En agosto de 1831, Honoré de Balzac publica un relato corto que habría de alcanzar una sorprendente repercusión entre los círculos artísticos de la época y en los venideros. Llevaba por título «La obra maestra desconocida». En el cuento, el realismo de Balzac se entrelaza con una posibilidad fantástica; un viejo pintor parece haber alcanzado la cúspide de la representación pictórica en un cuadro, en un retrato de mujer que parece contener el soplo de la vida, una obra maestra como no han conocido los tiempos… pero una obra maestra que a nadie se le ha permitido ver nunca. Un pintor joven, Nicolas Poussin, visita el estudio de su admirado Porbus, que está acabando de pintar un retrato femenino. En el estudio, se encuentra con un extraño viejo pintor, Frenhofer. Tras una charla rica en matices en la que el viejo demuestra una particularísima sabiduría, Porbus muestra el progreso de su retrato a un admirado Poussin. Pero el viejo recela de lo que ve, ante la indignación del joven: «El fuego de Prometeo se ha apagado más de una vez en tus manos y muchas partes de tu cuadro no han sido tocadas por la llama celeste». Tras la polémica, Frenhofer anuncia que ÉL está a punto de conseguir lo que nunca ha conseguido pintor alguno; no el retrato de una mujer, sino una propia mujer en sí. Y se ofrece con reticencias a mostrar su obra a los otros dos, tras proponerle Poussin a su novia como modelo.
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Sinopsis: un triángulo fascinante y perverso
Este es el esquema general que el director francés Jacques Rivette toma para la elaboración de su propuesta «La belle noiseuse» (La bella mentirosa) de 1991. Una propuesta de prácticamente cuatro horas de proyección, que exige del espectador el estado de ánimo y la predisposición suficiente como para apreciarla. El viejo pintor, que conserva el nombre que le diera Balzac, Frenhofer, vive retirado en una hermosa casa de campo junto a su compañera, que fue también su modelo. Michel Piccoli borda este personaje y su antigua musa es una joven Jane Birkin, que entiende perfectamente lo que tiene que representar. Un joven pintor llega entusiasmado al refugio de Frenhofer, acompañado de su novia, una bellísima y extrañamente distante Emmanuelle Béart. Cuando se descubre que Frenhofer lleva años intentando acabar sin conseguirlo el cuadro que será la cúspide de su carrera, un retrato de mujer, el joven admirador le ofrece a su novia para que lo culmine. Y ahí empieza el juego de miradas, de advertencias, de complicidades nítidas y oscuras, de relaciones de poder que, en un triángulo fascinante y perverso, establece el pintor con la nueva modelo y su antigua musa. Un erotismo sutil de afectaciones entre tres estructuras psíquicas complejas y brillantes. El término francés «noiseuse», que se tradujo al mercado castellano parlante por «mentirosa», se refiere en realidad a alguien que perturba, que alborota, que trastoca la estabilidad, que actúa con una fuerza centrífuga capaz de romper para bien y para mal las inercias…y el tedio y la esperanza.
Tráiler
Análisis: un bello cuerpo femenino retorcido, forzado, sometido, siempre al límite…
Más allá de la pintura, lo que se teje alrededor de la obra es una inmensa tela de araña en la que el gran arácnido, Frenhofer, amenaza a sus presas; una ya inmovilizada y a medio digerir (su antigua modelo) y otra nueva que cae en la red, pero que se debate con habilidad, que amenaza, que se enfrenta. Emmanuelle Béart pasa prácticamente la totalidad del metraje desnuda frente al omnipresente pintor. Su bello cuerpo es mostrado, retorcido, forzado, sometido, llevado siempre al límite del sacrificio del que solo parece evadirlo de la vejación final un bien mayor: la obra de arte final. Pero su mirada permanece siempre desafiante. Frenhofer no quiere una «posición», las quiere todas; solo desde lo facetado podrá alcanzar lo poliédrico que quiere representar, lo poliédrico de una existencia humana. El pintor boceta frenético, se retira desengañado, vuelve esperanzado, se desespera, se euforiza… Se descompone a medida que el sensual cuerpo de la modelo también se descompone en registros parciales. La antigua musa, Jane Birkin, ha visto el riesgo desde el principio. No es, contrariamente a lo que podría esperar el espectador, que la joven recién llegada vaya a ser una competencia (ella ya no tiene fuerzas para competir), es que debe, como hiciera Casandra en Troya, advertir a la joven del destino que le aguarda. El mismo y oscuro que ella, sin saberlo, acogió un día esperanzada. Pero la advertencia nunca es directa; no puede serlo pues eso sería enfrentarse al significante maestro, al Dios, a Frenhofer, por lo que siempre se mueve en el terreno de lo sutil, de la mirada lastimosa, de la pasividad explícita. Ese particular «estar en relación» entre los tres es el erotismo destilado de la propuesta de Rivette, en la que posiblemente sea su mejor obra, al menos desde mediados de la década de los setenta hasta su muerte, hace cuatro años. Una relación erótica aplomada en la grandísima fortaleza de los personajes construidos.
El del pintor, seductor y maestro en el dominio de las relaciones de poder, sobre el que pivota el mundo, que solo entiende ese mundo como algo puesto a su disposición para conseguir la gloria, al que la duda sobre su capacidad y su condición ética no dejan de asaltarle. La de la vieja musa que ha tomado como los héroes trágicos plena lucidez sobre su condición y lo inevitable e ineludible de ella. Y la de la joven modelo que intuye con claridad meridiana que la seducción difícilmente resistible del viejo pintor es, en realidad, una mirada salina que, como a la mujer de Lot o a la antigua musa, la acabará petrificando.
Una película para paladares «adiestrados»
El cuerpo desnudo y la cabeza altiva de Béart, los trazos frenéticos y la mirada fascinada y fría de Piccoli, el lamento arrastrado de Birkin componen, todos ellos, un erótico confinamiento sutil, exigente y exquisito para paladares preparados. Una recomendación que, quizá, no todo el mundo me agradecerá, para invitar a que el espectador pueda formar parte del cuadro, de la obra maestra desconocida.