«Nuestras vidas son los ríos que van a dar en la mar, que es el morir […]», escribía Jorge Manrique allá por el siglo XV. Los clásicos son clásicos por algo; saben crear estructuras de comprensión permanentes que siguen explicando y dan sentido a lo que creemos que somos, de tal manera que, bajo ese aparente sencillo esquema, fluir (existir) para disolvernos en algo mayor a lo que vamos destinados (morir), se pueden contar millones, infinitas historias. De hecho, si tomamos ese guion del viaje y lo centramos en ese particular y metafórico subgénero cinematográfico conocido como road movie, veremos que siempre se repite lo dicho por Manrique: se fluye como un río. Normalmente en un coche destartalado, a través de ese siempre iniciático viaje se viven experiencias nuevas, sorprendentes, impactantes, que son el vivir; se aprecian las cuencas, las otras gentes, los distintos paisajes que se nos aparecen y se nos alejan pero siempre de alguna manera se enlazan a ese propio vivir, y el metraje concluye, de alguna forma u otra, cuando se acaba el viaje, el vivir, en un destino que liquida el rodar.
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Sinopsis
«Y tu mamá también» (2001), la película dirigida por Cuarón, sigue ese viejo, arcaico y certero esquema que en nuestra tradición quizá inaugurara Odiseo en su regreso a Ítaca y que reflejara en sus líneas fundamentales Manrique en tono elegiaco. Los viajeros son tres; Julio, Tenoch (solventemente interpretados por Gael García Bernal y Diego Luna respectivamente) y Luisa (una Maribel Verdú que se muestra a gusto y descarada). Los primeros son dos jovencitos mejicanos bisoños de clase acomodada y buena condición sin muchas más preocupaciones que pasárselo bien, seguir el hilo de la inmediatez que se espera de ellos sin mirar en exceso el conjunto o el paisaje social en el que se encuentran y dando los primeros torpes pasos, por más que ellos crean que se mueven como Barýshnikov, en una sexualidad que colocan en el centro, no puede ser de otra manera, de sus existencias. Luisa es una española, mucho más avezada que ellos en los menesteres eróticos, a la que conocen por ser pareja de un pariente de Tenoch. Como se verá, nuestros viajeros son tres, y a nadie se le escapará que vamos a asistir a otro viejo esquema relacional; el «arreglo a tres», el problemático triángulo que, como casi todos, se llena de catetos, ángulos y vértices. Una asociación relacional la de esta propuesta que, por cierto, a servidora le chirría un poco, pues por mucho que aniñe a Verdú y mucho que suponga que subyace algo maduro en los chamacos, no acaba de verla del todo redonda. El legendario destino será una supuesta playa, Boca cielo; el transporte, un destartalado coche propiedad de la hermana de uno de ellos; y el territorio, un México que se quiebra, rodeado de figuras fantasmales (viejas, policías y pobreza) que se muestran a los ojos de los tres poco más que como las pitas que bordean la carretera, sin que parezca que para ellos haya todavía algo de eso que se llama «conciencia social». Una toma de realidad, esa conciencia (tradicional y casi una marca de identidad del cine mexicano), que Cuarón se encarga de hacernos explícita a través, fundamentalmente, de una voz en off ajena a la trama que explica, como hiciera el coro en la antigua tragedia griega, lo que hay y lo que se espera. Siempre me ha parecido este recurso del narrador exento un procedimiento un poco pobre que demuestra más una carencia narrativa que una dramática virtud expositiva… salvo excepciones. Si a un espectador hay que irle contando algo es porque ese algo no se está sabiendo contar. Pero bueno, allí arranca el viaje iniciático, con voluntades de descubrimiento, comprensión y existencia distintas entre ellos y ella, como se verá al final, con «mares» distintos a los que arribar.
Tráiler
El sexo
Lo que cohesiona a los tres, los empuja a fluir y mete gasolina en el carburador es el sexo, tratado, como toda la propuesta, en un tono de comedia dramática. Las escenas sexuales son descaradas, atrevidas, incluso rodadas con una aparente naturalidad, intrascendencia e improvisación que nos indican el buen hacer tanto del realizador como de los actores y que concuerdan con el ambiente que se pretende reflejar, además de contarnos cuestiones interesantes, aunque no por ello no sabidas y hasta un poco tópicas sobre nuestra condición sexuada; desde la arrolladora sexualidad femenina frente a la que los pipiolos no tienen el más mínimo recurso, lo que se presta muy bien a la comedia, pasando por el cuestionamiento, también cómico, de la presunta virilidad como prueba, hasta la identidad de un modelo sexual en el que el macho, por imberbe que sea, tiene que ser muy macho para otorgarse algún sentido.
Repercusión de la película y conclusión
«Y tu mamá también» obtuvo un notorio aplauso internacional de público y crítica, con reconocimientos como el premio en el Festival Internacional de Cine de Venecia o una nominación a los Óscar en la categoría de mejor guion original. Yo debo confesar que tardé en verla, quizá demasiado para valorarla en su mismo contexto, con lo que aun apreciando especialmente el último tramo del largometraje (aquel en el que «el mar» ya se acerca y la resolución, más dramática que cómica, se hace oceánica), la propuesta me resultó algo digno de dedicarle 105 minutos pero no quizá mucho más. También es cierto que así como Iñárritu (en ese mismo año de 2001, también estrenó su colosal «Amores perros») me tiene pegada a sus propuestas durante un periodo indefinido que sobrepasa con mucho el metraje, Cuarón (incluso en su más reciente y aparentemente magistral «Roma») me suele dejar algo de frío en el cuerpo cuando me echo su trabajo encima. Así que, me quedé con la tenue sensación de que, al contrario de lo que cantara Manrique en el inicio de su copla, «Avive el seso y despierte», aquí, con lo que se intenta despertar es más con el sexo que con el seso. Qué bien está eso, oiga, pero para despertar con el sexo avivado, hay algunos maestros que se dan más maña.