K y su juego han obtenido la respuesta de un hombre, un jugador, también confinado. Lee este relato de Karen, narrado por una voz masculina.
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Confinado
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Narración: Leo M.
Estimada anónima:
Siempre admiré a quien juega fuerte, al igual que a los «faroleros», quienes mantienen el tipo dignificando y excusando la mentira. En tu caso, no sé si es lo uno o lo otro, pero admito que mi interés en participar en tu partida fue inmediato, aún sin ser un devoto fan de los juegos de apuestas.
Tras leerla y dejar calmar mi agitada respiración, me dirigí hacia el cajón de los infinitos cacharros buscando, con cierta urgencia, aquellos prismáticos a los que nunca di tan buen uso y me dirigí a la ventana de mi cuarto. Debo confesar que prefiero la altura de la misma para dejar fuera del alcance de mi supuesto público aquello que usted regala al suyo. En mi opinión, es demasiado dura consigo misma, puesto que leo en su descripción el intento de no llamar la atención ni perturbar las vidas cotidianas de sus involuntarios espectadores. Y aún si alguno adivinara el motivo de ese leve entornar de ojos, considero al mismo más afortunado que lo contrario.
Continuando con la instrucción que me envía, ignoro si real o imaginada, me dirijo a mi vecindad y la busco en cada uno de las decenas de balcones que me ofrece mi vida en una rotonda. Transcurren muchos minutos hasta que, por fin, la encuentro, sin dudar. La veo apoyada en un solo codo, su mano derecha fuera de la vista. Y la mirada perdida, ensimismada.
El ligero vestido verde con manchitas (intuyo flores, imposible de precisar en la distancia) se mueve al son del aire y, como bien describía en su carta, su cuerpo, al son de otro ritmo que entiendo será la guitarra o la yogui, pero que me importa poco.
Y sí, involuntariamente y agradecido, mi sexo se ha endurecido como nunca antes en esta maldita condena autoimpuesta. Ha sido tan inesperado que me ha desestabilizado por unos instantes, no pudiendo evitar una sonrisa lastimera. Joder, qué flojo estoy o cuán impactante ha resultado su visión.
Siguiendo sus órdenes, mi mano también se pierde tras la bragueta. Y procuro seguirla, distinguir el vaivén, aunque la lentitud me cuesta. Hacía mucho tiempo que no tenía tantas ganas de, pero quiero acompañarla, en esta, nuestra primera vez. Retiro la vista un momento. He sentido la necesidad de quitarme toda esta ropa que ahora supone una barrera más. Ya desnudo, me apoyo de lado contra la pared y siento el frío en la pierna, no así en la polla quién ruge en su dirección. Dedico unos segundos mentales a decidir otra logística para la próxima vez. Está demasiado lejos para mi gusto, los prismáticos son totalmente necesarios para distinguir sus gestos y eso inhabilita una de mis manos. El mismo aire que mueve su vestido llega hasta mí. Ojalá trajese el olor de esos dedos que acabo de ver ha metido en su boca. Sucia. Y de nuevo, sin entender esta repentina sumisión, también chupo mis dedos, en un acto nunca probado anteriormente. Dulce y sucia vecina del segundo, la visión de su mano de vuelta dentro de unas bragas, que imagino blancas de algodón, provocan un orgasmo demasiado rápido y una mezcla de sensaciones posteriores, de enfado, irrealidad, fantasía. Me imagino apareciendo por la puerta de su balcón y deteniéndome allí, dejándola hacer, solo esperando que comparta conmigo su sabor. Continúo mirándola admirando su parsimonia cuando siento su mirada, fija, en mí. Pillado. Dejo caer los prismáticos y a mí mismo en el sofá, preso de una súbita vergüenza. O desvergüenza. Espero unos minutos y me atrevo a mirar para sentir un repentino vacío al ver su balcón igual.
Vuelvo a mi rutina, sintiendo un runrún dentro. Mi sexo me arrastra constante hacia la ventana, le contengo. Aún así mi mirada furtiva busca su figura en varias ocasiones durante el día, sin éxito. Querida anónima, la espero.
Suyo,
Q.