Películas eróticas

Tasso (des)monta la película: In the mood for love o la danza de los infraleves

El hipocampo es un pececillo marino que, por su particularísima anatomía, ya les recordaba a los antiguos griegos a un caballo marino. De ahí, su nombre híppos (caballo) y kámpos (monstruo marino) y de ahí que la mayoría de los que todavía los recordamos los denominemos “caballitos de mar”. Pero lo fascinante de ellos, además de su morfología y su capacidad de mimetizar con el entorno, es su danza nupcial. Macho y hembra se acercan, se circundan, dan vueltas uno alrededor de otro durante horas, se dejan llevar por las corrientes y por los caudales de burbujas de oxígeno, se tocan, simplemente se rozan con las puntas de sus colas, se elevan y descienden en función de la temperatura del mar y siempre en una posición extrañamente digna; rectos, lentos, equilibrándose y coordinándose por el impulso de sus minúsculas aletas dorsales. Verlos en esa danza sinuosa, afectiva pero distante, improvisada pero magistralmente coordinada es, por su poderosísimo erotismo y descomunal belleza, uno de los más fascinantes y conmovedores espectáculos de la Naturaleza…. Como lo es uno de los más sutiles y hermosos espectáculos que ha producido la cultura humana: la danza nupcial entre Chow y Lizhen en In the mood for love de Wong Kar-Wai.

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Película erótica: In the mood for love

Todo In the mood for love es bello

Todo, y digo todo en esta obra del director hongkonés, es bello hasta la herida y erótico hasta la tragedia. No hay un solo plano que tenga desperdicio, que no se justifique dentro de esa danza de acercamientos, de roces de exhalaciones, de miradas apoyadas en el sitio oportuno y de explosiones reprimidas.

Unos zapatos bajo la cama, un aliento que humea, una mirada que desciende sus ojos para no importunar, unas fosas nasales que creen oler el perfume de su rastro, una penumbra que no oculta sino que ilumina, un color que se masca como el algodón… Una explosión coral de esas circunstancias que maravillaban a Marcel Duchamp, y que él mismo catalogó de infraleves (como el calor de una silla que se abandona) puesta al servicio del más exquisito, sutil e inteligente erotismo del acercamiento entre dos seres humanos imantados por su deseo, pero disgregados por los polos de sus circunstancias.

Sinopsis

Cuando Chow, en el Hong Kong de 1962, se muda por exigencias profesionales con su esposa a otro edificio mayoritariamente ocupado por residentes de Shanghái, conoce a Lizhen, una secretaria de dirección casada con un viajante. El continuo abandono de ambos por parte de sus cónyuges, así como el descubrimiento de un secreto (que tendrá que ver precisamente con aquello que ellos no son éticamente capaces de trascender) hace que se inicie en ellos, de manera contenida, una muy especial aproximación, y que empiece la danza…

Tráiler

A Chow, el redactor jefe de un periódico local, lo interpreta Tony Leung que, como actor, sería capaz de darle sentido y sentimiento a una mismísima piedra caliza, mientras que a Lizhen le da cuerpo y ánima una magnética Maggie Cheung. Ambos actores han sido recurrentes en la filmografía de Wong Kar-Wai, y ambos coincidirán en su siguiente y maravillosa película “2046”. La música de In the mood for love, compuesta por Michael Galasso, es el mar donde bailan, se retuercen y se detienen estas dos criaturas. Unos temas musicales que, mucho más que ilustrar, se integran en el torrente de emociones y matizan y modulan cada gesto y cada ausencia de gesto.

Esa es la historia, pero In the mood for love, presentada en el año 2000, es infinitamente más que su argumento. Es un manifiesto de la sensibilidad que construye el erotismo humano de un trovadoresco amour de loin, pero vivido desde cerca, desde muy cerca, apenas a la distancia que permite el aliento.

Una lección magistral de erotismo

Cuando yo era niña, en los mercadillos se vendían, junto a otras extrañezas del mundo, como insectos atrapados en ámbar o pequeños fragmentos de pirita, cuerpos disecados de caballitos de mar. Todavía conservo uno, como se conservan en la eternidad las flores marchitas de un antiguo amante o el olor retenido de aquel osito de peluche.

El esquilmar los mares de estas sorprendentes criaturas ha llevado a los hipocampos al borde del exterminio, y ya son pocos los que todavía bailan en el mar. Y es que a los humanos, cuando nos fascina algo, nos fascina más destruirlo. Esperemos, ingenuamente quizá, que una lección como esta de erotismo no acabe disecada en el estante de algún melancólico, que todavía recuerde con nostalgia lo que es seducir y erotizarse por algún otro.

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