Adéntrate en esta nueva historia con audio de Karen Moan, de la mano de sus pensamientos sobre el dolor y el placer.
Sigue leyendo, sigue oyendo, sigue sintiendo…
¿Estás segura?
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Narración: Karen Moan
–¿Estás segura?
No respondo.
–¿Estás segura? –repites lentamente–. Si eso es lo que quieres, lo acordamos ya.
No, no, no. Un movimiento interno desconocido suplica a mi boca:
–No lo sé, no estoy segura. Necesito pensar
–Sí, piensa, piensa las cosas antes de decirlas, mejor – respondes.
Ese control, ese maldito control que tienes sobre mí, sobre mis palabras, sobre mi deseo, sobre lo que creo que es real, pero que cambia, cada momento, con cada mirada, arañazo, carcajada, moratón.
Esa pérdida de voluntad, entrega, ese «juego» que no siento inocuo, y que provoca tal pelea interna, que me entran ganas de gritarte, de taparte la boca, de no dejarte hablar ni una vez más.
Dejarte, no permitir que me penetres, ni el coño ni la mente. Dejarte o dejarme.
Pero ¿por qué? ¿Por qué esa batalla contra mí misma? Cuando estar contigo supone un viajazo, supone montarse en el lomo del dragón, volar, sentir el estómago encogido en las caídas, escuchando el sonido de una eterna risa casi histérica, y mirar hacia arriba cuando subimos, alto, alto… Más, quiero más alto.
Yo no lo entiendo y tú no quieres explicármelo. No quieres. Estoy segura de que te descojonas tanto por fuera como por dentro. Tu capacidad de mirar en mí y permitirme vivir lo que quiero, sin saber lo que viene en cada instante, mola, todo. Pero a la vez me frustra, mucho, me desespera. No hay pensamiento que guíe la acción, no hay pensamiento.
Minutos antes te había pedido que dejaras de dominarme.
«¿Estás segura?»
Llevo años contemplando las relaciones D/s, sin encontrar ninguna motivación ni fascinación en ellas. He escuchado en numerosas ocasiones: «Tú eres sumisa, pero aún no lo sabes». Y también, «Tú eres domina, e igualmente, lo desconoces».
Miraba a mi interlocutor con curiosidad, preguntándome qué veían en mí en tales afirmaciones. Y punto, ni siquiera me interesaba explorar la posibilidad de…
–Mis relaciones son con dolor, del tipo que sea –afirmaste al conocerte.
De acuerdo, pensé, entonces no me relacionaré contigo. Pero pasó, lo busqué o lo encontré. Y desde el primer momento entendí que ese dolor no significaba un moratón, mordisco, insulto, humillación.
Era un dolor imperceptible, como esa gota de agua que cae, lenta, una y otra y otra vez, provocando un daño sutil pero constante.
Un dolor gozoso, un arañazo que acompaña una embestida que te marea, unas manos que se cierran en tu cuello provocando un borroso y profundo placer, una polla que maneja la situación, de tal forma, con tal destreza, con tanta furia, que rompe, me rompe, y duele, claro que duele. Pero cada vez que preguntas, «¿Más?», suplico, «Sí».
Un dolor incomprensible, insoportable, deseado con cada centímetro de mi piel, odiado en mi memoria más racional. ¿Cómo cojones se entiende?
–¿Estás segura?
De nada, absolutamente de nada. Mientras me observes así, me trates así, me folles sin miramientos, mientras me hagas tan jodidamente feliz, sin saber cómo ni por qué. No, no estaré segura de nada.