El título no deja lugar a dudas, este relato va de un hombre con el pene «demasiado grande y erecto». Lo que aún no sabes es lo que va a ocurrir tras esa confesión.
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Demasiado grande, demasiado erecta
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Narración: Karen Moan
–Yo tengo un verdadero problema, mi polla es demasiado grande y demasiado erecta.
Reacciono con una errónea carcajada. Errónea por la cantidad de prejuicios que lleva detrás. Su semblante serio provoca mi empatía, pero, joder, mi cuerpo reacciona por sí solo con un mmmmm.
–¿Por qué lo consideras un problema?
–Porque siento que hay mujeres que no follan conmigo, follan con ella.
Le entiendo, lo entiendo. En un momento en el que el estrés, las relaciones líquidas, las drogas, la incomprensión del erotismo, etc… Provocan que las pollas no se mantengan duras, los coños no lubriquen, los orgasmos se individualicen… una buena erección es «profundamente» anhelada.
Mantenemos esta imprevista conversación mientras ordenamos la sala para unas clases de baile, precisamente de erotismo y seducción. Y no puedo evitar pensar en el grupo de mujeres que se presentará en breve, imaginando cómo sería sentarnos a conversar con el chico de la polla grande y erecta. Conversar… En unos segundos, mi mente nos imagina desnudas adorando su miembro y turnándonoslo en perfecta sororidad. JODER. ¿Donde se está quedando mi trabajada concepción de la sexualidad? El Mind Fuck, la descentralización del coito, de la erección, expectativas, lo carente de imaginación, lo aprendido, típico…
¿Estoy cosificándole? Lo estoy haciendo a pesar de la afirmación que comenzó esta conversación. Quizá, ser consciente de ello me diferencie de aquellas mujeres que le hicieron sentir así, quizá estoy buscando excusas. No me queda otra opción mas que jugar limpio.
–Entendería que me mandases a la mierda, pero me muero de ganas de follar a tu polla… y a ti.
Explicarle cómo vivo el sexo, cómo siempre, siempre, está vinculado a la emoción, aunque se trate de una persona desconocida. Contarle que tengo muchas más ganas de follarle a él que a su enorme apéndice, no se lo cree nadie. Así que no pierdo el tiempo.
Ahora es él quien se descojona, en una carcajada que suena a triunfo. Dudo si su confesión inicial era una estrategia. Y me da igual. Solo deseo saber si cuando nuestras pieles conecten seguirá esta sensación de superficialidad en la que nos movemos ahora. Y mientras todos estos pensamientos pasan, mi coño tiene sus propias dudas.
-Y ¿qué te parece si somos mi polla, tú y alguien más?
Me encanta la sustitución del «yo» por el «ella».
–Eso es fácil –respondo. Y de nuevo, es la protagonista de esta historia quien me hace pensar así.
–Hoy –añade.
Bien, ya estoy segura de que era una estrategia. Y adoro su sencillez y eficacia. «Yo tengo un verdadero problema, mi polla es demasiado grande, y demasiado erecta». Recuerdo, y vuelvo a descojonarme. Me gusta este tío.
Escribo un mensaje a mi compañera de vida, la profe de baile que está a punto de aparecer en este escenario de conversaciones guarras. Me encanta hacerle regalos.
–Estoy con un hombre cuya polla, grande y erecta, quiere conocernos.
Su «El baile termina a las 21, os espero a y diez» me demuestran que es ella, y siempre será ella.
–Ok, vuelve por aquí en una hora y cuarenta –le digo tras retirar mi mirada del móvil.
Me mira incrédulo y travieso, me acerco a él, y mientras lamo su sonrisa, acerco mi mano a su bragueta para asegurarme sobre el pacto que acabamos de sellar. A él le queda claro. Y a mí.
Una hora y cuarenta minutos más tarde, mi sudada amiga y yo exhalamos eros. Sus clases son una inyección de «sexibilidad». Nunca antes me había movido, sentido, tocado y visto como lo hago en el espejo de la clase de esta mujer, que nos enseña a ver en nosotras lo que nadie.
Al entrar, parece un ser muy pequeñito, con un gran secreto escondido. Nos quedamos sentadas en el suelo y le invitamos a acercarse.
La folla-música sigue sonando. La profe utiliza sus herramientas para relajarnos, a los tres. Porque da igual la cantidad de tríos, orgías, sexo en pareja, sexo de la manera que sea tengas, los nervios siempre, siempre deberían estar presentes. Porque el sexo nos hace vulnerables, y es esa debilidad la que se convierte en fortaleza cuando la piel y lo que está detrás se juntan.
Esa noche miramos a los ojos del chico de la polla grande y erecta, le besamos, metimos dedos y narices en su bragueta sin contar con la protagonista de la escena. Nos besamos, metimos dedos y narices en nuestras bragas sin escuchar a los nuestros. Esa noche reímos, bailamos, tocamos, hablamos guarro y nos sedujimos los seis, los de un lado y otro del espejo. Y cuando finalmente nos quitamos la ropa, la polla ENORME y erecta nos empujó a cada una hacia el espejo. Nos colocó al lado de la otra, abrió nuestras respectivas piernas y sin una pizca de compasión nos empotró a ella, a mí, a ella, a mí, primero en lentos turnos, luego subiéndolo, por fin haciéndonos gritar, hermanándonos en el dolor, en el estruendoso placer, en la bestialidad y belleza que ese miembro provocaba. Amándonos, amándole y –¿cómo no?– amándola.