La oficina está para trabajar. Por eso, nuestra protagonista le pide a su amante un buen cunnilingus.
Sigue más abajo…
Cómeme el coño
Pulsa play para activar el audio:
Narración: Karen Moan
–Métete debajo de la mesa y cómeme el coño.
Estoy tan empapada que sé que mi líquido está mojando la silla, traspasando el vestido. Yo y mi manía de no llevar bragas.
No se mueve. No se lo cree.
Echo la silla hacia atrás, abro las piernas y subo el vestido lo suficiente como para verlo, verme, ¿olerme? Yo sí me huelo, a sexo sudado, sediento.
No se mueve. Ni yo. Dejo que mire cómo mis labios empiezan a palpitar, nerviosos, y cómo sigue escurriéndose esa inequívoca señal de deseo.
Joder, son unos putos minutos deliciosos. Veo como su pantalón está abultado, debe tenerla durísima. Su fantástica polla, que reacciona a todo, a mi voz, a mi cercanía, por supuesto, a las cerdadas que le suelto porque quiero que su erección se mantenga en el tiempo hasta que duela. Y no es crueldad, es justicia. Porque a mí su voz, su cercanía y su respuesta a mis cerdadas provocan tal tensión en mi sexo que también duele.
Sigue inmóvil pero sus ojos me atraviesan. A veces, sumiso, en realidad, dominante. Contemplo como su pecho se hincha, sus manos apretadas señalando las venas en sus brazos. La puerta del despacho sigue abierta. Da un paso hacia atrás, la cierra sin dejar de mirarme ni un segundo y se apoya en ella.
Capullo, no va a hacerlo.
Está bien, echo un vistazo a la mesa y cojo un rotulador, y empiezo a escribir en mi pierna: escribo «tócame» en la parte interna del muslo; luego, escribo «aquí» muy cerca de mi coño; y «aquí» en el otro muslo. Sigo escribiendo la palabra «aquí» tan concentrada y divertida que no soy consciente de si podré borrar mi obra, lo cual no me permitiría salir de este despacho jamás. Cuando hay suficientes palabras escritas, empiezo a jugar con el insignificante rotulador sobre mi clítoris, acariciándolo con suavidad. Entonces le miro de nuevo y lamo el rotulador para recordar mi sabor. Ese sabor a mujer insaciable.
Mi amante y compañero de oficina, sigue mirando con una dureza que no interpreto, pero ya no voy a parar. Con la mano libre, empiezo a meter un dedo, dos, tres dentro de mi coño y, entonces, él desaparece. Subo las piernas en la mesa y cierro los ojos porque el puñetero orgasmo se resiste, porque mis dedos y el estúpido rotulador no son nada frente a la polla del tío que me está mirando. Así que, mi sexo no se deja llevar, le quiere a él, se muere por él. Y yo, pero si hay que jugar, se juega.
Me imagino la visión en sus ojos. Totalmente expuesta, ya con ambas manos masturbándome con rabia. Duele, cabrón. Duele desearte todo el puñetero tiempo. De pronto, siento su enorme mano en mi cuello, apretando lo suficiente como para que mi espalda se yerga hacia él. Se acerca a mi oído y me dice: qué cerda eres.
Y entonces…