Pese a haber dejado atrás ya la Semana Santa, todavía conserváis frescas varias de sus imágenes icónicas, ya sea por haber acudido a alguna procesión, por haberos hartado a torrijas u otra de las múltiples recetas típicas de este período o, incluso, por haberos adormecido en el sofá con los clásicos emitidos por la televisión. Pero a lo que yo voy realmente es a las lanzas; sí, a las lanzas portadas por los romanos y a su conexión con el vocablo (por insólito que os parezca) «eyacular».
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Y esto es lo que la RAE nos dice al respecto:
Eyacular: 1. tr. Lanzar con rapidez y fuerza el contenido de un órgano, cavidad o depósito, en particular el semen del hombre o de los animales.
Dicho término se origina del latín eiaculāri compuesto en un principio por el prefijo e- (o ex-) en alusión a la separación o a algo que salía de un interior y, el vocablo iaculāri, empleado para denominar todo lo que era lanzado. Es decir, que en la antigua Roma se usaba eiaculāri tanto en referencia al acto per se de correrse, de liberar la simiente por parte del varón, como al de arrojar una lanza o jabalina, debido a que creían férreamente que la eyaculación se «arrojaba» desde lo recóndito del organismo con el mismo ímpetu que un soldado o deportista impelía las mencionadas lanzas o jabalinas.
No me neguéis pues que no habría tenido guasa el haber entablado una conversación con Cayo Apuleyo Diocles, el cual, y según el profesor Peter Struck, de la Universidad de Pennsylvania, fue el deportista mejor pagado de la historia y cuya fortuna al jubilarse alcanzó la friolera de 35 863 120 sestercios, cifra, por cierto, equivalente al entonces costo del grano anual consumido por la ciudad eterna y que, en la actualidad, supondría la suma aproximada de 15 000 millones de dólares, y sacar a colación el tema que nos concierne en este breve artículo, teniendo en cuenta que lo suyo eran las corridas, digo carreras de carros: era auriga, y está claro que de velocidad, fuera eyaculatoria o no, entendía un rato.
Y para terminar, lejos de pretender ser impía y amparándome en que más de un vocablo guarda nexo con lo erótico, no me queda otra que admitir que solo quería concederos un poco de mi propio y particular panem et circenses[1].
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