Siempre que haya una persona atractiva que sepa manejar herramientas, habrá una excitante fantasía sexual. Es el caso de los mecánicos y es el tema de este relato.
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Mecánica
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Narración: Karen Moan
«¿Cómo funciona eso? ¿Y eso? ¿Y eso otro?». Con tal de ver esas manos negras de aceite y ese desganado interés en explicarme cosas con un tono entre no se está enterando de nada, porque me pregunta y está muy buena como para no hacerlo…
Sí, es mi mecánico, el hombre que necesito cada dos por tres porque tengo un cacharro que está lejos de ser nuevo, pero que no cambio por romanticismo o, quizá, porque las visitas al taller no son del todo malas.
De hecho, mi mecánico está buenísimo. En mi esfera urbanita escasean los hombres que se pringan y que trabajan casi al aire libre todo el año. Y en mi esfera de mujer soltera necesitada de hombre que le arreglen cosas, un mecánico es un must. Y, joder, si está bueno, pues eso, que da igual que al coche se le enciendan lucecitas cada dos por tres. Se acompasan con saltitos involuntarios en el asiento, no, no son míos, vienen de un sitio muy divertido en estos asuntos. Ese coño aventurero necesitado de la misma atención casi que el cuatro ruedas que habla en plan chof chof.
Así que, mientras él me repasa la amortiguación, el aceite, la bomba de aire… espero que llegue a los frenos o voy a saltarme todas las reglas de circulación.
Gracias al dios de los mecánicos, este en particular debe tenerme ganas, en el lenguaje secreto de los que intercambian historias de vehículos debe haber un código clarísimo entre dueñas de tartajas que revolotean casi encima del motor y del chico que tiene las manos en el mismo.
Así que, tras recordarme cómo usar el freno para encender el coche, me mira y me dice: ¿Pero tú sabes cómo frenar algo? Mientras, una de sus manos horriblemente pringosas me acerca hacia él, y a la vez que mi cabeza recuerda que llevo el abrigo de paño que más me gusta y que nunca más volveré a usar, intento pensar qué putas bragas me he puesto esta mañana. Ese pensamiento me dura exactamente los segundos, en los que él me eleva sobre el lateral de mi destartalado coche en un ejercicio imposible de equilibrio y ganas. Pero precisamente la dificultad de la posición hace que sea posible, que mis ni puta idea de cuáles bragas desaparezcan y que de su mono hermético saque de no se sabe dónde una preciosa polla limpia de grasa, que encuentra el perfecto agujero en el que cuadrar la mecánica, la cuántica, la física, la filosófica y cualquiera de las ramas posibles de la ciencia, aquella que procura que dos desconocidos se follen como tal y como cual en el lateral de un coche destartalado, que supone el mejor de los escenarios posibles.
Y mientras aprendo y aprendo y vuelvo a aprender un poco más fuerte sobre mecánica… mi coño se hace, se deshace y se vuelve a hacer y le pregunto en un interminable gemido «¿Cómo? ¿Cómo funciona esto?». Deseando que no exista explicación posible, ninguna. Que ninguna ciencia pueda explicarnos, que no haya forma de reparar esto, esto…