Es endiabladamente difícil abordar la problemática que subyace a Lolita. Tanto en la novela de Nabokov, de 1955, como en sus dos adaptaciones cinematográficas más relevantes, la de Kubrick en 1962 y la de Lyne de 1997, parece emerger un algo que se nos escapa, que no queremos o podemos afrontar, que inevitablemente nos remite a una incomodidad ética que interfiere cualquier análisis crítico reposado que de ese planteamiento se pretenda hacer.
Lolita es un problema, una piedra arrojada ahí delante que no podemos esquivar ni dinamitar, que nos interrumpe el paso y no nos deja mirar hacia otro lado.
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La(s) Lolita(s)
La historia sobre la que subyace el conflicto es relativamente sencilla. Un tipo, Humbert Humbert, de mediana edad, llega a una casa con intención de alquilar una habitación y ve a una niña, Lolita, tomando el sol en el jardín. Y aquí empieza el problema: ¿Se enamora de ella? ¿Siente un perverso deseo sexual por la chiquilla? ¿Se queda fascinado por una belleza que idealiza?
La niña lo observa en ese primer encuentro. Segunda problemática. ¿Qué ve ella en él? ¿Pretende algo? ¿Tiene algún tipo de dominio sobre la situación?
La historia continúa de un modo terrorífico. El inquilino se casa con la madre de la chiquilla para poder estar cerca de ella. Las aproximaciones entre ambos son cada vez más explícitas. La madre lo percibe pero ni quiere ni sabe cómo actuar. La madre fallece y él se queda como tutor de la niña a la que no escolariza, sino que se la lleva con él de un hotel de mala muerte a otro, mientras cohabita carnalmente con ella.
Un cuarto personaje, un pederasta «explícito» que no disimula su verdadera finalidad entra en escena. Lolita escapa con él con la única finalidad de conseguir huir de Humbert. Al cabo de unos pocos años, Humbert vuelve a encontrar a Lolita; ella, que ha pedido algo de dinero. es una joven embarazada, mal casada y no tiene ningún porvenir al que acogerse. Humbert mata en una escena tragicómica al pederasta, Quilty, que ayudó a Lolita a escapar de él, y cuenta la historia de Lolita desde la cárcel.
Indigerible, imposible no pararse a pensar porque la problemática está plagada, atiborrada, empachada de matices y de ambigüedades; no se puede resolver con un simple «es la historia de un cerdo integral que viola a una chiquilla y la hace infeliz para el resto de su miserable vida». No nos permite, lo que leemos o vemos, resolverlo (y tranquilizarnos) de una manera tan simple.
Sobre Nabokov
Nada más publicarse la novela, a Nabokov, que ya había demostrado un obsesivo interés por la sexualidad de las chicas preadolescentes, le acorralan las críticas más feroces que llegan a poner en peligro su propia continuidad como escritor. La razón es comprensible; si Nabokov hubiera contado la simple historia que apuntábamos antes, sin dobleces ni ambigüedades, posiblemente no hubiera pasado nada, pero su libro, Lolita (publicado por primera vez en una editorial pornográfica parisina), es una obra maestra. Y una obra maestra siempre cambia, perturba y desplaza los fundamentos del sujeto que la lee.
Tras la primera adaptación cinematográfica, en la que las escenas más sórdidas y sexuales entre el hombre y la niña de la novela se evitan, los ataques se recrudecen aún más. ¿Por qué? Porque, con intención o sin ella, Kubrick no ha hecho más que aumentar las ambigüedades. Nabokov no era amigo de dar explicaciones, los medios de comunicación, la tele de esa época, le aterrorizaban.
En 1975, apenas dos años antes de su muerte, se siente obligado a hacerlo. Acepta la propuesta del espacio cultural más mediático del momento, el prestigioso programa literario francés Apostrophes, dirigido por Bernard Pivot. Solo pide dos condiciones; tener las preguntas antes por escrito para leer durante la entrevista, de forma disimulada, las respuestas que previamente redacta y que le sirvan güisqui en una tetera para poder calmar sus nervios.
Lolita se planta delante de él y ante millones de espectadores. Lolita le inquiere sobre lo que de verdad quiso contar de su literaria existencia. Las respuestas de Nabokov son concluyentes. Lolita es una pobre chiquilla a la que un maniaco depravado como Humbert Humbert le arruina la vida. Nada hay en ella de manipuladora, de sexual, de dominio; es una niña normal y corriente que, a los ojos de un pervertido, se convierte en la ninfa que no es. La «otra historia» de Lolita, la de que sea una niña sensual que conoce su poder erótico y manipula aunque no le acabe de salir bien la cosa, es cosa de periodistas, de la depravación que el gran público proyecta en su cabeza y, finalmente, de gente que no ha leído una línea de la obra. La película de Kubrick, entre otras miles de representaciones «imaginarias» de Lolita, ha convertido al personaje en lo que nunca fue. Esas son sus tajantes explicaciones.
Sobre la novela: No hay en Lolita ninguna historia de amor, pero explica cuestiones cruciales sobre los afectos
He leído varias veces la novela y he visto, también varias veces, las dos adaptaciones cinematográficas. Mi impresión de la lectura, apenas matizada en las siguientes lecturas, es que Lolita no es una lolita; es una chiquilla común que se suena los mocos, come con torpeza, se muestra borde con su madre y es mal educada… Una chiquilla que, como todas las niñas adolescentes, no tiene ni pajolera idea de lo que quiere.
La madre es un personaje emocionalmente desnortado; no puede con su hija y cree encontrar en Humbert una posibilidad de porvenir que hasta entonces no existía. Intuye lo que ocurre, pero ve y calla.
Humbert es un tipo ambiguo, vulgar, con un pasado oscuro y sin atractivos destacables que se autojustifica continuamente amparándose en espurias y elevadas razones y que acaba matando, en la figura de Quilty, su imagen en el espejo, incapaz de reconocerse en lo que pudiera ser.
Todo ello sucede en una sociedad vulgar, repleta de luces sin profundidad, que se llena la boca, como Humbert, de elevadas causas, pero que no conserva instinto alguno de grandeza. No hay en Lolita ninguna historia de amor pero hay y explica cuestiones cruciales sobre los afectos.
Las dos películas relevantes de Lolita
Mi impresión al ver las dos adaptaciones no siempre fue concordante con lo leído. Tanto James Manson (en la versión de Kubrick de 1962) como Jeremy Irons (en la de Lyne de 1997) tienen, en el papel de Humbert, algo de atractivo. Si bien Manson es un tipo más oscuro, siniestro y contenido, mientras que Irons centra más el personaje en un tipo, aunque intrigante y que sigue sabiendo lo que hace, deslumbrado.
La Lolita de Kubrick, Sue Lyon, a la que se le atribuyen catorce años, se asemeja a la de Lyne, Dominique Swain, que retoma los doce que tiene en la novela. Si hoy no les suenan como actrices, no se extrañen; Lolita fue para ambas su cumbre y su sepulcro. Ambas son niñas atractivas que tontean, que no saben qué pretenden con el flirteo pero son conscientes del poder que ejercen sobre Humbert, aunque no tengan ni repajolera idea (son chiquillas) de cómo manejar ese poder.
La película de Kubrick, a la que al momento del estreno el propio Nabokov apenas puso reproches, es más oscura. Y no solo por haberse rodado en blanco y negro, sino porque su ambiente es mucho más denso, los personajes dramáticos tienen mayor sentido de la tragedia y mayor profundidad psicológica.
Ambas evitan, lo hemos dicho, las escenas sexuales más duras de la novela. El elenco de actores en ambas adaptaciones son magistrales; a los mencionados Manson y Irons se les une la madre solventada magistralmente por Shelley Winters y Melanie Griffith y que defienden con dignidad el diseño de personaje de lo que los dos directores establecen. El pederasta que llamamos «explícito» (de nombre Quilty en la novela y las películas) es Peter Sellers en la de Kubrick y Franck Langella, ambos soberbios en su cruel y ridículo personaje.
Tráiler 1 (Kubrick)
Tráiler 2 (Lyne)
Conclusión
Un clásico es una propuesta que se revisita. Que nunca se acaba de resolver, que cada nueva lectura, hecha con talento o torpeza, no hace más que enmarañar aún más lo que no hemos resuelto.
Cuando el enigma «Lolita» deje de ser para nosotros un problema, la obra y sus adaptaciones caerán en el olvido. Pero estamos a una distancia cuasi inimaginable de que eso suceda…