Un desconocido con los ojos vendados. Una desconocida con los ojos vendados. Una habitación de hotel y dos cuerpos por descubrirse. No te pierdas otro espléndido relato con audio de Karen Moan.
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Habitación 119
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Narración: Karen Moan
Siento los nervios paralizando mis movimientos, mi entrada al Hotel parece grabada en cámara lenta, por el peso de mis pies. Mi saludo a la recepcionista resuena con eco y el ascensor a escasos metros se asemeja a una cumbre a escalar sin anclajes.
Al llegar al pasillo de la habitación 119 creo estar en la escena de El Resplandor. Estoy llevando a cabo una fantasía que me acompaña de siempre, tras por fin localizar a aquella mujer quién, según leyendas urbanas, las hacía realidad. En pocos minutos de conversación, aquella maga del deseo me transmitió tal seguridad y confianza que me atreví a decir en voz alta «Tengo un deseo»: Una habitación de hotel con un desconocido con quien no mediaría palabra, y a quien conocería únicamente a través del cuerpo, privados de la vista, este sentido maldito que decide por nosotros sin saber. El diálogo de la piel, el reconocimiento del olor y los sonidos propios de un cuerpo mudo serían nuestra forma de comunicación.
Ella me guio, bajando a tierra aquellas escenas tantas veces soñadas, insistiendo en lidiar con esas expectativas acumuladas de siempre que, seguro, nunca se cumplirían.
La escena la diseñamos juntas. Sí, afirmé convencida, tienes razón, primero debe ser él quien tenga los ojos vendados, de esta forma tendré unos minutos de control en los que decidir si seguir adelante o no. Igualmente la luz sería tan tenue que nuestros físicos estarían desdibujados, pero ese tiempo me permitiría decidir quedarme o no. Él lo sabía. Si decidía quedarme, me colocaría cerca de su posición, me vendaría los ojos yo misma y le guiaría hacía mí. A partir de ahí, ya era nuestra historia.
Cuando recibí el mensaje con las indicaciones (día, hora, lugar), sonreí mientras mi cuerpo y mente se desdoblaban en una doble yo, que duraría hasta el día señalado. Durante esas dos semanas, no me reconocía, ni me importaba. Era otra mujer con una vivencia próxima tan alejada de todo lo vivido hasta entonces que no terminaba de asimilarlo. Era como si mirase mi vida desde otro sitio, ni desde arriba ni desde abajo, desde otro lugar, desconocido, a veces algo sucio, otras, absolutamente mío.
Él está sentado en una silla de la habitación. Tardo unos segundos en acomodar la vista y reconocer su presencia. Su olor me recibe nada mas abrir la puerta. Mi olfato es exquisito, a veces, demasiado. Es el olor de un hombre que ha pasado una jornada fuera de casa, seguramente estresante, huele a sudor edulcorado con un delicioso perfume, indistinguible. La música suena con el volumen perfecto para dejar escuchar sonidos necesarios, como mi abrigo desprendiéndose y cayendo al suelo. Veo como respira profundamente al escucharlo. Me quedo, yo también respiro hondo.
Me siento en una alfombra cercana, saco una cinta de seda y vendo mis ojos. Tanteo el aire hasta que le encuentro y, con mi mano en su brazo, le indico que se acerque. Escucho el latido de mi corazón completamente loco. Se sienta cerca, pero con cierta distancia. Se lo agradezco.
Espera, mi voluntad sería la suya, dijimos. Me acerco un poco más y cojo su mano entre las mías, le huelo y le beso, dejando un pequeño rastro de saliva, marcándole. Acaricio con ella mi cara y la deslizo por el cuello hacia aquella vena cuyo latido me delata, entonces, ahí, la abre y me agarra en un gesto que me intimida, solo un poco. Enseguida vuelve a relajar, de nuevo, esperando. Pero yo creo y quiero entender, que le deje seguir, que le devuelva parte de esa voluntad cedida. La ausencia de visión cambia totalmente la percepción de los posibles mensajes del cuerpo, tenemos que entendernos de otra manera, sin conocernos nada de nosotros excepto que estamos aquí, elegido por ambos, de la Nada al Todo.
Y entonces sí, nuestra historia sucede, nuestras manos recorriendo territorio desconocido, ropa que sobraba desde el primer momento, bocas que se chocan con distintas partes de la cara hasta que encuentran su destino, lenguas que hablan otro idioma, multilingüe. Tacto, gemidos y olores que parecen viejos desconocidos y sí, dos sexos que, tal cual, animales, se buscan sin ninguna interferencia humana. Qué jodidamente perfecta sería la vida si se detuviese aquí, ahora.