Si te gustan las historias sobre tríos sexuales y voyeristas, esta te va a encantar.
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La madriguera
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Narración: Karen Moan
–¿Jugamos a desearnos eternamente?
–¿Cómo se hace eso? –pregunto.
No concluyendo, jamás. No permitiéndonos que nuestra carne nuble la trascendencia. No follando, no follando.
Respiro profundo y cierro los ojos.
Joder, es el tío que mas me ha gustado en este siglo y lo que me pide me escuece como el alcohol que usaba mi madre en las heridas abiertas.
Pero le entiendo. Nos hemos encontrado, al fin. Dos balas perdidas que saben que solo pueden hacer una cosa juntas, entenderse y acompañarse.
–Vamos a la calle K, vamos a follarnos a otro alguien y nos miramos y ya.
Me parece una puta locura, pero acepto encantada y mojada, sí, le he encontrado.
Unirnos a través de un tercer cuerpo que nos conecte sin contacto, que nos acerque con su piel como barrera, follar sin follarnos.
Quedamos en el andén del metro de Sol, línea roja. Nuestro primer encuentro fue allí. Solo que cada uno en una dirección.
Me besa en la frente. Bendito hombre de nombre bíblico que me induce al pecado, todo el rato. Entrelaza sus dedos despacio en los míos, aún no hemos abierto la boca, quizá no lo hagamos en un largo rato. El silencio es cómodo con él, creo adivinar que todo lo es.
–Vamos a la calle K.
Me arrastra y comienza a andar casi corriendo, con la prisa del que quiere disfrutar cada segundo juntos. Por fin.
Nos paramos en el primer bar que vemos, una cerveza, dejamos de lado el segundo y vamos a por el tercero, somos de números impares. Bebemos rápido, nos analizamos cada instante y sí hablamos, atropelladamente, quitándonos la palabra, riéndonos del otro, de nuestros nervios que nunca tenemos, de la torpeza de un diálogo que se suponía fluido, pero que no sale, no sale. Porque estamos, cruzando a la realidad.
En el séptimo bar conectamos. Llevas mi mano a tu boca y me besas cada dedo. Yo estoy tentada de llevar la tuya dentro de mis bragas cuando recuerdo nuestro acuerdo, así que colorada y notando el temblor característico de mi deseo, echo un vistazo al bar, buscando aquella persona que nos siga al fondo de la madriguera.
Nuestra presencia no pasa inadvertida y enseguida compruebo varias miradas hacia esta pareja que se restriega en la distancia. Se lo digo a mi compañero del crimen y elegimos juntos la ¿víctima?
Se trata de una mujer pequeña y con aire cándido, rubia y vestida de azul: nuestra Alicia.
Le pedimos al camarero que la invite a una ronda a nuestra salud y ella asiente divertida. Unas cuantas más tarde, expuestas las cartas sobre la mesa, Alicia vuelve a decir sí…
Ya solos en una improvisada madriguera, te cedo el turno. Llevo tiempo queriendo mirarte por el ojo de la cerradura, ahora puedo. Observo cómo la miras entre el sueño y la realidad. Nuestra Alicia. Alternas dulzura y dureza de una manera que golpea mi cabeza, estómago y sexo. Miro, miro, no me muevo.
Cuando metes la mano bajo el vestido azul, intuyo por el movimiento que le has retirado las bragas y, por su expresión, sé que le has metido tus dedos en el origen del mundo. Busco asiento, necesito apoyarme en algo, lo he sentido como si fuera mi coño, exactamente como si lo fuera, y nuestros gemidos se sobreponen. Me miras divertido, lo sabes. Le das la vuelta a Alicia y dejas al descubierto su precioso culo, con las bragas semi bajadas, entonces me vuelves a mirar y, por tu intensidad, entiendo lo que vas a hacer, quiero gritarte que no lo hagas, no, no, no sé si podré soportarlo. Ni sé porque pensé que podría. Haciendo caso omiso a mi angustiada cara, abres las nalgas de nuestra preciosa Alicia y entierras tu cabeza en ella.
Te maldigo y me arrodillo. Clemencia.