Dicen que el sexo que no es guarro no es sexo. Y hay quienes lo aman.
Sigue oyendo, sigue leyendo…
Amantes del sexo guarro
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Música: The falling (Satellites) Exxasens. Derecho de uso autorizado por Exxasens.
La foto de perfil del teléfono como única pista.
Un mes de mensajes cerdos.
Odio el sexting. Accedí a ello porque la excusa de la distancia funcionó.
Y era mucha, Buenos Aires. Esa ciudad a la que he prometido conocer, sola.
Esta vez la distancia tampoco ayudaba, viajaba en el tren, había obedecido su única petición, pero el aire acondicionado de primera clase no evitaba la sensación de que la humedad de mi sexo iba a traspasar al asiento. No llevar bragas es divertido, pero guarro.
Tenía claro que una de las primeras cosas que pensaba hacer era hundir mi coño en su boca y, a pesar de que me encantan los olores exagerados, sentía cierto reparo. Era la primera vez, desconocía hasta dónde podía llegar. Sudor y mis fluidos como presentación. Si no le gustaba, no era para mí, y quería que lo fuese.
Mis instrucciones eran fáciles de llevar a cabo.
Al llegar tienes que tener los ojos vendados, tiene que sonar esta playlist, y tiene que haber una botella de tequila en la mesa. No sabía en qué mesa. No conocía su casa, nada.
Solo una foto de perfil y un montón de mensajes cerdos.
El camino desde la estación hasta su casa se hace largo, suenan los temas elegidos para esa tarde. En mi mente resbalan ideas, las dejo escapar, no quiero esperar nada, planear nada. ¿Para qué? No tengo ni idea de cómo va a reaccionar mi piel al contacto, mi lengua con la suya, un básico. Si los besos no funcionan, nada lo hace.
Presiento muchas cosas, no tengo certeza de nada.
Vive en una nave, una entrada de chapa metálica comunica con un espacio grande y destartalado. Encuentro un par de notas. No me paro a pensar, si lo hago daré media vuelta. No me esperaba esto, y una voz muy pequeñita y alarmante intenta hacerme entrar en razón.
La apago. Sigo conservando ese insensato gusto por lo potencialmente peligroso. Subo unas empinadas y horrendas escaleras, y solo la música de fondo me convence. Suena Moan, no puede ser casualidad.
Está sentado en un sofá al fondo de una enorme habitación de una inmensa nave. Parece pequeño hasta que me acerco. Ninguno pronuncia una sola palabra. Sus ojos están sellados. No tengo ni idea de quién es este tío que tengo enfrente, que ha decidido someterse, que quizás podría habérsela jugado más que yo. ¿Es otro valiente, otro loco?
Vuelvo a apagar, esta vez la mente entera.
Levanto la falda, acerco mi coño a su cara. Saca una lengua tan jugosa como el premio que va a recibir, y ambos se funden.
Sí, los besos son un básico. Y él lo es, como yo. Dos insensatos amantes del sexo guarro.