Porno para mujeres, la brillante trilogía de relatos eróticos de Valérie Tasso, termina con esta excelente historia, donde el sujeto y objeto del erotismo se funden en una y la misma mujer.
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Porno para mujeres. Secuencia 3: El día que protagonicé una peli porno
Fue un lunes cuando lo recibí.
El escrito para el blog de LELO no acababa de salir… Al sonar el timbre, pese a que me sobresaltó un poco, no me cabreé demasiado, como sucedía otras veces por la interrupción.
Abrí la puerta, y me encontré al chófer perfectamente uniformado. Y, aunque estoy más que acostumbrada a este tipo de entregas repentinas, no negaré que me sorprendió su presencia, un tanto perturbadora.
–¿La señorita Tasso? –me preguntó.
–Sí, soy yo.
El hombre alargó la mano y me entregó un sobre acolchado.
–De parte de la señorita Adèle –añadió.
¿Adèle? Pero ¿¡quién coño era Adèle!? Ante la presencia del chófer, frenética por un breve instante que se me hizo eterno, intenté asociar un rostro con ese nombre, pero no conseguía recordarlo. De repente, apareció en mi mente la cara angelical de la hermosa rubia del ático de La Bonanova, donde, hacía unas semanas, habíamos participado en una orgía.
–¡Ah, sí, es para mí, efectivamente! –le dije con algo de brusquedad, fruto de la impaciencia y un cierto sonrojo por lo que pudiera saber aquel hombre.
Tras cerrar la puerta, examiné el sobre con tanta atención como curiosidad. No había nada escrito, cosa lógica por otra parte, pues lo prepararon para ser entregado en mano. Cuando finalmente lo abrí, encontré en su interior un DVD. Dentro de mi estómago empezaron a moverse esas mariposas que emigran, cuando la incertidumbre se desvanece.
Aparté con cariño a Monsieur Alfred, el gato que recogí de la calle hace ya unos años, e introduje con nerviosismo el disco en el lector de mi portátil. La primera imagen que apareció fue la de Dieter gimiendo al compás de una suculenta mamada. Detuve la proyección, mientras mi gato me miraba incrédulo.
Lo primero fue la sensación de ser víctima de algún tipo de chantaje. Después, lo pensé mejor y coloqué el portátil sobre la cama, me senté frente a él y empecé a deslizar los tejanos por mis piernas. Si algo hay difícil en este mundo es quitarse unos vaqueros ajustados sentada y conservar puesto el tanga, pero así sucedió.
Una poderosísima excitación me invadió solo por el hecho de pensar en darle de nuevo al play. No niego que ya me había masturbado algunas veces rememorando las escenas de aquel encuentro, las más hardcore para ser sincera, pero la oportunidad de verlas como si de una película porno se tratara incrementó exponencialmente mi excitación y libido. Nunca me han gustado las fantasías light.
Volví a pulsar el play.
Una pareja practica el 69. La cámara se acerca hasta la vulva donde la lengua de él realiza pequeños círculos alrededor del clítoris, para descender hasta la vagina e introducirse repetidamente, como un perro que busca saciar su sed.
Aparto ligeramente el tanga hacia la izquierda dejando mi vulva al descubierto, y empiezo a acariciarme suavemente, con cadencia, los labios. La lengua del hombre de la película hace ruido.
Me encanta este chapoteo. Me encantan los sonidos del sexo. Monsieur Alfred da unos pasos hacia mí con los ojos fijos en mi entrepierna. Se detiene. La cámara da un pequeño giro y enfoca a un hombre grueso lleno de vello que, con sacudidas vigorosas, está enculando a una jovencita que se retuerce, no sé si de dolor o de placer. Las gotas de sudor emanan de su rostro dulce que mira a la cámara, mientras un tipo elegantemente vestido le masajea con la otra mano su teta derecha. Lo hace torpemente, como si amasara algún tipo de extraña argamasa, al ritmo de los jadeos del gordo y los gemidos de la jovencita.
Intuitivamente, mi mano izquierda se desplaza hacia mi pecho, a la vez que continúo acariciándome, ya casi con exclusividad, el clítoris, completamente al descubierto por la presión de los dedos índice y anular sobre el pubis. Aprieto con fuerza mi pezón, como si una pinza de acero lo sostuviera. Noto que voy al alcanzar el orgasmo, pero soy capaz de detenerlo sin dejar de presionarme y acariciarme. La cámara cambia de plano y se dirige hacia un grupo de personas que rodea a alguien tendido en el suelo. Y es entonces cuando me veo a mí misma, aparezco en pantalla.
Al verme, jadeo, jadeo fuertemente como si estuviera sola en el mundo. Ricardo me está follando con fuerza sobre la alfombra, mientras una chica morena succiona mis pezones; un hombre que por su aspecto podría ser de la India me acaricia el vientre, y mi vello púbico gravita alrededor del falo de Ricardo que entra y sale con fuerza.
Un muchacho apuesto lame con gula mis pies contraídos por la excitación. Tengo los ojos entornados y la mirada puesta en ningún sitio.
Sobre la cama, el gato se acerca un poco más y empieza a olisquear intentando comprender lo que me está sucediendo.
Ver, observar, disfrutar mi propia mirada hace que no pueda contener el orgasmo, pero en un último esfuerzo contrayendo todos los músculos de mi cuerpo, consigo frenarlo. En la grabación, me corro, lo estoy viendo, pero también lo estoy oliendo y degustando. Percibo todos los olores, todos los sabores… de todos los que ahora veo desde la cama. Al cabo de un rato, la cámara desciende y se dirige lentamente hacia mi rostro.
–¿Te encuentras bien? –me pregunta una voz en la grabación.
Sin albergar posibilidad ni voluntad de control sobre mi cuerpo, me corro.
Apenas recobrada y con la vagina todavía palpitando, sonó un mensaje en mi Whatsapp.
«No te preocupes, es la única copia. Suelo guardar una de cada encuentro, por si un día Ricardo creyera oportuno buscarse otra compañía… espero que lo hayas vuelto a pasar bien ❤️?»
No sabes cuánto, mi querida Adèle…no sabes cuánto he disfrutado mi película porno, pensé.