Películas eróticas

Tasso (des)monta la película: Demonios tus ojos o cómo abordar el gran tabú

La pregunta por el cómo, por el qué hecho pudiera dar origen al concepto de civilización entre los humanos (y exclusivamente en ellos) nos ha fascinado desde antiguo. ¿Qué pasó? ¿Por qué adoptamos una coordinación interna basada en una serie de creencias, culturas, costumbres y aportes técnicos?, ¿Por qué es imposible aislar lo humano de «lo civilizado»? ¿Cuál fue el primer signo de civilización, un primer signo de humanidad?

Freud, tan inquieto, amplio y agudo él, abordó siguiendo en parte las tesis de la antropología del parentesco, que había arrancado esta cuestión a mediados del siglo XIX, en una obra de 1913 con un título que no esconde nada: Tótem y tabú.

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Demonios tus ojos

En nuestro proceso de humanización, hay dos cuestiones primordiales; el tótem, que es aquel elemento simbólico que unifica el grupo, y el tabú, la prohibición que establece el concepto de la ley. Sin lo uno y sin lo otro no puede darse nada parecido a un «estar civilizado». El tabú se refiere primordialmente a la prohibición del incesto, a la ley de la exogamia; de forma natural (la vida exige diversidad y mestizaje de material genético) y cultural (el grupo tiene  que expandir, mezclar sus civilizadas «soluciones» para que estas estén siempre en continuo despliegue, en continua mejora, en continua optimización).

A partir de este principio de la prohibición radical del incesto, Freud desarrollará toda su compleja (y, en la mayoría de los casos, pobremente entendida) tesis del Complejo de Edipo, de la «castración», de la difícil relación entre las pulsiones y el deseo, etcétera, etcétera.

Fue en 1949 cuando Claude Lévi-Strauss, el antropólogo influenciado  por Freud pero también por Durkheim y toda la tradición antropológica que le precedió, escribe Las estructuras elementales del parentesco, donde asienta las bases definitivas de la ley de la exogamia, de la consecuente prohibición del incesto como principio de civilización, como el paso humano de la forma de vida inserta en lo natural a la propiamente humana de lo cultural.

Con todo ello, quiero decir que el incesto y su prohibición no son un asunto menor, un constructo cultural, un capricho o una moda sexual, sino algo que radicalmente nos hace humanos en su interdicción. No es extraño, por tanto, que cada vez que «tocamos» el tema (un tabú es aquello que prohíbe específicamente el «tocarlo»), nos sintamos alterados, incómodos y tengamos una resistencia a contemplar su cuestionamiento.

Primeras impresiones de la película

Eso dicho arriba es algo que supera Pedro Aguilera cuando lo aborda de frente en la cinta que dirigió en 2017 y a la que puso por título Demonios tus ojos. Digo «de frente» porque aborda sin ambages la relación incestuosa entre dos hermanos (bueno, mejor dicho, entre dos hermanastros), en toda su carnalidad y crudeza.

Es cierto que, desde el propio título y la referencia a los ojos, parece que la cosa que se va a concretar va a ir más en la pulsión escópica de un voyeur «malsano»: que el hermano mayor e inductor esté construido como un profesional de la mirada (es un director de cine); que el protagonista tenga el ritual matutino de observar detenidamente sus propios ojos; que a lo largo del metraje suelta solo a ratos la cámara; que reciba el debido impacto en un ojo; que gran parte de la fraternal relación se produzca mediada por la cámara, por una cámara colocada en la habitación de su hermana y que proyecta las imágenes en formato esférico, como el del ojo; que los ojos de él siempre están entrecerrados en forma de sospecha, mientras que los de ella están siempre abiertos, ingenuos y luminosos; o que el primer contacto que él tiene de ella, después de largo tiempo ausente, sea una grabación en una página porno donde la reconoce.

Todo ello es cierto, igual que es cierto que evidentemente el mirar, el mal mirar, es central en la película, pero hay algo que difiere del voyerismo: el protagonista no lo usa como una erótica en sí misma, sino como una forma de excitación pues él quiere concretar, quiere follarse, y lo hace, a su hermana.

Con lo que a servidora le da la sensación de que el tema de la mirada «endemoniada» es una forma de restar un poco de crudeza al tema que de verdad se aborda, como lo es indiscutiblemente (me imagino al productor rogándole algo así como «bájame un poco los decibelios») el que sean hermanastros, hijos de padre pero no de madre, lo que no resta que sea un incesto de primer grado, pero que a alguno le amortiguará un poco el trago de las palomitas.

Sinopsis

Un director español de cine afincado en California, de vida un tanto disoluta y de vuelta de tó, accede por casualidad a una grabación amateur en una plataforma de pornografía en la que cree reconocer a su hermana pequeña que hace tiempo que no ve.

La contemplación, lejos de indignarle o de intentar ponerle remedio, le pone como un ñu en celo, de forma que decide volver a España para encontrarse con ella. Ella es una chica formal, buena estudiante con noviete un poco bobo, como corresponde, y tiene una amiga también un poco entre casquivana y sibilina. Una chica de orden que hace lo que se espera de ella, un tanto tiranizada por una madre excesivamente controladora pero sin rozar lo patológico, y con un punto de ingenuidad que hace que la edad que tiene (debe rondar la veintena) parezca ser menor. Lo de que aparente ser menor, siendo mayor de edad, es otra forma de remarcar la presunta ascendencia de él, ya muy trotado, frente a la inocencia de ella, sorteando el riesgo y el escándalo (no sé si ahí ha vuelto a hablar el productor) de que, en realidad, la chica fuera menor.

Tráiler

Mi análisis

La película, valorada en el momento de verla con un mediocre 5,1 en Filmaffinity, tiene mucha más mordida, oficio cinematográfico y profundidad de los personajes de lo que ese suficiente cinco pelao parece otorgarle. Es cierto que, en ocasiones, especialmente en la primera parte, la que lleva hasta el incestuoso encuentro carnal y su público descubrimiento, puede resultar que se desarrolle a ritmo un poco cansino, con un par motor un poco bajo… pero no alcanza lo insufrible ni, cosa muy meritoria en estos fregaos, lo pretencioso.

La segunda parte, la del qué hemos hecho y por qué lo hemos hecho es, a mi juicio, más interesante pues se profundiza con inteligencia en las estructuras deseantes de los protagonistas y en sus parcheados puntos de sujeción, lo que hace justificable el progresivo desarrollo de la primera hora del metraje.

En esa dialéctica del siervo y el amo, que tan bien explicara Hegel y que tanto interesara a Lacan, en la que las dos autoconciencias se enfrentan a muerte pugnando por ver qué deseo se impone al del otro o, en palabras de Lacan, «mi deseo es el deseo del otro», la protagonista, Aurora, interpretada por una excelente e implicada Ivana Baquero (que entendió perfectamente lo que se quería contar), se deja dócil y gratamente seducir, arrastrar fuera de ella, por la contrapuesta figura, tan fraternal como paternal, de su hermano, al que admira desde niña por su aparente insumisión a las reglas y su furiosa libertad.

Lo que los comentarios generalistas sobre la película suelen repetir, y también se menciona una vez en la filmación, es el término «perversión» aplicado como suelen emplearlo los gentiles no vezados en tema de sexología; básicamente, como aquellas eróticas que no se adaptan a la norma. Los profesionales sabemos que la «perversión» no es eso o no solo es eso, pues implica en ella misma el hacer lo que se hace por hacer el mal al otro o no reparar o despreocuparse de los efectos negativos que puedan producir en otro, en cualquier «otro».

La presunta perversión de Oliver, interpretado también con suma convicción y eficacia por el actor Julio Perillán, no está tanto en lo que hace sino en cómo y por qué lo hace. La figura del amante oscuro, que parece no tener límites, fuera de convención y de procedimiento usual, es algo que a casi todos nos suele ensalivar la boca cuando topamos con él. La realidad es que, y aquí habla la terapeuta que lleva tratando años con un amplio espectro de «sujetos perversos», es que normalmente lo que refleja el tipo (o la tipa) oscuro(a) y  «sin complejos» es que es un profundo idiota. «Idiota» en la acepción que empleaban los griegos, de alguien que solo vela por sus intereses, que le importan un bledo (de ahí su falta de brida) los demás y que, además, está tan profunda y radicalmente vacío que solo viene guiado por el exceso de sus apetencias, que nunca le acaban de llenar el buche pero que le dilatan hasta el extremo la tripa. Ese es Oliver. Su madrastra lo define así, el terapeuta que asiste a Aurora se lo insinúa y la propia Aurora lo detecta hacia el final de la película. Y así es, de verdad, un personaje como Oliver, lo que representa también un acierto en la construcción del personaje por parte de Pedro Aguilera y en su ejecución representativa por parte de Julio Perillán.

Apuntábamos lo que decían los personajes en sus diálogos y aquí también me gustaría resaltar algo; no hay un solo dialogo, por aparentemente banal que resulte, que tenga desperdicio; que no confronte lo que es con lo que quiero que sea, que sea gratuito o falsamente grandilocuente. Y eso, tratando estas temáticas del límite, por parte del llamado cine de autor, es un virtuoso ejercicio de contención y de inteligencia. Quisiera resaltar, finalmente, la banda sonora; aparece cuando tiene que aparecer y hace fundamentalmente del subversivo punk un buen punto de apoyo.

Conclusión

Katharsis (catarsis) era el término que empleaban los griegos originariamente al hecho de limpiarse, de desprenderse de lo que no les eran propio. Un cátaro era simplemente un tipo limpio (que se había quitado la suciedad) y sano (que se había desprendido de aquello que pudiera afectar su salud). Fue con Platón que el término se enfocó más hacia el sentido religioso de la obtención de lo puro, de lo inmaculado, de lo «ideal», pero, en cualquier caso, siguió guardando afinidad con el concepto de «desprenderse» de algo para no perder lo propio de uno mismo. Puede quedar en duda si lo que ha sufrido Aurora a lo largo de la narración es un proceso catártico inducido por Oliver; si se «limpia» para ser ella misma (se quita las trabas del novio, la madre, las obligaciones, convenciones y el orden) o si bien se «ensucia» (se le adhieren «manchas» del hermano que son de él pero que a ella no le pertenecen). En cualquier caso, esta disyuntiva en la apreciación queda afortunadamente abierta, lo cual es también un acierto de la propuesta, aunque nadie puede dudar de que Aurora no es la misma en el minuto uno que en el noventa; su tragedia dialéctica ha obtenido la hegeliana y momentánea «Superación».

Demonios tus ojos, un título ya en sí mismo gramaticalmente incorrecto, fuera de regla, sabe contar lo que está fuera de pista de manera contenida y sin evitar la complejidad, pero sin por ello ponernos la cabeza como un bombo ni pretender presentarse como el sabio de la tribu. Una tribu, por cierto, que empezó un día en el que el incesto dejó de ser una opción, pero no por ello mismo un tema de controversia.