Karen se cita por Tinder en casa de un desconocido que le propone elegir entre varias personalidades para jugar.
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Insaciable
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Narración: Karen Moan
–Soy insaciable, no sé si es un problema… para ti
Leo el texto de camino a mi cita Tinder de la semana.
Sonrío para mis adentros. Ese mensaje me ilustra. Pero nunca se lo enviaría a un desconocido. Eso se descubre cuando las miradas, las sonrisas y las pieles se funden porque, a veces, por mucho empeño o ganas, no pasa. Y ¿además? ¿Quién puede medir las saciedades de cada uno? ¿Y cómo? ¿En horas, en caricias o en embestidas?
En esta ocasión, he decidido una cita directa: a la cama, la suya. He seguido mis medidas de seguridad, avisado a mi contacto, y avisado él. Me encanta colarme en una casa nueva, cotillear, adivinar o acertar la personalidad de quien tengo delante por cómo decora o no su espacio. Por no hablar de la limpieza, un básico que puede acabar una cita en cuestión de minutos.
También me chiflan los mecanismos de seducción; la iluminación, música, olores, vino elegido, ¿habrá algo de comer? Esos primeros momentos dicen tanto… Y sobre todo me gusta saber que puedo salir de allí sin dejar rastro. Tinder es así, una poderosa herramienta para polvos clandestinos.
–Hola, Insaciable –saludo, directa, mirándole a los ojos. Retira la mirada, supongo un poco avergonzado, aunque creo que no.
–Hola, chica misteriosa, un placer tenerte aquí –me sonríe, invitándome a entrar.
Cruzo el umbral de la puerta y su mano, en la parte baja de mi espalda, me dirige suave pero firme hacia dentro. Insaciable y dominante. Puede funcionar.
Experto en citas rápidas, pienso, al ver la impecable mesa con velas aromáticas, una botella de Protos y unas aceitunas con mejillones como único aperitivo.
–¿Te apetece hablar? –le pregunto, mientras me acaricio un mechón de pelo con actitud casi infantil.
–No.
Sirve el vino, me ofrece la copa y brinda conmigo en silencio. Me encanta el silencio entre dos desconocidos. Dice tanto…
Tras beber, me ofrece su mano y me dirige hacia el sillón, me indica que me siente y se aleja. Mmm, bien, sorpresas.
Aparece de vuelta con una caja de gran tamaño.
–Ábrela y elige si te gusta lo que ves.
La abro con una tremenda curiosidad. Me encuentro una serie de paquetes perfectamente doblados y unidos por lazos, los cuales consisten en distintos conjuntos de ropa para caracterización. Rezan: Inocente; Caprichosa; Habilidosa; Exhibicionista; Provocadora; Tímida…
La ropa había sido seleccionada a conciencia, con muy buen gusto y de calidad. Sentí como las distintas emociones mencionadas se agolpaban por salir. No sabía cual elegir, las quería todas.
–De acuerdo, Insaciable, veamos –fue lo único que escuchó mientras me dirigía a otro cuarto a cambiarme.
Según empecé a probarme la ropa, sentí como me transformaba; mi cuerpo latía fuerte, mi coño preparado para el juego desde hacía rato. Quería ir de menos a más o de más a menos… decidí «Habilidosa». Un precioso mono diseñado para el placer, que se enfundaba como un guante con las aberturas precisas cerradas con cremalleras y un bonito set de herramientas a juego: regla, metro, cuerda, tenazas, anillas…
En cuanto me vio me di cuenta de que esta era su manera de conocerme; por mi elección, por mi osadía, por mis ganas.
Me pidió que arreglara una mesa que estaba desnivelada y, según empecé la tarea, él, una conversación banal que simulaba una indiferencia que su pantalón no podía disimular.
Yo seguí trabajando casi sin prestarle atención y concentrada. Paré un momento y abrí lentamente las cremalleras que dejaron expuestos mis excitados pechos. Le escuché titubear alabando mi trabajo, mientras la propia escena entró en mí. Me creí todo: que yo era carpintera, que él era un cliente muy cerdo que se estaba aprovechando de mi profesionalidad… Que mis pechos se habían salido del mono sin darme cuenta y mis pezones tropezaban con todo, que me gustaba mucho esa sensación fría, inesperada, de mi piel contra las herramientas…
Cuando dejé de escuchar sus palabras, sentí que su resistencia cedía y me percaté de su presencia tras de mí. Supe que, esta vez, mi habilidad se había salido con la suya. Y él, deliciosamente enfadado me sujetó el culo con fuerza, lo llevó hacia sí, bajó la única cremallera que quedaba intacta y, tras cerciorarse de mi humedad, me clavó su desesperada polla sin ninguna piedad. Grité haciéndome la sorprendida, me resistí y forcejeé como una habilidosa carpintera de quien su cerdo cliente se aprovecha, una, y otra, y otra vez, en una noche de estas en las que tu coño nunca termina de saciarse.