Relatos eróticos

¡Despierta, sumisa! – Crónicas Moan (by Eme)

Karen Moan regresa con sus crónicas en esta breve pero deliciosa y excitante historia reflexiva sobre el porqué, el cómo y el cuándo del placer sexual de la sumisión.

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Relatos eróticos

¡Despierta, sumisa!

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Narración: Karen Moan

Supongo que ninguno de los dos lo sabíamos, en una de esas noches que no planeas, que no esperas, que de hecho llevas un oscuro cansancio a cuestas. Ocurrió porque no había nada más que hacer, quizás porque a esas horas, con tanto encima, y teniendo un cuerpo caliente cerca, la mente deja de pensar y deja paso a esas ganas guarras, semi inconscientes, y, en ocasiones, acertadas. Como esta.

Tengo un vago recuerdo de quién y cómo empezó, quizá lo busqué yo, a tientas, sin saber si encontraría respuesta. No recuerdo la acción inicial, pero sí esa sensación. Ese momento en el que tu cuerpo está a medias entre dormirse o follar, y algo activa un nosequé que provoca que toda tú se alerte. ¡Eh, despierta, aquí pasa algo!

Pasa que no entiendo cómo besas, pero mi boca sí. Que no sigo a tu lengua, pero la mía encuentra el lugar perfecto donde perderse. Pasa que tu aliento se mezcla con mi respiración que se entrecorta. Pasa que los instantes en los que no me dejas acercarme a ti me muero por hacerlo. Pasa que mi sexo está empezando a latir reconociendo algo que yo no.

Pasa que tú mandas.

Y cuando tu mano, tu cuerpo y tú entero me tocas, yo me dejo. Cuando tú muerdes, yo recibo. Cuando tú pones y dispones, yo me someto.

No soy sumisa, no sé que soy. No soy. Hoy parece que no.

Sigo perdida en ese momento en el que tu boca decidió por mí. Sigo sin entender como no lo vi venir. Pero, joder, lo disfruto, me someto, me someto una y otra vez.

No te conozco, pero ahora tampoco a mí. Así que somos dos desconocidos conociéndose en un sofá ajeno, en una casa ajena, en una vida ajena.

Arañas, muerdes y penetras un cuerpo que sí te reconoce. Curiosamente lo único de mí que está tranquilo es este envoltorio físico que ahora manejas como tuyo. Mi carne se deja atravesar. Mi coño te recibe listo, empapado hace rato, sin ninguna duda de que quiere que hagas con él lo que con el resto, follártelo, sin preguntar, sin ninguna pizca de compasión, sin saber si duele, gusta, disgusta, si me es indiferente o me mata de placer.

Porque aquí, allí, entonces, el diálogo no se produjo entre tú y yo. Lo que pasó es que eso que sale de ti, indefinible, se adueñó de mí. Y dejé de ser yo, dejé de pensar, sentir pena de mí misma, dejé de sentir ese dolor mental que llevaba a cuestas y quise sentir ese otro, físico, que me atravesó desde el primer mordisco, y que tú, sin preguntar, pero sabiéndolo, me diste.

No soy sumisa, no sé que soy. Pero sé que los moratones que se mantuvieron en mi piel unos días no me importaron, que de hecho los apretaba un poco, y que mi cuerpo decía: ¡Eh despierta, aquí pasa algo!