Si alguna vez te has preguntado qué es lo que se siente cuando se entra a un club swinger o, aún más importante, si no sabes qué es lo que vas a ver, lo que vas a comer o cómo te van a comer, no puedes perderte este relato de Karen Moan.
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El garito swinger
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Narración: Karen Moan
La primera vez que lo ves resulta soez, ajeno, absurdo, ¿qué coño hago yo aquí?, ¿y por qué me has convencido? Piensas y dices en voz alta a tu acompañante o quizá no tan alta. ¿Fue él quien te convenció o tú a él?
Tardas unos minutos entre decidir querer irte a decidir querer quedarte. Los que tú, toda tú, tardas en pasar del susto inicial al susto de darte cuenta.
Y es que un garito swinger es inicialmente soez, ajeno y absurdo hasta que el ¡¿qué coño hago aquí?! es respondido por precisamente él, tu coño. Aquel que no atiende a nada más que a lo que le sale de sí mismo.
Y es que, en realidad, en un garito swinger, pasan infinidad de cosas cachondas, muchas, quizá demasiadas, en el mismo momento, y entre una multitud difusa, y a lo mejor, por eso, da susto.
Porque quien pasa de estar en una vida normalita a entrar en ese local, que en nada lo es, efectivamente suele o largarse o inventarse. Y sin embargo a mí se me antoja todo comestible.
Sí, mi primera impresión es que estoy en un buffet, de los de hotel de x-estrellas por la mañana, con mesas llenas de cosas de las que saciarte obligatoriamente porque están ahí, y lo haces, con o sin ganas. Y esas ganas, forzadas o no, me llevan a observar la mesa que tengo delante, en la que otros, muchos, follan, se follan, se devoran, haciendo indistinguibles caras, brazos, coños, piernas, pollas, o culos.
Pero es que ni es por la mañana ni es un hotel y, sin embargo, de aquel yo solo recuerdo ahora los embutidos; veo carne, escucho carne y huelo carne, y también siento que debo comer, con o sin ganas.
Y con esa escasa hambre, me acerco a la amalgama y me agarro a algo, a un pedazo pero que apenas me sacia. ¿A qué vine yo aquí? A cotillear, ¿verdad? Entonces me lleno de nada.
Insatisfecha me separo de aquel revoltijo y vuelvo a mi acompañante pidiéndole irnos. Me mira sonriente y me dice «Espera un poco, la comida cuanto más lenta…». Sonrío. Conoce mi apetito. Casi siempre a régimen, ¿de qué?
Así que, vuelvo a mirar a aquel bazar de carnes y jugos, cuando otra vez, rápidamente, lo encuentro apetecible y ya me parece como el menú de la casa, el del bar de abajo.
¿Habéis estado alguna vez en un garito swinger? Pues si no, os garantizo que hay un momento en el que lo que ocurre es que te conviertes en algo entre comensal y comida, entre follador y follado, en algo que sabe dulce y amargo, salado pero nunca soso. Y te mezclas tu también y en ese menú raro de cuerpos revueltos todo sabe, sabe a lo que a ti te tiene que saber, a lo que a ti te hace gemir de regusto y a aquello que tienes que morder fuerte (auch, oyes), para asegurarte de que sí, que en realidad, se come…