Películas eróticas

Tasso (des)monta la película: Ken Park o la carne cruda

Lo de ser tremebundo no es fácil. La tragedia, y eso es algo que a muchos autores no les cabe en la cabeza, exige contención; permitir fijar la mirada para que esta ahonde. Y esto sí que lo entiende perfectamente un trágico de nuestro tiempo como Michael Haneke: la truculencia excesiva, los datos de sordidez repetitivos, las hipérbolas sanguíneas y las evidentes referencias hacia lo desgarrado conllevan que el espectador olvide la tragedia que subyace y perciba una parodia tragicómica llevada al paroxismo. Esto lo hace bien (y por eso suele aburrirme) Quentin Tarantino.

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Película erótica: Ken Park

Con la tragedia, Ken Park no hace ni lo uno ni lo otro. Tampoco hace de la tragedia la selección elegante de episodios para ser narrados bajo la aparente y engañosa asepsia de la forma documental (recurso que maneja con soltura, por ejemplo Ken Loach). No. Larry Clark, el director de Ken Park, no sigue ninguno de estos caminos pero tampoco inventa ninguno nuevo. Quizá por eso, después de ver Ken Park (2002), la sensación al meterte en la cama es de empacho, de algo de cabreo y de una pizca de “Bueno… ¿y qué?”.  Y no es que la propuesta de partida, mostrar los devastadores efectos del nihilismo en la sociedad de clase media norteamericana, a través de la tortuosa existencia de cuatro o cinco adolescentes malbaratados por sus adultos, sea mala. Ni tampoco que la sordidez, el desamparo y la falta de carril se muestren de forma poco explícita. Es que ambas, historia y exposición, se ven más como una sucesión de hechos arrojados al espectador sin demasiada elegancia ni cocción, que como el tejido vivo de la condición humana que sobrevive en estos tiempos del desencanto disfrazado de buen rollo.

No es una propuesta cinematográfica decididamente mala, pero tampoco es convincentemente buena. Es un apreciable propósito que no sobrepasa el cinco raspado. Pero os resumiré de qué trata y también os daré mi opinión sobre las escenas sexuales.

Tráiler 

Sinopsis

Los protagonistas y narradores indirectos de lo que allí sucede son cuatro jóvenes con la adolescencia todavía pegada en el cogote, más un quinto que da breve inicio y cierre a la película. Tres varones y una chica.

Uno sometido por un padre fracasado y alcohólico, que sólo es capaz de desarrollar los bíceps y que lo detesta porque lo ve como lo que realmente es: el mismo padre.

Otro, que sería algo así como el “espabiladillo”, y que se acuesta con su novia y con la madre de esta, aunque la primera es solo una excusa para la segunda (una antigua cheerleader casada con una antigua estrella del fútbol americano, que tienen que asumir que ya no son ni lo uno ni lo otro).

Un tercero psicopático, que vive con sus gentiles abuelos a los que detesta en lo más profundo, practica la hipoxifilia cuando se masturba viendo un partido de tenis femenino y tiene un perro de tres patas. A mi juicio, este personaje tiene la mejor escena de la película, que es casi un fotograma, cuando se inserta en la boca de su sanguinolenta cara la dentadura postiza de su abuelo.

Y la chica, hija de una fallecida madre indígena y de un padre ultra católico al que le faltan dos o tres tornillos, y que tiene que intentar, cosa imposible, compaginar su propia apertura y desinhibición sexual con el puritanismo patológico del padre.

Todos los chicos son, en su confusión, el reflejo de la estupidez y el desconcierto propio que sus mayores les han imbuido de una sociedad radicalmente estúpida y desnortada, sin sentido alguno. Y con estos mimbres, que podrían no ser malos pero que, muchas veces, se ven destrenzados por el director, sale el cesto que sale.

Mi opinión sobre las escenas sexuales

Las interacciones sexuales de los jóvenes son tratadas bajo la recurrente y muy discutible asociación moralista de que las eróticas “torcidas” emanan de sujetos torcidos, si bien el director se esfuerza en compensar esta creencia en una escena (también un tanto tediosa) en la que tres de los protagonistas (el “espabilao”, el del padre alcohólico y la chica) se enzarzan en sexo coral y manifiestan ciertas ternuras y afectos, como para recalcar que toda perversión y despiste en esta materia provienen del sistema paternal que los oprime, porque cuando ellos se encuentran a solas, son tiernos y “naturales”.

En cualquier caso, el sexo no deja de ser mostrado como una vía de escape, como el Skate Board o los porros, y no un valor de realización. Las escenas sexuales son, en algunos casos, crudas en la literalidad del término (vamos, que el director ha puesto muy poquito de su parte) y tienden, más que a producir excitación o reflexión, un cierto empacho orgánico, cuando no indiferencia. Un seguir navegando a mar abierto sin mucho viento de popa y sin acabar de encontrar puerto ni espectador que lo acoja.

Lo que el 2002 nos dejó, aparte de Ken Park

2002 fue el año en que pudimos ver en el cine tragedias magistrales como Los lunes al sol de Fernando León de Aranoa, Las horas de Stephen Daldry o Ciudad de Dios de Fernando Meilleres y Kátia Lund. Es cierto que, en ninguna de estas tres, el hecho sexual humano ocupa una parcela principal, pero mi recomendación es que si quieren apreciar algo de la condición humana, mejor vean estas que “Ken Park”… (y después, si acaso,  siempre puede una meterse un ratito en Internet a ver algo de porno casero para compensar).

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