Desde el punto de vista evolutivo, los seres humanos estamos programados para sentirnos atraídos por otras personas. En el pasado, la atracción llevaba a la reproducción y, por tanto, a nuestra supervivencia como especie. Actualmente, no vivimos en las sociedades prehistóricas y sabemos que la atracción va mucho más allá de la evolución: existen factores psicológicos, emocionales y socioculturales que han dado lugar a un presente en el que nuestra realidad es mucho más fluida, desde nuevas formas de identificarnos en relación con nuestro género a maneras de expresar nuestra sexualidad o deseo.
Aun así, existen algunos factores biológicos que nos empujan a seguir sintiendo atracción por otras personas aunque la supervivencia no sea el fin. Por un lado, porque, a pesar del origen evolutivo que he mencionado, la atracción nos aporta mucho más que reproducirnos: nos permite crear vínculos y forjar relaciones profundas que son clave para nuestro bienestar emocional. Y, por el otro, porque si bien la forma como nos relacionamos ha evolucionado, seguimos experimentando ciertas respuestas automáticas a nivel químico, aunque no solo en el cerebro, sino que se extienden por todo nuestro cuerpo gracias al sistema nervioso. ¿Los responsables? Los neurotransmisores que se ocupan de potenciar la atracción y el apego. Ahora los conoceremos, pero, antes, haremos un breve ejercicio de memoria.
Recuerda cómo fue la última vez que sentiste atracción por alguien. Tanto si fue un flechazo como algo que se fue cociendo a fuego lento, seguro que te resulta familiar la sensación de desear algo que (todavía) no tienes. Aquí es donde entra en juego la dopamina, un neurotransmisor que nos empuja a conseguir más ante la perspectiva de algo nuevo y muy atractivo. Y no solo en el amor, también a la hora de buscar un nuevo trabajo o un piso más grande y luminoso. La dopamina, por tanto, activa todo lo que ocurre a continuación, porque nos impulsa a buscar más interacciones con la persona que nos atrae y es de las moléculas más poderosas de nuestro sistema nervioso.
Algunos científicos se refieren a la dopamina como la molécula del placer, entre otras cosas, porque es la protagonista del circuito de recompensa, que lleva las células que segregan dopamina a través del cerebro y nos hace sentir excitación y deseo… además de placer cuando alcanzan una zona llamada núcleo accumbens. Sin embargo, autores más contemporáneos afirman que es, más bien, la molécula de la ilusión, porque está presente solo durante la fase de desear algo que no tenemos. Es la responsable de guiarnos en los primeros encuentros e interacciones, pero no es la única que está presente.
Si la dopamina es un neurotransmisor que nos garantiza el futuro, la oxitocina, las endorfinas, la adrenalina, los endocanabinoides y la serotonina son los neurotransmisores del presente. La diferencia es que el placer que nos proporcionan no viene de una ilusión generada por la dopamina, sino del que nos brindan las emociones y las sensaciones del momento que estamos viviendo:
- Oxitocina: se libera al compartir experiencias significativas con la persona que nos atrae y, sobre todo, cuando hay contacto físico. Seguro que esta sustancia te suena porque es la que se asocia a los beneficios de los abrazos largos. Esta molécula es clave para reforzar el apego y la confianza.
- Endorfinas: consideradas la morfina del cerebro, se liberan cuando pasamos tiempo con la persona que nos atrae, incluidos los momentos de risa y de contacto físico. Nos proporcionan una sensación de felicidad y relajación y pueden contribuir a reducir el estrés e, incluso, el dolor.
- Adrenalina: es la responsable de las mariposas en el estómago y de que nuestro corazón se acelere cuando estamos cerca de esa persona. Hacen que sintamos más emoción, y también nervios, durante las interacciones. La adrenalina que se encuentra en el cerebro se llama noradrenalina o norepinefrina y, a finales de los 50, se pensaba que era segregada por la dopamina.
- Endocanabinoides: es un tipo de sustancia química que produce relajación y placer. Nos permite sentir comodidad y disfrutar del momento cuando compartimos tiempo de calidad con la otra persona.
- Serotonina: si bien durante la primera fase de enamoramiento nuestros niveles de serotonina se reducen provocando pensamientos constantes sobre quien nos atrae, a medida que la conexión avanza se estabiliza poco a poco y genera una sensación de bienestar y de seguridad.
Como explica la antropóloga Helen Fisher, esta fase de enamoramiento dura entre un año y un año y medio. Para que esa atracción inicial evolucione a una relación sostenible en el tiempo el amor también tiene que evolucionar y es donde experimentamos la liberación de los neurotransmisores del presente al tiempo que la dopamina se inhibe. No obstante, no es la única: si antes hablábamos de que el circuito de recompensa hace que se activen ciertas áreas, el enamoramiento también desactiva otras. Por ejemplo, la amígdala, que está relacionada con el miedo. ¿Te suena esa sensación de sentirte invencible cuando tienes un flechazo? ¿O eso de idealizar a ese nuevo amor y verlo todo de color rosa? Es por la corteza prefrontal dorsolateral, que nos ayuda a razonar de forma lógica y crítica y tomar decisiones.
Así pues, sabemos que la dopamina es la molécula de la ilusión, de lo que no tenemos, y cuando nos sentimos conformes con nuestra situación actual no sentimos la necesidad de ir a por más. Los expertos aseguran que la dopamina y los circuitos de las moléculas del presente pueden funcionar juntos (como hemos visto en el enamoramiento), pero, en la mayoría de las situaciones se contrarrestan. Las moléculas del presente nos anclan a la realidad, a lo que estamos viviendo, por lo que la dopamina se inhibe. Pero, cuando el circuito de la dopamina se activa, empezamos a pensar en un mar de posibilidades… y las moléculas del presente se reprimen.
Como ves, cada emoción o sensación que nos atraviesa cuando nos enamoramos, como las ganas de pasar más tiempo con esa persona, el corazón que se acelera o las mariposas son señales de todo lo que está sucediendo en nuestro cuerpo gracias al alcance de nuestro sistema nervioso: neurotransmisores que se liberan mientras otros se inhiben, áreas que se activan y otras que se desactivan, circuitos que estimulan… En definitiva: un cóctel químico que nos acompaña, también, mientras nos enamoramos.
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