguridad. En algún momento del camino, casi siempre, un motorista hará ronronear el motor de su bicho, provocando que todo tiemble. La pasajera, si es una atrevida como yo, podrá disponer de muchas partes del cuerpo del conductor a su antojo. Podrá apoyar el pecho contra su espalda, sentir como se erizan los pezones y acariciarle con ellos. Abrazarse fuerte con la excusa del miedo. Podrá ronronear, también, en su nuca o en su oído. Y no habrá miradas. Solo el escenario del rugido de la moto, el viento, y un público fugaz con el que jugar, como ahora.
–No corras tanto que se me ve todo, no llevo bragas.
Escucho su risa.
–¿En serio?
Su mano izquierda se coloca en mi rodilla y despacio recorre mi muslo hasta llegar al lugar que debía ocupar esa prenda.
Solo oigo: «bufff».
Somos amigos, follamos a veces, pero nunca en un encuentro así, de diez minutos a la 1 del mediodía.
Tampoco lo había planeado. Llevaba un vestido veraniego recién salida de la piscina, y no me había puesto bragas porque casi nunca las llevo en esta época del año, me encanta sentir el aire revoloteando un coño que necesita atención constante.
La moto aceleró y volé. Siempre vuelo en ese ejercicio de libertad y audacia que provoca que mi adrenalina se ponga a esas mismas revoluciones.
Mi querido amigo toma un camino de tierra en el que aún aumentan los baches y las risas.
Y al poco se para.
–Bájate
Las vistas no son particularmente bonitas, pero me bajo sin rechistar.
Él también lo hace, me mira sonriendo con esa cara en la que inmediatamente interpretas una picaresca inesperada y llena de intenciones.
Coge mi mano y la dirige a su bragueta.
–Sin bragas, ¿eh?
Noto su erección, le miro sorprendida. Miro alrededor, estamos en pleno camino campestre a poquísimos metros de la civilización.
Me baja los tirantes del vestido, desliza un dedo por la tira del sujetador y deja al descubierto mi pecho. Se acerca, empieza a morder mi pezón, entre tierno y no… Gimo, acaba de quedarme claro.
Tira de mí hacía él, meto la mano en su paquete y empiezo a masturbarle. Sigo sin creerme lo que estamos haciendo, pero supongo que la razón tiene poco que decir en situaciones como esta.
Me gira y me agarro a las ramas de un árbol que, gracias a dios, estaba allí porque lo siguiente que siento es su polla entrando con las ganas y la urgencia de dos personas que saben que están cometiendo el mas absurdo de los delitos; follar, en un espacio público.
A la vuelta, el ronroneo de su cacharro y el mío adquieren una nueva sonoridad, un diálogo distinto.
Me deja en casa, tranquila… ¿o no?
–Quiero otra vuelta, por faaaa.