Sí, todos y todas lo hemos pensado y, muy probablemente, también lo hemos hecho. No te pierdas este relato de Karen Moan.
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¿Por qué no me lo follo para que se calle?
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Narración: Karen Moan
¿Alguna vez te ha caído alguien tan mal que quieras follártelo? Además, por ese único motivo, que te cae realmente mal. Es algo así como ¿De dónde cojones salió este tío?, ¿Por qué gasto mi tiempo escuchándole?, ¿Por qué no se calla?, y, de pronto un ¿Por qué no me lo follo para que se calle?
Te molesta tanto que no dejas de revolverte en tu silla deseando salir corriendo para perderle de vista, mientras le preguntas a tu impertinente cuerpo por qué no lo hace. Salir corriendo. Quizá en tu aburrimiento vital ese sentir algo, lo que sea, aunque tenga forma de asco, es un algo.
O es que, en realidad, aquel sujeto que no habla tan mal ni se muestra fanático de nada solamente te repulsa por cómo acapara todo, porque es de los que lo hace. Atención, respiración, espacio. Es de los que, cuando entra por la puerta, se sabe. De dónde sale ese rara avis, lo desconozco, pero sé que yo siento su presencia desde mi ahora algo más insignificante lugar e inmediatamente me cae mal.
En la mayoría de los casos decido la ignorancia mutua, sigo con mi vida (también algo más insulsa) hasta que desaparece, sintiendo cierto alivio. Pero hoy tengo que tragarme su presencia porque es el ponente de aquella conferencia que anhelaba y que no es en absoluto decepcionante, excepto porque el tipo que la da me cae tan mal que solo quiero follármelo.
Me molesta mi deseo, me pringa, me lo quiero quitar de encima, no imaginarme encima de él. Pero ahí aparece cada pocos segundos, me veo embistiéndole de mala hostia, empujando como si le fuera a joder, como si cada empotrada marcase el territorio, las bases, el discurso, el argumento. Pero en realidad no hay ni una sola palabra en esa follada porque sería inútil gastarlas.
Así que batallas con el coño, tal cual. ¿A ver si ahora eres tan jodidamente gracioso?, piensas con una mirada casi psicótica, mientras aprietas los músculos pélvicos para asfixiar una polla que disfruta como nadie este inesperado coloquio.
Y en cada embestida, tirándole del pelo, mordiéndole, empujándole cada vez más hondo, te cae cada vez peor, porque, cada vez, te gusta más.
Y en esta inexplicable follada no caben preguntas ni respuestas, solo eres consciente de que tu enfado es algo, algo que anhelabas, como tantas otras cosas. Este tío que decidiste imbécil desde el primer segundo, se ha convertido en lo puto mejor que te ha pasado en mucho tiempo y, entonces, ¿qué?
Aquel que no se puede ni creer lo que está pasando porque solo veía en ti una mirada furibunda y ni le apetecía entrar a nada (será otra de estas amargadas que quieren eso, amargarme la noche), se encuentra con un animal salvaje atacando su polla con todo, casi echando espumarajos por la boca. Eso sí, no se achanta ni lo mas mínimo. Lo disfruta como aquel que no sabe por qué le tienes tanto gato, pero al que le da exactamente igual.