2008. Scott Fitzgerald lo narraba en su relato, de apenas una treintena de páginas, El curioso caso de Benjamin Button, que llevó al cine David Fincher en 2008. El señor Button llega al hospital esperando ver a su hijo recién nacido y se encuentra a un venerable, y un poco cascarrabias, anciano. «El anciano miró plácidamente al caballero y a la enfermera durante un instante, y de repente habló con voz cascada y vieja: —¿Eres mi padre? —Preguntó […] —Pero, en nombre de Dios, ¿de dónde has salido? ¿Quién eres tú? —Estalló el señor Button, exasperado. —No te puedo decir exactamente quién soy —Replicó la voz quejumbrosa —, porque solo hace unas cuantas horas que he nacido. Pero mi apellido es Button, no hay duda». Cuando el desconcertado padre se decide a salir a comprarle algo de ropa para cubrir al desnudo anciano, este le recuerda: «—Y un bastón, papá. Quiero un bastón».
Gila tenía su propio relato sobre su llegada al mundo. «Nací sorpresivamente, en mi casa ya ni me esperaban y mi madre había salido a pedir perejil a una vecina. Así que nací solo y bajé a decírselo a la portera: ¡Sra. Julia, soy niño!». Cuando Gila nació, su madre no estaba en casa. La situación de Belle, el personaje principal de Pobres criaturas, en la adaptación al cine de Yorgos Lanthimos, según un relato de Alasdair Gray, no es menos bizarra: cuando ella nació, su madre tampoco estaba en casa porque ella misma era su madre. Bueno, ella era el cuerpo de su madre al que se le había trasplantado, tras suicidarse estando embarazada de ella, su cerebro fetal.
Un lío, pero un lío, al contrario de lo que pretendió por ejemplo Mary Shelley con su Frankenstein, hilarante, cómico, enredado fundamentalmente para hacer reír. Esa era la pretensión fundamental de Gray y sería la de Lanthimos: presentar una comedia disparatada para el humor.
Lo que tiene de trascendente la sexualidad…
Pero del humor sabemos algunas cosas. El que se mueve en el límite, se engendra en lo problemático y tiene una mala leche acojonante aunque por encuadrarse en la fiesta es una mala leche que suele (cada vez menos) acabar bien.
El humor es un excipiente cuyo potente principio activo es lo que, todavía, como colectivo, no hemos resuelto, lo que subyace problemáticamente, lo sorpresivo, lo que apenas podemos pronunciar si no es bajo la máscara del humor. Por eso hay, por ejemplo, tantos chistes sobre cabrones, caídas, moribundos y situaciones irracionales. El absurdo y el cortocircuito que producen, en lo racional o en lo sagrado, fundamentan, por tanto, el humor.
Y absurdo (y desternillante) es nacer sin que la madre de uno esté en casa. Cosa que, de una manera simbólica, sucede en más ocasiones de las que creemos. Posiblemente, en 1992, cuando Gray presenta su relato bajo el título de Poor things, la cosa no pasó a mayores y lo que llamamos el «principio activo» quedó un tanto diluido bajo la trama argumental que posibilita con sus delirantes enredos el que una mujer se vengue del pérfido varón que la llevó al suicidio.
Hoy en día, tras su estreno en 2023, la obra de Lanthimos no ha sido recibida sin que la perspectiva feminista de lo que sería una proyección de lo lúdica, hedónica y propia que sería una sexualidad femenina, liberada de los anclajes tiránicos de determinada cultura, pase desapercibida. Especialmente en extenso metraje que va del guantazo de la niña a la nariz del pretendiente hasta su salida del burdel y reencuentro con el del guantazo. Pero, insisto, ni Gray ni Lanthimos (por más que este último no le haga ascos a esta «liberadora» lectura), a mi parecer, buscan fundamentalmente esto.
En realidad, creo, lo que cuenta Pobres criaturas con su tono burlón, su paisaje a lo Tim Burton entre el neogótico, el steampunk y el romanticismo tardío, su colorismo ensordecedor o sus siniestras y repetitivas deformaciones de cámara, es algo bastante más ambicioso que retratar la sexualidad de una mujer que no ha alcanzado, como el buen salvaje rousseauniano, el orden de la condicionante y restrictiva civilización, el sofocante malestar, parafraseando a Freud, de la cultura.
La prueba de ello es que, si nos fijamos en el retrato que se hace de esa mujer, con una edad mental pre púber en un cuerpo maduro, el cuadro no sale muy favorecedor: sería el de una criatura femenina, nunca mejor dicho, descerebrada. Una señorita que no conoce el límite, el sentido de la autoridad o el de la elección, que no consigue salirse de su ensimismada autoconciencia y de la única y tiránica guía de su capricho. Que no sabe quién es. Un sujeto humano femenino que no tiene nada que aportar porque no solo es profundamente idiota sino que, además, está tiranizada por su estupidez. Nada que ver con el retrato de la mujer madura y radicalmente liberada que conoce en el crucero. Nada que ver con la mujer que conquista la propiedad de sí misma, no por no haber alcanzado la cultura sino por haber podido trascenderla, por estar un poco au-delà de ella. Por eso decíamos que el objetivo de la propuesta no es ese que se publicita, a diestra y siniestra, como un eslogan, sino algo más ambicioso: reseñar lo que de trascendente tiene la sexualidad en la conformación del carácter de cualquier sujeto humano que debe insertarse, independientemente de su sexo, en lo humano y alcanzar la propiedad de uno mismo. Y eso, ese proceso, es algo por el que no solo pasa Bella sino por el que pasamos cada uno de nosotros, a veces de forma traumática o fluida, de forma responsable o irresponsable en otras, pero en cualquier caso, de manera inevitable. Eso hace atractiva la sátira desmelenada de Lanthimos, no el hecho de que sea una película feminista sino el que es una película humanista.
El tránsito del personaje de Bella
Bien es verdad que Bella tiene una particularidad reseñada: su cuerpo está preparado para el despliegue de una sexualidad adulta, pero su entendimiento y su conciencia no. Y hasta eso es algo que, a veces, se da en la infinidad de modos de darse a la sexualidad, como se da la inversa (una conciencia adulta en un cuerpo pueril). Lo que se da, en cualquier caso, hasta para los monjes cartujos, las monjas de clausura y los asexuales, es un despliegue de la sexualidad.
De lo que hacemos en cuanto seres sexuados que tienen que conformar una propiedad (una «autenticidad», como se suele traducir en la obra de Heidegger) a través de esa condición. De la condición sexuada, mejor casi diría condición erótica, del que debe impepinablemente tener el valor de «tener que ver» con los demás. Que debe afectar y ser afectado, que debe explorar sus sentimientos, que debe intentar lidiar con eso incomprensible y muy difícil de domar del deseo, que debe encontrar el límite y la hechura, que está condenado a cuestionarse como sujeto de la ética y que debe, en definitiva, existir en cuanto humano diferenciado en lo indiferenciable de la humanidad. Bella aborda ese tránsito: es una niña con cuerpo de mujer que acaba convirtiéndose en una mujer con cuerpo de mujer.
Tráiler
La actuación de Emma Stone
No destripo el guion ni hago spoiler, apenas alguno, pues la cinta sigue muy en activo y algunos quizá todavía no la hayan visto. Solo mencionaré de esta cinta galardonada con el León de Oro en Venecia a su protagonista, Emma Stone, que ganó el Óscar, el Globo de Oro y el premio Bafta, por su tarea en esta cinta. Su actuación es magistral, esforzada con una inusitada naturalidad, seductora, coqueta, pilla a ratos, madura, descarada, desnuda, consecuente, responsable en otros. Una mujer que sabe hacer de mujer. Una persona que sabe hacer la cabriola de nacer y desplegarse sin que su madre, cuando ella nació, estuviera en casa.