El exastronauta de la NASA, Mike Mullane, declaró en una entrevista para el famoso medio Men’s Health que, mientras estuvo en el espacio, tendía a levantarse contento, tanto que sus erecciones taladrarían el lado oculto de la Luna. No obstante, un reciente estudio de la Universidad Estatal de Florida, publicado en el Faseb Journal, concluye diciendo: la exposición por parte de los astronautas a los rayos cósmicos tiene un efecto nocivo y, además, este es a largo plazo.
Acogiéndonos a esa teoría, las erecciones en las condiciones en las que estuvo el citado Mullane deberían ser más «difíciles»; ello es cosa de la microgravedad, la cual trastoca los niveles de testosterona y los desploma (entre otros y diversos factores). Así que digamos que lo suyo fue algo peculiar…
Otro dato que debemos tener en cuenta para no perdernos en esta nebulosa es que nuestro planeta está protegido de la radiación cósmica gracias a su campo magnético y a la atmósfera; los tripulantes de las naves/estaciones espaciales también lo están, aunque en una considerable menor medida, y reciben (grosso modo, sin entrar en detalles) la radiación cósmica en una semana que equivaldría a la anual si se hallasen en la Tierra.
Ochenta y seis ratas Fisher-344 macho adultas fueron divididas en seis grupos y, durante cuatro semanas, fueron sometidas a descargas simuladas de rayos cósmicos en las extremidades traseras suspendidas en un ángulo de 30° (para representar la ingravidez en el espacio). Transcurrido un año, los tejidos de los roedores presentaban un nivel oxidativo superior, todo y aun en el caso de que la radiación hubiese sido baja. Esto afectó a la artería suministradora de sangre, lo que complicó o incluso inhabilitó las erecciones. Si bien es cierto, remarcan, que la ingravidez per se no supuso un factor tan degenerativo como los rayos cósmicos.
Por tanto, la salud sexual de los astronautas está en juego; cuando regresan a la Tierra el funcionamiento arterial proveedor de sangre al pene podría verse comprometido, como ya he comentado con anterioridad, y a largo plazo, sobre todo, en base a lo que haya durado ese viaje espacial: cuanta más exposición, mayor es el daño en los mecanismos patogénicos. Sin embargo, los científicos que encabezan este estudio dan una de cal y otra de arena. ¿Y por qué digo eso? Porque han descubierto que, ayudándose de un tratamiento a base de antioxidantes específicos para lo que nos concierne, consiguen mejorar la función eréctil de aquellos tejidos que han sido maltrechos; vamos, en resumen: de administrarse estos a los astronautas en poco tiempo (esto último es vital), se lograrían revertir los efectos negativos de la radiación y, por tanto, reducir o prevenir la disfunción eréctil.
En vistas a las misiones que se están preparando y cuyo período es prolongado (dilatadas estancias en la Luna, la conquista de Marte…), no cabe duda de que los científicos van a seguir investigando con el objetivo de paliar los posibles efectos secundarios, y quizá alguno, ahora mismo, en este instante, lo haga con un ojo en la mira de un microscopio a la par que clasifica una muestra con cien leucocitos, tarareando: There’s a Starman waiting in the sky…
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