«Yo tengo muchos nombres y muchas formas, y mi Ser existe en cada neter».
Poema egipcio.
En el principio de los tiempos, todo era Nuu o Nun, el océano primigenio, la nada. De ella, surge un pensamiento, una conciencia, un demiurgo (Atum) que mediante una pregunta o un diálogo con Nuu o Nun, provoca su despertar y con este, el comienzo de la existencia. Atum comienza su creación, el universo y todo lo que existe, mediante el pensamiento materializado en la palabra o en sus propios fluidos, incluido su semen, obtenido de sí mismo mediante una autofelación.
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Imagen extraída de la web del Museo Británico.
La cosmogonía egipcia
La cosmogonía egipcia es fascinante, pero también muy compleja, tanto por su evolución a lo largo de los siglos como por su simbolismo y la dificultad de la traducción. Nun o Nuu ha sido interpretado como la nada, pero también como un océano oscuro y putrefacto, y como una serpiente; Atum o Itemo, como el dios que se creó a sí mismo o fue creado por el mismo Nun a través del despertar de su conciencia, el pensamiento y la palabra.
Lo mismo ocurre con todo lo creado por Atum. Una de las principales interpretaciones es que el dios, denominado «El perfecto» y «El que existe por sí mismo», creó con su aliento y saliva (estornudo según otras interpretaciones) a los dos dioses primigenios, Shu y Tefnut, «la pareja divina», padres de Nut y Geb, de los que, a su vez, surgieron los otros dioses principales, Osiris, Isis, Neftis, Seth y Horus. A Shu, vacío entendido como el espacio que existe entre el cielo y la tierra, la luz, el aire, el viento, que mantenía separados a Nut (el cielo, la bóveda celeste) y a Geb (la tierra), para evitar el caos del universo, lo creó con su aliento; y a Tefnut, la humedad, el rocío y la lluvia, con su saliva.
La segunda interpretación mayoritaria es que los creó a través de la masturbación, siendo su mano el símbolo de su parte femenina y su miembro y semen, de su parte masculina. Sin embargo, los vocablos «estornudar, soplar, escupir» sumados a la masturbación suscitaban unas dudas que el eminente egiptólogo y traductor David Lorton intentó aclarar en una conferencia dada en Virginia Commonwealth University el 20 de septiembre de 1996.
La autofelación de un demiurgo
Durante la conferencia, David Lorton explicó el proceso de traducción de un «breve poema incrustado en un relato en prosa de la creación, hallado en un documento conocido como el Libro de derrocar a Apophis, una de las composiciones religiosas del Papiro Bremner-Rhind», cuya fecha es desconocida, pero cuya copia parece datar del «año 12 del faraón Alejandro, hijo de Alejandro, es decir, 312-311 a.C.».
El poema, que trata del comienzo de la creación, cuando Atum (Ra en el poema) comenzó su proceso de autodiferenciación del Nun, parece traducir lo siguiente: «Dios (Atum) extendió la mano con su boca y tomó el extremo de su pene en su boca, y usó su boca. Y, ayudando a las cosas masturbándose con el puño, el dios eyaculó en su propia boca, y luego escupió el semen como el dios Shu y la diosa Tefnut».
Esta traducción no solo fue novedosa frente a la interpretación de la creación de Shu y Tefnut, también amplió las posibles interpretaciones del símbolo asociándolo con el origen del Uróboros, la serpiente que se muerde la cola, entendido como la autofecundación, la eternidad, el ciclo infinito de creación/destrucción.
De hecho, aunque Atum es el primer dios egipcio al que se le representa como hombre, también aparece como una serpiente dual o como dos serpientes, que simbolizan al dios antes de ser consciente de sí mismo (el caos, la nada, la fuerza destructora) y al dios tras la toma de conciencia y el comienzo de la creación.
Un eterno retorno, ya que Atum también es llamado «El del fin del universo», pues al final de los tiempos, la serpiente que simboliza la nada o Nun envolverá la tierra y será el fin, quizá para un nuevo comienzo. El eterno retorno de Nun y Atum, el mismo dios, la misma serpiente, el todo y la nada.