Viernes 13, día asociado con la mala suerte y la muerte en numerosas culturas por un trasfondo religioso (las 13 personas que asistieron a la última cena de Jesús y al día de su crucifixión, que cayó en viernes 13) reforzado por eventos trágicos que ocurrieron en esta fecha, como el siniestro del Vuelo 571 de la Fuerza Aérea Uruguaya en los Andes, que forzó a los supervivientes a cometer canibalismo.
También la franquicia de terror estadounidense Viernes 13 ha hecho mucho por fortalecer el simbolismo macabro de este día, en el que millones de fanáticos disfrutan de sus películas slasher repletas de machetazos, vísceras y sangre que salpica la pantalla y la máscara de hockey del protagonista.
¿Disfrutan? Sí, porque el miedo es un factor tan íntimamente relacionado con la excitación sexual que puede llegar a provocar un orgasmo.
¿Por qué nos excita el miedo?
Miedo y cerebro
El miedo es un mecanismo de supervivencia que nos alerta ante amenazas del medio y nos prepara para enfrentarnos al peligro o huir de él. Cuando sentimos una amenaza (real o imaginada), se activan diversos sistemas neuronales que provocan reacciones en el resto de nuestro organismo. El principal neurotransmisor que se libera es la adrenalina, que aumenta la circulación sanguínea, el ritmo cardíaco y la glucosa en sangre, acelerando el metabolismo, dilatando las vías aéreas y participando en la reacción de lucha o huida del sistema nervioso simpático.
Cuando pasa el peligro, el cerebro comienza a segregar dopamina, una hormona (y neurotransmisor) que proporciona euforia, placer, bienestar y relajación. Además, la dopamina está relacionada con el sistema de recompensa del cerebro, que nos impulsa a repetir aquellas conductas que han provocado su liberación. Por ello, aquellas actividades que provocan liberación de adrenalina (como los deportes extremos) pueden llegar a ser adictivas. A esto se suma que el cerebro necesita cada vez una dosis más alta para experimentar lo mismo, lo que explicaría que se aumente el riesgo buscando emociones más fuertes o, en el caso de las películas, argumentos más impactantes.
Tras el miedo, el cerebro también aumenta el nivel de otras hormonas y neurotransmisores; en concreto, la serotonina, los estrógenos y la testosterona. La serotonina contribuye a regular distintas funciones entre las que se encuentran el deseo sexual y el estado anímico. Su influencia en este es tan marcada que, cuando sus niveles son altos, produce estados de felicidad y euforia parecidos a los subidones que provocan drogas como el LSD. Y en cuanto a los estrógenos y la testosterona, los primeros juegan un papel determinante en el deseo sexual, el optimismo y las sensaciones de bienestar, y la testosterona estimula el deseo sexual (tanto el masculino como el femenino). No es de extrañar que tal cóctel de sustancias provoque en algunas personas una excitación sexual tan intensa que les conduzca un orgasmo involuntario.
Factores sociales y culturales
Algunos factores sociales y culturales, como la incertidumbre ante lo desconocido, la identificación con el lado oscuro o la erotización del miedo, también influyen en la aparición de la excitación sexual cuando nos enfrentamos a situaciones de riesgo o de miedo.
La incertidumbre ante lo desconocido
Según algunos estudiosos como Helen Fisher, bióloga de la Universidad Rutgers (EEUU), o la psicóloga Amaya Terrón, la curiosidad ante lo desconocido o diferente juega un papel determinante. Cuando nos enfrentamos a lo que no conocemos ni entendemos, nuestro organismo se activa para comprenderlo y/o enfrentarlo. Es la incertidumbre ante lo que va a ocurrir y ante las «zonas oscuras» de los protagonistas lo que nos resulta tan atrayente. Por eso, tantas películas de terror «buscan el miedo a través del desconocimiento, de lo incontrolable, y se centran en cosas que nunca hemos experimentado y para las que no tenemos reglas ni forma de entender. Lo sobrenatural, aquello sobre lo que nadie sabe, lo oculto y desconocido es su baza principal», afirma Amaya Terrón.
Identificación con el lado oscuro
Por otro lado, los argumentos combinan con estas situaciones sobrenaturales otras realistas para que nos podamos identificar con los protagonistas y ponernos en su lugar, activando nuestra empatía que, a su vez, se ve reforzada por el hecho de que reflejan sentimientos políticamente incorrectos que todos albergamos, como la venganza o la violencia. De este modo, como señala Jeffrey Goldstein, profesor de Psicología Social de la Universidad de Utrecht (Holanda), podemos disfrutar de un entretenimiento violento porque es aceptado socialmente.
Erotización del miedo
De unos años a esta parte se advierte una creciente erotización de situaciones, escenarios y personajes que eran, en un principio, terroríficos. Un claro ejemplo de esto son las portadas de las Shudder Pulps o Weird menace, subgénero de la ficción de terror y detectivesca de la década de 1930 y principios de la de 1940, repletas de mujeres semidesnudas o con vestidos que marcaban sus curvas, sus grandes pechos y sus pezones enhiestos.
Personajes como vampiresas, hombres lobo, mujeres araña, momias y devoradoras de hombres (literalmente) que se han convertido, gracias a la magia de Hollywood, en el centro de nuestros deseos más perversos. ¿Quién le diría al Nosferatu de Murnau o al de Werner Herzog que se transformaría en un vampiro que brilla bajo la luz del sol o en el amante inmortal que ha recorrido «océanos de tiempo» para encontrarnos y que estamos más que dispuestas a entregarle nuestro amor porque no nos importa lo más mínimo que se haya comido a todo el mundo, incluyendo a nuestra mejor amiga?
Rasgos psicológicos y personalidad
Pero no todas las personas disfrutan ni se excitan ante una situación de terror, ya que nuestra personalidad y nuestras vivencias tienen un peso determinante. Según Marvin Zuckerman, quien fue profesor emérito de psicología de la Universidad de Delaware (EEUU), los amantes del terror y de los riesgos suelen reunir determinadas características: están abiertos a nuevas experiencias y al aprendizaje, son extrovertidos, imaginativos, curiosos y empáticos o tienen una gran receptividad a los propios sentimientos y emociones, y sensibilidad a la belleza y al arte.
Además, las personas que disfrutan del terror son conscientes de que no hay riesgo real, sino que son meros espectadores de una película, por lo que pueden abrirse a la experiencia. Por el contrario, tal y como afirma Michael David Rudd, profesor de psicología de la Universidad de Memphis (EEUU), algunas personas sí sienten que existe un peligro real porque tienen «vulnerabilidad psicótica», es decir, una tendencia a confundir fantasía con realidad, por lo que este tipo de experiencias pueden resultarles traumáticas.
Finalmente, como señala Amaya Terrón, hay que diferenciar entre los miedos innatos (como, por ejemplo, el miedo a la muerte, oscuridad, ruidos fuertes y determinados animales) y los miedos adquiridos por aprendizaje en interacción con el medio. De ahí que situaciones que no causan miedo a otros pueden causárnoslo a nosotros si hemos experimentado una determinada situación que nos ha provocado un trauma.
Como hemos podido ver, diversos factores neuropsicológicos y culturales influyen en la percepción del miedo y la respuesta al mismo. Por eso, aunque llevar a tu crush a ver una película de miedo, a hacer puenting o a la casa del terror puede ser una buena táctica de acercamiento, reforzada por lo que los psicólogos denominan «transferencia de excitación» (la emoción que se siente con una actividad contagia a la siguiente), también puede ser un plan que le impulse a odiarte. Así que, infórmate primero, no sometas a nadie a ninguna experiencia intimidante sin consenso previo (por supuesto, esto incluye juegos de rol eróticos, privación de la vista, azotes…) y bueno, si te pone el terror y te dicen que no, siempre puedes disfrutarlo en solitario.
¡Feliz Viernes 13!
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