La jefa y el becario: exceso de poder es una historia que comprime una mirada sobre la libertad (sin la que el erotismo no existiría) y la descripción de una excitación prohibida pero (muy) real; el sexo traza su propio camino al margen de lo que las leyes y las normas sociales digan.
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La jefa y el becario: exceso de poder
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Narración: Karen Moan
Es una sensación algo desagradable, aun cuando reconozco que no proviene de mis creencias, sino de las sociales: exceso de poder, por edad y por cargo.
Pero es él quien provoca, quien se acerca más de lo necesario, quien roza su pierna contra mí. Quien coloca un mechón de mi pelo que, estoy segura, no lo necesitaba.
–Qué suave –susurra
Suelto un «Gracias» atropellado, no me lo esperaba ni es apropiado ni debo permitir. Pero este becario de casi dos metros paraliza una parte de mí indispensable para controlar la situación, el habla.
No hace ni tres semanas que está a mi cargo. Y su timidez inicial, el día de la entrevista, dejó paso a miradas que quemaban, sonrisas que alargaba hasta llegar a su puesto, y roces. Cada vez mas roces, a los que mi coño responde: BUM, BUM. Un salto, la sangre moviéndose a marchas forzadas, bragas líquidas.
Siempre me ha excitado trabajar en una oficina. Es el espacio sexi por excelencia.
Mesas amplias de trabajo en las que colocarte debajo y mamar, lamer, succionar a alguien que intenta mantener el tipo… y el trabajo.
Mesas inmensas en las salas de reuniones, reuniones que terminan sobre las mismas, fuera cuadernos y bolis, fuera la absurda y elegante ropa, fuera hipocresía, fuera.
Sillas con ruedas en las que cabalgar. Fotocopiadoras en las que retratar genitales.
Despachos con vinilos translúcidos en cristales que gotean sudor, respiración y ganas.
Como el mío.
Encuentro al menos cinco motivos que justifican lo que deseo hacer. Y siento cómo esa parte gamberra y lasciva que controlo, al menos de manera física en el trabajo, empieza a hervir. Levanto el teléfono y marco su número.
Al llegar y encontrarse con mis ojos su compostura cambia, deteniéndose lejos de la mesa del despacho.
–Necesito que te quedes esta tarde a hacer un par de horas extras. No será algo habitual, ¿puedes?
Mi tono ha cambiado, toda yo soy distinta.
El becario está algo aturdido, y balbucea un «sí, claro». Durante unos segundos me siento mal, joder, lo estoy haciendo. Lo voy a hacer.
¿Vas a cambiar de opinión?
No.
No.
Llegan las 18:00 y estoy más tranquila de lo esperado. Tras la decisión llegó la calma. Mi sexo dejó a mi mente en paz y fui capaz de producir más trabajo que en las últimas tres semanas.
A las 18:20 echo un vistazo a la semi-iluminada oficina. Puestos vacíos excepto el suyo. Señores de la limpieza deslizándose lentamente preguntándose el porqué de nuestra presencia.
Me estoy jugando el puesto de trabajo y algo más.
Le llamo.
–Voy a ser sincera: he pedido que te quedes esta tarde porque quiero hablar contigo.
El becario responde:
–Ahora es el momento en el que me dices que estoy despedido
Su salida me provoca una carcajada.
–No, no va por ahí. Lo que te voy a decir no tiene lógica, no es profesional ni ético. Proviene de un lugar irracional y peligroso. Aún así…
Dejamos de ser jefa y becario, ahora somos dos animales en una contienda desconocida y tan antigua como el ser humano.
Se levanta sin apartar los ojos de mí. Camina hacia atrás hasta llegar a la puerta del despacho y la cierra.
–Desnúdate –sale de mí–. Todo, excepto los calcetines.
Su mirada contrariada se rinde. Necesito esta absurda maniobra para creer que controlo algo de esta fantasía. Pero lo cierto es que cuando caen los pantalones y su proporcional polla me mira…